¿Te imaginas perderlo todo… y ponerte a caminar?
Para convertirse en alguien sin hogar se necesitan, realmente, muy pocas cosas.
¿Qué nos ocurriría si, de repente, perdiéramos todo? Supongo que esta no es una pregunta que nos hagamos a menudo pero, ¿lo hemos pensado alguna vez? ¿Quedarnos sin hogar, sin trabajo… y sin salud? Estas podrían ser las preguntas perfectas para empezar a leer El sendero de la sal, el libro que escribe Raynor Winn y que edita Capitán Swing. Convertido en un best seller internacional, sus páginas nos sumergen en un paseo de más de 1.000 kilómetros a lo largo del Sendero de la Costa Sudoeste de Inglaterra: de Somerset a Dorset, pasando por Devon y Cornualles.
Winn se lanza así a la escritura como algo necesario, como una vía de escape ante un mundo que se derrumba. Si hasta entonces Raynor vivía y trabajaba en su granja de Gales, junto a su marido Mott, se encuentra con que una inversión equivocada y el engaño de un amigo de la infancia los deja sin su hogar y su medio de vida principal. Además, a él le diagnostican una enfermedad terminal, degeneración corticobasal.
Con este planteamiento desolador, deciden ponerse en marcha y recorrer la costa, paso a paso, con lo mínimo necesario: un hornillo, una tienda de campaña, dos sacos de dormir, sopas de sobre y unas bolsas de té. Sobreviviendo con apenas 40 euros a la semana (el subsidio por desempleo que les da el gobierno), ambos se lanzan a un camino que, si bien comienza con dificultades, acaba resultando transformador.
Más allá de lo meramente espiritual que pueda tener el caminar como forma de evasión, Raynor y Mott Winn se encuentran con toda una metamorfosis de quiénes son y, sobre todo, cómo empiezan a ser vistos por los demás.
El sendero de la sal aborda, por ejemplo, el gran problema del sinhogarismo, aportando datos concretos de cuántas personas están en situación de calle en las distintas ciudades que el matrimonio recorre. Para convertirse en alguien sin hogar se necesitan, realmente, muy pocas cosas (en su caso, una mala inversión y un desahucio).
A partir de ahí, Raynor Winn se convierte en una activista de esta cuestión, no sólo por lo que ella la ha vivido, sino también por una realidad que no esperaba: a quienes se encuentra en el recorrido (otros caminantes, comerciantes, familias…) les horroriza que se hayan quedado sin hogar, los convierten en parias; sin embargo, cuando prueban a decir que han decidido vender su hogar y que están paseando por decisión propia, son aceptados como algo natural.
¿Qué cambia? La decisión. Una consideración social de que quien no tiene hogar porque así lo ha querido sigue siendo aceptable y quien está en situación de calle sin desearlo, está fuera de lo tolerable.
Este es también un libro cargado de afectos, del amor de una pareja que lleva toda la vida juntos, incluso del cuestionamiento del papel del padre y la madre con respecto a los hijos (tienen dos, en la universidad). ¿Qué ocurre cuando tus padres ya no pueden ayudarte, cuando son ellos quienes te piden dinero para comprar un billete de autobús? Ese desmitificar la labor sempiterna de padres perfectos y dispuestos es parte de lo que los Winn tuvieron que afrontar.
El sendero de la sal nos permite viajar sin movernos del sofá (yo me pasé todo el libro buscando imágenes de los lugares a los que iban llegando en el recorrido), pero también movernos desde nuestra aparente comodidad en la que todo está seguro y plantearnos qué ocurriría si también lo perdiéramos todo.
Curiosamente, a partir de esta pérdida Raynor y Mott empezaron a ser otras personas, a tener mucho más que lo meramente material, a tener esperanza. Quizá necesitemos mucho menos de lo que pensamos y sí más contacto con la naturaleza, con el mar, con la sal, y romper prejuicios sobre quienes habitan las calles de nuestras ciudades.