Tango embrujado
Escucho a Adriana Varela "vendiendo un último jirón de juventud ", el teléfono mira distanciado.
No llamarás. Tuvimos que dejarlo, hacernos trizas. Quemar las escobas. Volábamos locas, ebrias de aire nocturno. El pueblo nos parecía un nacimiento de Navidad desde las alturas. Te has ido y como cualquier bruja, estoy rumiando el dolor de tu partida. La rabia tiene sabor a semilla, una especie de masa peluda enredándose entre los dientes. La historia es fácil: dos brujas se encuentran, se ven en el supermercado, se enamoran. Hablan de las maneras de hacer el bien, buscan fórmulas para escapar hacia el futuro, salir limpias de la amargura de estos decretos, estas leyes infaustas, estos marianos dementes, esas esperanzas maquiavélicas. Esos "ruizgallardones" beatos, a punto de inaugurar una nueva Inquisición.
El amor nos llevó a buscar pelos de elefante, pedos de obispos infartados, lenguas de lagarto, uñas de dragón mezquino y crin de unicornio gay. Rescatamos licántropos de los bares, descubrimos duendes entre los niños del colegio, hallamos asombradas piedras filosofales al fondo de una maleta olvidada por un guiri yonqui en el verano pasado. Reconocimos a las abuelitas saliendo serias y burlonas de la iglesia, borrachas de carajillo y tranxilium, los miércoles por la noche.
¡Te quería tanto! No importaba tu paso por dos desintoxicaciones, las órdenes de alejamiento del padre de tus hijos y el intento de homicidio hacia tu suegra con un jarrón en la Semana Santa del 2010. Te quería sabiendo que de verdad, aparte de bruja te gustaba robar. En tu coche, además de basura, hay una cuchilla especial para sacarle las alarmas a los zapatos, un imán a para desactivar esos aparatitos que suenan si pasas por los arcos de seguridad en el Corte Inglés. ¡Te quiero... sabes!
Y me querías, a pesar del antecedente de ser una matrona expulsada del hospital por robar cordones umbilicales, mucho antes que descubrieran que servían para algo. Y mi afición al whisky es demencial y que mi madre murió aquella noche cuando invocando al demonio, olvidé sacarla del garaje donde el coche seguía encendido. La policía dijo suicidio, por compasión hacia las dos. Ella pudo al fin descansar, no consumir más Seguridad Social. A mí me tocó seguir esta embustera simulación de vida tranquila. Además, ¿qué tendría que hacer una gorda buena en una cárcel de mujeres el resto de sus días?
Nos enamoramos porque somos brujas profesionales. Los niños en las calles nos tiraban piedras, las señoras decentes se agarraban el bolso cuando nos veían en su acera y los caballeros honorables creían que éramos unas putas viejas a las que una cerveza podía pagar un rato de diversión.
Te has ido, sigo escuchando tangos dolorosos, dijiste estar cansada de no ver por fin al diablo, como te prometí en el pasillo de las legumbres y arroces del supermercado. Te dejé ir porque se acaba la ayuda del paro, no puedo invitar ya ni un cigarrillo más, ni tomarnos ese café malo de los bares de Punta Umbría. No podemos vagar por el malecón adivinando la suerte de los transeúntes, ni predecir el sexo del niño futuro en una mujer embarazada. No podemos ya leer el tarot, jamás supimos en verdad los símbolos exactos. La gasolina ha subido, no me alcanza para ir a la playa, reírnos demencialmente y ver la caída del sol en las aguas del mar...
"Malena canta el tango como ninguna y en cada verso pone su corazón...".
Ay brujita, brujota, de ojos torvos, pies hediondos, carnes caídas. Pelo pintado hasta el cansancio, recuerdos viejos con romances turbios, disecados malamente en la brisa verde de tu memoria... ¡Te extraño!
No nos salvó quedarnos frente a frente. Desnudas, huesudas e infladas, avergonzadas por la flacidez y la grasa mal repartida, sin atisbo de deseo sexual: "Así follan las brujas, mirándose solo...".
He invocado al diablo estas dos tardes, igual que Dios, me ha mandado al carajo. No soy importante para ser escuchada. La pobreza espanta al bien y al mal. Ubica a ciertos seres en las afueras del horóscopo. Nadie escucha, llevo bebida una botella de JB robada gracias a las artes de brujería aprendidas de ti. La calle se mueve desacompasada, es el baile flamenco de una japonesa aprendiz.
No dejo de pensar si sería mejor incendiar este pueblo, envenenar sus aguas, maldecir a los peces. ¡Que amanezcan flotando panza arriba en el espejo del mar! Intoxicados, heridos del miedo provocado por la soledad que me dejaste: diente roto, harapo terrible, inútil amuleto tenaz...