Sociedad o barbarie
Un conjunto de individualidades focalizadas en el yo y sus florituras nunca podrán hacer frente a los ataques que inevitablemente el futuro nos depara.
Escribo esta columna desde la indignación, así que ya de entrada pido disculpas si mis palabras superan los límites de la buena educación. Bueno… no, qué carajo, por supuesto que no pido disculpas. Un profesor de secundaria ha sido degollado en las inmediaciones de París a manos de un yihadista como condena por haber mostrado a sus alumnos las caricaturas de Mahoma que publicó el Charlie Hebdo. Si no viviéramos en una distopía, este suceso sólo podría ser explicado como una anomalía psicótica puntual sin ningún significado político, pero lamentablemente cualquier análisis de este asesinato que no quiera estar en la luna debe incluir en un lugar protagonista la irresponsabilidad y cobardía de las democracias occidentales.
Es un tópico decir que el musulmán Mehmed II vio facilitada la toma de Constantinopla a mediados del siglo XV porque los sabios católicos, y, tras ellos, la población, se hallaban distraídos discutiendo el sexo de los ángeles. El degüello del profesor francés pilla a la universidad de La Sorbona, y, tras ella, a las redes sociales y a Irene Montero, discutiendo si los seres humanos pueden tener veinticinco o cuarenta y seis géneros sexuales. Marx dejó dicho que todo en la historia viene a ocurrir dos veces, la primera como tragedia y la segunda como comedia, pero, aunque cutre, no es precisamente cómico lo que está ocurriendo ahora -por abundar en el paralelismo, una de las primeras medidas de Mehmed II fue convertir Santa Sofía de Constantinopla en una mezquita: lo acaba de hacer de nuevo Erdogan-.
Al menos, la cuestión angelical tenía su puntito de interés académico -¿pueden tener accidentes humanos las esencias incorpóreas? y cosas así-. Nada que ver con los asuntos mínimos que entretienen la agenda política actual. Los desvelos por minucias lingüísticas infundadas más parecen excusas para disimular la inacción en las cuestiones importantes que primeros pasos tras los que se abordará la real escala material de los problemas que se reflejan en la lengua. La puritana santificación de la subjetividad como la única certeza a la que cabe asirse -en el ordenamiento territorial, en el sexo, en la religión- es una cesión a la lógica aduladora de la publicidad que, debiendo por lógica ser exclusiva del liberalismo individualista, es sin embargo una característica común de todo el arco político de este a oeste. El mito del buen salvaje hace que nos tiemble demasiado el pulso a la hora de defendernos de los bárbaros. Los que tenemos enfrente deben de estar flipando con lo idiotas que somos.
Una vez que se oculta el mecanismo refrigerador del congelador, el cándido puede creer que el hielo es el estado natural del agua. Pero no, los Estados no funcionan solos si no poseen potentes formas de combatir de raíz a sus enemigos internos y externos. No es falsa pero sí exagerada la consigna “socialismo o barbarie”. Convengamos en otra muy parecida: “sociedad o barbarie”. Un conjunto de individualidades focalizadas en el yo y sus florituras nunca podrán hacer frente a los ataques que inevitablemente el futuro nos depara. El asesinato del profesor francés nos recuerda que o acentuamos la unidad contra la diferencia, la igualdad contra la diversidad, lo común frente a lo particular, o nos volveremos extraordinariamente débiles ante el curso de la Historia y los sucesivos otomanos nos encontrarán una y otra vez discutiendo el sexo de los ángeles.