Somos agraciados por tener a James Rhodes... pero no olvidemos a los otros inmigrantes
Es bueno escuchar lo que alguien recién llegado piensa de nuestro país, pero sería justo que escucháramos también a aquellos que vienen sin nada… o quizás con todo.
En España tenemos inmigración de todo tipo. El origen, religión, clase social o su capacidad de hablar castellano les divide a todos en cajitas, que algunos luego usarán para lanzar críticas y discriminar.
De los ciudadanos británicos, por ejemplo, un comentario común es que muchos de ellos, por su falta de interés en nuestra lengua, no llegan a adaptarse a nuestro país por mucho que disfruten y lleven lustros en la costa.
Un ejemplo de lo contrario es el gran James Rhodes, y raro es quien no le conozca a estas alturas en España.
A James, al llegar hace apenas tres años, se le reconocía como un gran pianista, un inmigrante cualificado, a los que normalmente no se les mira mal por la calle… Pero en todo este tiempo en nuestro país, ha demostrado lo mucho que la inmigración puede traer a su nuevo hogar.
James es una campaña de marketing constante de nuestro país y quien le siga en Twitter puede volver a enamorarse, a través de sus incesantes comentarios, de un país que muchos dejamos con cierto resquemor ante la falta de oportunidades o por otra larga lista de factores... pero James justamente en sus tweets o en los programas de radio en los que participa se muestra entusiasmado por gran cantidad de aspectos positivos de nuestro país.
Es como un fan enfervorecido de equipo de fútbol que solo ve lo positivo y lo pone en el pedestal de mejor del mundo, aunque esté en segunda división (en su caso eligió al Betis).
Hace unos días James describía un viaje a mi ciudad, Valladolid, y cómo los paisajes le impresionaban. Ese secarral, como algunos le dicen, y que también a mí me encanta cada vez que conduzco rumbo a la capital pucelana, con sus pinares, castillos, pueblos, horizontes enormes… Es ahora, tras más de dos décadas fuera, que lo aprecio y valoro más.
James no solo nos aporta halagos a nuestro país, sino que además lo hace en un castellano increíble para llevar solo tres años en la capital.
Muchos emigrantes, durante esos primeros años en nuestros nuevos destinos, también llegamos a amar a nuestro nuevo país con el mismo ímpetu y ganas que James. Esos años de descubrimiento, en los que lo positivo se multiplica exponencialmente y lo negativo casi desaparece, suelen ser muy fáciles de llevar y suelen igualmente ayudar mucho a decantarte por integrarte y quedarte en el nuevo país, o en poco tiempo decidir que la morriña, la familia o los amigos son más importantes que lo que te ofrece el nuevo lugar, que nunca se convierte en hogar.
El señor Rhodes también, aparte de escribir o tocar el piano, ha sido una parte activa en la vida política española… no sumándose a un partido político, ni de contertulio, pero sí alzando su voz en defensa de los menores y apoyando la Ley de Protección a la Infancia y la Adolescencia frente a la Violencia.
Él ha servido de ariete en esa lucha por poner encima de la mesa propuestas para mejorar nuestras vidas y nuestro futuro, y con su historia ha ayudado a mucha gente a comprender la importancia de un régimen legislativo claro en aspectos tan importantes como la protección de nuestras hijas, sobrinas o nietos.
Esta ley ha sido denominada popularmente Ley Rhodes, dejando claro lo importante que ha sido este inmigrante en la vida de nuestro país en sus primeros tres años.
James dejó Reino Unido para hacer el viaje opuesto que yo hice en 1998. Las diferencias en cómo emigramos son muchas.
James es un artista consagrado y reconocido, y siendo prácticamente de la misma edad (me saca 14 días) su emigración en ciertos aspectos habrá sido mucho más fácil… y no solo por el aspecto económico.
Emigrar a la edad que él lo hizo se hace desde una posición más madura y, siendo alguien reconocido, no lo hizo empujado por la necesidad. También él hace un trayecto inverso: de país supuestamente más rico y estable a uno en perpetua crisis.
Pero gana en mucho. Del cielo gris y política aún más gris con el Brexit, a un país europeo que no está regido por las élites xenófobas que gobiernan Reino Unido. De un país que menosprecia abiertamente a los extranjeros desde 2016, James ha emigrado a un país que trata muy bien a la inmigración que él representa.
A los pocos meses de la llegada de James a España, leí una entrevista en la que explicaba que en España “todo es mejor”. Recuerdo mi impresión al leer la entrevista, con la que podía identificarme yo al año de llegar a Reino Unido, diciendo exactamente lo mismo a todo el mundo, pero a la inversa, con Reino Unido en vez de España.
La emigración de James y la mía tienen diferencias grandes, pero si las comparamos con la mayoría de las migraciones, ambos hemos sido privilegiados.
James no llegó en patera, ni tuvo que esconderse de la policía, ni tuvo que trabajar en negro. Ni él, ni yo tuvimos que hacerlo.
Es bueno escuchar lo que alguien recién llegado piensa de nuestro país, pero sería justo que escucháramos también a aquellos que vienen sin nada… o quizás con todo, mejor dicho, ya que los que llegan a nuestras costas con lo puesto vienen llenos de ganas por vivir y trabajar en nuestro país. Han arriesgado TODO para llegar, y a ellos también se les ha de escuchar lo que opinan sobre nuestro país, ya que su voz puede llegar a ser tan útil como fue la de James en la Ley Rhodes.
Somos agraciados por tener a James, y deberíamos asegurarnos igualmente de que nunca más maltrataremos o perderemos a más Sambas o Mohameds, de los que cantaba nuestro gran genio gijonés Nacho Vegas, en Crímenes Cantados.
James Rhodes es una gran herramienta para potenciar España, sí, igual que el resto de las inmigrantes que vienen con sus mismas ganas y amor por nuestro país.