Suwalki, el corredor que es la debilidad de la OTAN y que puede ser el nuevo objetivo de Rusia
La franja une Bielorrusia y el enclave ruso de Kaliningrado y si Putin va a por ella dejaría aislados a los países bálticos del resto de miembros de la UE y de la Alianza.
El miedo a una mayor internacionalización de la guerra en Ucrania es vivo desde el primer día de la invasión, el pasado 24 de febrero. Superada la sorpresa por una ofensiva que pocos preveían, las Inteligencias occidentales, las organizaciones internacionales y los analistas coinciden en que nadie sabe las intenciones de Vladimir Putin, pero tampoco nadie duda de su afán expansionista y de que los países cercanos a Rusia y, en especial, los del llamado espacio postsoviético, están en su diana, en su meta de lograr ese gran imperio de aires zaristas.
Ahora el temor es que el Kremlin vaya a por el corredor de Suwalki, un pasillo que une Bielorrusia -donde manda un Gobierno satélite de Moscú, el de Alexandr Lukashenko- y el enclave ruso de Kaliningrado. El pasillo es doblemente valioso: para Rusia, porque le aporta una conexión importante en lo militar y en lo comercial; y para los países bálticos al norte (Letonia, Lituania, Estonia), porque de ser tomado quedarían aislados de sus aliados en la Unión Europea y en la OTAN, por eso lo llaman “el talón de Aquiles de la Alianza”, la franja de la que depende la seguridad en el continente. De ahí a una Tercera Guerra Mundial declarada y formal no distaría mucho.
El último choque
El corredor toma su nombre de la localidad polaca de apenas 69.000 habitantes llamada así, Suwalki, situada en una de las zonas más frías y despobladas de la región. Unos 96 kilómetros que muchos hemos puesto en el mapa por el paso dado esta semana por Lituania, cuando en virtud de las sanciones aprobadas contra Rusia por los Veintisiete el pasado marzo restringió el tránsito ferroviario a través de su territorio hacia y desde Kaliningrado. El bloqueo impide la exportación de acero, hierro, carbón, materiales de construcción y bienes de lujo. Ha tardado tres meses en aplicar la medida porque era el tiempo previsto para que se terminaran los contratos en vigor.
El tránsito de personas se mantiene por completo y los cálculos de Bruselas son que los productos de acero y metales ferrosos representan sólo alrededor del 1% del total del transporte de mercancías por ferrocarril a Kaliningrado a través de Lituania, por lo que el daño tampoco es exagerado. Los alimentos o los productos sanitarios y farmacéuticos seguirán cruzando.
Moscú acusó a Vilna de inmediato de violar tanto el Acuerdo de Colaboración y Cooperación de 1994 como la Declaración Conjunta de 2002 sobre el tránsito entre Kaliningrado y el resto del territorio de la Federación rusa. Ha denunciado el gesto como “ilegal y sin precedentes” y ha dejado la puerta abierta a “consecuencias graves para la población” de Lituania, sin concretar más. Ha mandado a la zona a uno de los hombres fuertes de Putin, Nikolai Patrushev, lo que quiere decir que el Kremlin se toma en serio la crisis.
El paso ferroviario actual a través del Suwalki transportaba mercancías y pasajeros a través de Lituania, en virtud de un acuerdo entre Bruselas y Moscú que ahora Putin dice que se ha violado. A principios de la década de los 2000, cuando Lituania avanzaba hacia la UE y la OTAN, Bruselas cerró este acuerdo, sin grandes problemas.
El Kremlin aceptó, aunque previamente había intentado presionar a Lituania para que acatara un corredor militar o una presencia continua de tropas rusas en la zona. Tal corredor, sin embargo, habría detenido las aspiraciones de la OTAN del país, por lo que no cuajó. Así que se quedó todo en un mecanismo de tránsito simplificado que comenzó a operar el 1 de julio de 2003, menos de un año antes de que Lituania se uniera a la UE. Las comunicaciones son fluidas y porosas, con mezcla de todas las comunidades implicadas, con slrededor de cien trenes van a Lituania desde Bielorrusia cada mes y continúan vía Vilna, hacia Kaliningrado.
El Gobierno de Ingrida Simonyte, la primera ministra de Lituania, ha enfatizado que es “mentira” que se esté ejecutando un bloqueo sobre Kaliningrado, una zona económica especial de Rusia, de enorme importancia comercial y defensiva, el “portaaviones imposible de sumergir”, como le gusta decir al Kremlin. “Lituania está cumpliendo con las sanciones impuestas por la Unión Europea a Rusia por su agresión y guerra contra Ucrania”, ha enfatizado.
Las consecuencias
En 2014, cuando Rusia se anexionó Crimea (Ucrania), hubo algunos desajustes y suspensiones, pero tampoco especialmente graves. El flujo seguía. Luego, la tensión volvió en 2017 y 2021, cuando unas potentes maniobras militares conjuntas entre Bielorrusia y Rusia simularon precisamente un escenario en el que Moscú se hacía con el mando del corredor. No gustó nada en Occidente, pero no pasó de ser una simulación de la guerra. El problema es que puede ser real si el Kremlin ataca.
“El principal problema para Occidente es que si el corredor es ocupado y dominado por Rusia, la OTAN no podrá entregar armamento a las potencias bálticas. Polonia también está implicado, pero no quedaría aislado. Letonia, Lituania y Estonia sí. Si se ven agredidas, lo normal es que invocarán el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, por el que los estados miembro de la Alianza pueden pedir protección al resto de socios. Entonces, no podrán llegar las ayudas, porque estarán embolsados”, explica Daniel Meskens, investigador del Instituto de Estudios Rusos de la Universidad de Lovaina.
Un primer paso en esta ofensiva podría ser paralizar los sistemas de comunicaciones y el espacio aéreo, detalla, aunque enfatiza que, frente a la bravuconería rusa, no hay que olvidar que tendría a la OTAN en pie, y eso “es ya de por sí un elemento disuasorio de primer orden” y que las quejas de estos días “hay que entenderlas también en el contexto de la propaganda y la desinformación, de la necesidad de mandar mensajes fuertes a su propio público”.
Cerrada la posibilidad del paso terrestre, un suministro por aire sería muy arriesgado, “temerario”, y un refuerzo por mar tampoco sería fácil, dada la importante presencia naval rusa en el puerto de Baltisk, en la bahía de Gdansk, reforzada con el despliegue de misiles Iskander-M en Kaliningrado, donde tiene su base la Flota rusa del Báltico. Los estados comunitarios de la zona dicen que incluso hay armas nucleares en el enclave ruso. Un avispero.
El escenario cambiaría si Finlandia y Suecia se unen a la OTAN, porque entonces la Alianza tendría la posibilidad de bloquear a Rusia por el mar. “Usted [por Rusia] bloquea mi Suwałki, yo bloqueo su Golfo de Finlandia”, amenazó el teniente general Martin Herem, el principal comandante militar de Estonia, en una entrevista reciente.
De momento, una opción de castigo podría ser desconectar a Lituania de la red eléctrica que comparte con Rusia, Bielorrusia y los demás estados bálticos, aunque los funcionarios de Vilna han dicho durante meses que están listos para conectarse a través de Polonia a la red de Europa occidental, informa la BBC.
De tiempo atrás
La amenaza no es nueva, en realidad. Lleva años viéndose el peligro que corre la zona. En 2017, un documento de Global Security, afirmaba que “no sería necesario que las fuerzas rusas ocupasen de forma exhaustiva el área de la Franja de Suwalki”. En lugar de eso, “incluso una línea delgada y discontinua de tropas desplegadas a lo largo de la franja presentaría un obstáculo para los refuerzos terrestres de los países bálticos, a menos que las fuerzas de la OTAN estuviesen preparadas para abrirse paso y hacer escalar la crisis”. De ahí que la Alianza Atlántica, de hecho, se pusiera a trabajar en cuanto vio las primeras maniobras masivas conjuntas de Rusia con Bielorrusia.
Las proyecciones de los expertos no eran buenas ya entonces: un informe de la corporación RAND, sustentado en simulaciones de guerra, concluyó ya hace seis años que en caso de invasión a las tropas rusas les llevaría 60 horas capturar Tallin y Riga, las capitales de Estonia y Letonia. Es verdad que la actual guerra, la de Ucrania, ha demostrado que Rusia tiene poderío pero a veces las guerras que se esperan rápidas se enquistan, pero como escenario hipotético asusta.
“Este corredor podría ser ocupado fácilmente, porque Rusia tiene fuerzas muy poderosas estacionadas en Kaliningrado y también tropas en Bielorrusia, podría cerrarlo rápidamente”, ahonda Meskens. “Y sería un casus belli de manual entre la OTAN y Rusia”, insiste el analista. Hasta ahora, la Alianza ha sido “prudente”, recuerda, porque se ha mantenido firme a su compromiso con Moscú de no abrir bases permanentes en la Europa Oriental, un acuerdo al que llegaron las dos partes cuando se aceleró la apertura al este. La invasión de Ucrania, sin embargo, lo cambia todo y puede también dar un giro a esa posición. “A Rusia no le hace falta en la zona ni tener misiles de largo alcance, de tan cerca y tan dentro que está, en el corazón”, indica el experto.
En los últimos años, han sido importantes los despliegues y las maniobras de la OTAN cerca del corredor, dentro de la Enhanced Forward Presence o Presencia Avanzada Reforzada, “de naturaleza defensiva, multinacional, en base a aportaciones voluntarias, interoperable y con capacidad para desplegar en los países bálticos y Polonia”, explica en su web el Ejército de Tierra español.
Justo esta es hoy la misión más numerosa de las tropas españolas en el exterior, en la que nuestro país tiene desplegados 600 militares que forman parte del batallón multinacional de la OTAN como instrumento de disuasión frente al desafío ruso. En la Cumbre de la Alianza que esta semana entrante se celebra en Madrid, los países de la zona van a reclamar que se amplíe este dispositivo, como medida de disuasión y de protección. “Necesitamos una presencia significativamente mayor en la región”, es la frase que repiten, calcada, todos los dirigentes afectados.
Guerra híbrida
En la zona la incertidumbre es creciente. Como desvelaba este reciente reportaje de France 24, en localidades próximas al corredor como la polaca de Sejny reconocen que “no están listos” para una ofensiva. Su alcalde confirma que tiene cuatro máscaras de gas en todo el pueblo, de 2017, y apenas algunas decenas de 1978, inservibles.
En el flanco polaco-bielorruso tienen temor más justificado aún porque ya en las pasadas navidades sufrieron una presión, en forma de guerra híbrida, que anticipaba el interés de Rusia por robustecerse en la zona. Si echamos la vista atrás, ahí están los migrantes y refugiados concentrados en la frontera, todo un pulso a Europa. Lukashenko pudo enviarlos a muchos puntos con los países vecinos, pero eligió Bruzgi, que está justo al lado del corredor. Una estrategia que crea confusión y desunión, que puede socavar los valores democráticos o las instituciones. Le salió bien por unas semanas y justificó, ante la inestabilidad del momento, que Rusia enviase más tropas al país amigo.
Ya las relaciones de Minsk con Bruselas eran terribles, desde que la UE impuso sanciones a Lukashenko por empapar en sangre las manifestaciones en su contra, en 2020, y por premiar a sus opositores en el exilio.
El entonces jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas británicas, el general sir Nick Carter, hoy retirado, avisó de que Occidente debía estar preparado para una guerra con Rusia, que estaba aprovechando el conflicto en Bielorrusia como excusa para trasladar tropas. Una “distracción clásica” que Putin lleva desplegando durante “años y años”, dijo. Sus palabras resuenan ahora, en este nuevo contexto. También alertó de que Kaliningrado revocaba su condición de territorio no nuclear, lo que permitía a Moscú llevar armas de esta naturaleza a ese territorio. Es lo que dicen los bálticos que ha pasado ya. En palabras de John Kirby, secretario de prensa del Pentágono, “es guerra, pero otro tipo de guerra”, y la duda es si se volverá abierta, clásica, convencional.
Está previsto que entren en vigor más sanciones de la UE contra Rusia en agosto y diciembre, que sobre todo afectan al petróleo, por lo que quedan meses por delante de pasos por dar, que Moscú entenderá como provocaciones. Bruselas debe afinar sobre lo que se consiente y lo que no, lo que tiene cobertura de los Veintisiete, y Moscú, decidir cómo responde.
El pulso se espera largo, a tenor de la evolución de la guerra. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, ha avisado ya esta semana de que es preciso estar preparados para que la contienda en Ucrania dure posiblemente “años”. Aunque los costes para Europa sean altos, señaló en una entrevista al diario Bild, en referencia a la subida de precios de energía y el apoyo militar a Kiev, sería todavía más “caro” dejar que Rusia saque la lección de que puede seguir por el mismo camino, igual que tras la anexión de Crimea en 2014. Ya no más. Queda ver el coste, para todos, porque como decía Zelenski el mismo día de la invasión, “la guerra es global, también de Europa, también de la OTAN”.