Sobrevivir a 25 años de maltrato: "Me pegó hasta durmiendo"
A Teodora, su agresor y exmarido le quitó todo, la anuló como persona. Pero ahora ella rehace su vida dispuesta a contar su historia.
La vida de Teodora cambió un domingo de 2015, cuando llamó al 016 escondida en el fondo de un garaje tras haber reunido el valor necesario para huir de su casa y de 25 años de maltrato. “Te vas a cagar este fin de semana y te vas a arrepentir”, le dijo ese viernes su marido cuando ella le aseguró que había contactado con un abogado para separarse.
Tras dos días de vejaciones, sin dormir y con la ayuda de una muleta para tenerse en pie, Teo aprovechó un momento en el que el agresor estaba dormido para coger su bolso, meter su cartera y salir corriendo escaleras abajo hacia el portal. No tenía a nadie en la ciudad y marcó el número de ayuda a mujeres supervivientes (así quiere que la llamen) de violencia de género. Cuatro años después, aún le cuesta recordarlo. “Pero quiero contarlo, estoy harta”, explica a El HuffPost durante una larga charla en Madrid tres días antes del Día Internacional de la Eliminación contra la Violencia de Género.
Aunque a sus 52 años Teo se pregunte cómo pudo estar durante 25 viviendo aquello, recuerda que no todo fue maltrato físico. Y que pasó mucho tiempo hasta el primer puñetazo, que tuvo lugar cuando él ya la había conseguido “anular” como persona. “Le conocí en el pueblo con 20 años y cuando accedí a salir con él me preguntó si era un sí rotundo”, cuenta, “yo me fui pillando por él pero ahí se empezaba a ver ya el tema de la posesión”.
No era una relación fuera de lo considerado “normal” en esos tiempos (hace 30 años): “Nos empezamos a ver y me pagaba todo. A mí eso me pareció detallista y muy bonito porque era una época diferente”. Teo recuerda que se sentía querida cuando él empezó el servicio militar dos meses después de conocerle: “Se desplazaba siempre que tenía tiempo a verme, nos mandábamos dos cartas a la semana...”.
La relación fue avanzando y, ante la insistencia de su entonces novio, Teo dejó su trabajo y su casa para acompañarle en Madrid. En 1992 llegó la boda. “Tengo grabado que el día que nos casábamos, al subir al coche, me recriminó que me había puesto lentillas y no las gafas. Fue lo primero que me dijo”.
“Encontré otro empleo muy pronto en Madrid y la cosa iba bien y feliz”, rememora de los primeros años de matrimonio, ”él era muy mandón pero yo también tenía mi carácter. Había veces que chocábamos y él se quedaba cinco o seis días sin hablarme. Yo pensaba que tenía que ser así y empecé a reaccionar igual, pero la relación fue avanzando y también hubo momentos felices”.
Lo peor, cuenta Teo, vino cuando se quedó embarazada. “Cambió todo muchísimo”. Ella tuvo un embarazo “malo”: “Me escuchaba vomitar mucho y nunca se pasó por el baño para preguntarme qué tal ni darme agua, fui sola a la preparación para el parto, a las pruebas, a las ecografías... Jamás me acompañó a ningún sitio. Yo no tenía a nadie más en Madrid”.
Cuando nació el niño, “la situación fue empeorando porque mi pareja cogió unos celos enfermizos a mi hijo”. Si ella se dedicaba al niño, todo eran “broncas, voces, gritos...”. Pero él “no colaboraba en nada”. “Mi marido me acusaba de todo lo que hacía mal mi hijo, me contradecía si le castigaba y le daba la razón a él...”, lamenta.
A medida que el niño crecía en un entorno de violencia, “reproducía algunos de los comportamientos de su padre”. Ella dejó de estudiar peluquería para dedicarse de pleno a su casa y a su hijo. “Mi hijo me ha levantado la mano también, me ha amenazado con tirarme las cosas y yo no se lo he consentido”, asegura. Ahora, su hijo no le dirige la palabra y cree haber sido “abandonado”. “Lo echo de menos claro, le quiero y le querré hasta que me muera porque es mi hijo”, asegura Teo.
Pero, a pesar de llevar varios años sufriendo maltrato psicológico, el momento en el que ella comenzó a darse cuenta de que era una mujer maltratada fue “con el primer puñetazo”. Le partió el labio por “un problema de una herencia en la que había que invertir cierto dinero: Él, de la rabia, por yo haberle dejado dinero a mi madre, me pegó y empecé a sangrar”.
No fue consciente de lo que acababa de pasar. “Hice lo que me dijo: irme al baño a ponerme una tirita para que mi hijo no viese la sangre, al que le conté que tenía un herpes”. Su marido le pidió perdón. “Esa primera vez lloró, se puso de rodillas, me dijo que no sabía lo que le había pasado...”, evoca.
La violencia llegó hasta el punto de pegarla mientras ella dormía: “Me pegó puñetazos en la zona lumbar. Yo sentí una descarga eléctrica por todo mi cuerpo. El primer puñetazo no supe lo que había pasado. El segundo, fui consciente. Y el tercero me acabó de rematar”. Cuando ella le pidió explicaciones él le dijo que no podía dormir con sus ronquidos. No denunció ni dijo nada a su familia, pero sí dejó de dormir en la misma cama que él y desde entonces usó el sofá. “Yo también acabé gritando, tirando cosas al suelo, rompiendo cosas... No me reconocía”, dice.
El maltrato psicológico siguió empeorando. Con la excusa de controlar lo que comía su hijo, su marido comenzó a mirar todos los tickets de compra y el dinero que Teo gastaba. “Era insoportable, pero seguí aguantando y aguantando porque veía como algo normal que tenía que pasar en una relación”, dice Teo. “Me llamaba puta si se me veía un poco el sujetador, me decía que provocaba. Otro día me insistió en que hiciese topless en la playa y no lo hice. Después me dijo que había sido una prueba. Menos mal que no lo hice...”.
Tan duro era el trato hacia ella que llegó un momento en el que dejó de defenderse: “Me seguía insultando, me llamaba lo que quería, hacía conmigo lo que le daba la gana, con las cuentas del banco... Así me llegué a dar cuenta de que faltaban más de un millón y pico de pesetas [6.000 euros] que no se qué hizo con ellas”.
Así aguantó 25 años de casada hasta que, unos días que él se fue de vacaciones, Teo, que por entonces “tenía una anorexia encima que no era ni persona, además de vértigos, fribomialgia degenerativa y fatiga crónica” —“todo por culpa del maltrato”— se buscó un abogado para separarse. ”Él no se lo creía, creyó que lo perdonaría una vez más”, recuerda. Cuando le dijo a su marido que esta vez era verdad, este aprovechó un fin de semana que su hijo no estaba en casa para hacerle la vida imposible. “Te vas a cagar, te vas a arrepentir”, le amenzó.
“Empezó a darme empujones, me perseguía insultándome, que si era tonta, gilipollas, loca... Yo ya ni entraba ni contestaba. Me empujaba, me encendía las luces cuando yo me iba a dormir, me ponía la tele y la radio a todo volumen cuando yo dormía... Me amenazó con que me rompería la cabeza contra el suelo”. Tras dos días así, el domingo por la mañana, Teo aprovechó un momento de descuido para quitar los cuatro cerrojos de la puerta y correr escaleras abajo.
“Ya estaba vestida y saliendo por la puerta pero me oyó y salió como un loco a por mí, así que eché a correr como pude, porque llevaba muleta”. Estuvo un rato dando vueltas por su barrio, alejándose de su casa, hasta que se refugió en un garaje.
Llamó al 016, que mandó a la policía a buscarla. Su marido fue detenido pero, antes de que se lo llevasen y ya en manos de los agentes, se giró para decirle que cuando le soltasen no quería verla en su casa. Después del juicio sería puesto en libertad.
La familia de Teo nunca la creyó, apoyando así al agresor. “Cuando hablé con mi madre y le conté lo que había hecho me dijo que si estaba loca, que tenia al pueblo escandalizado, que si sabía lo que había hecho... Pero yo seguiré con mi verdad por delante y jamás me echaré para atrás ni le quitaré la denuncia”. Eso sí: se vio sola en todo ese proceso: “Estuve sola durante la denuncia, esperando a mi abogada que me habían asignado... Sola”.
Al no tener partes médicos o signos probatorios del maltrato, se archivó la orden de alejamiento. Por lo que hoy, cuatro años después, Teo puede encontrase a su agresor por las calles de su pueblo o de Madrid. “Si hubiese llevado el ojo morado por ejemplo o si hubiese ido rajada, podrían haberle mantenido detenido, pero le tuvieron retenido hasta que yo salí del juzgado únicamente”. Lo que sí tiene es un policía de seguimiento con quien puede ponerse en contacto cuando lo necesite.
Después de aquello y sin haberse dictado aún sentencia de los juicios gananciales, Teo se ha visto en la calle. Sin la casa y sin ingresos. Se ha dejado los ahorros “en comer y alquilar una habitación” en un piso compartido. “También me han ayudado en Cruz Roja con los alimentos, porque él se quedó con todos los gananciales diciendo que yo era una muerta de hambre ya que en su día pusimos muchas cosas que compramos a su nombre”. Pero, a pesar de las dificultades que va sorteando, Teo está “feliz”: “Empiezo a tener mis trabajillos de peluquería y pequeños ingresos, así que no he tenido que renunciar a mi vida en Madrid”.
Ahora tiene a sus amigas, a la Fundación Ana Bella y los talleres de empoderamiento. Ha empezado a rehacer su profesión y está a punto de terminar sus estudios de peluquería: “Pienso retomar mi trabajo y salir adelante como una jabata, que lo soy”.
Si algo tiene claro Teo y clavado en la mente es que no es una víctima de violencia de género y anima a las mujeres que han pasado por lo mismo a pedir ayuda: “Yo soy una superviviente. He sobrevivido a un maltrato de muchísimos años. Firmé el divorcio y empecé a ser libre. No soy una víctima, así que no consiento que me lo llamen. He conseguido mi libertad con el valor de denunciarlo y, como yo pasé todo eso sola, ahora pienso seguir ayudando a otras mujeres a sobrevivir”.
Antes de irse, Teo saca la cartera y enseña una foto que guarda en el móvil de cuando vivía aún dentro de esa pesadilla, en la etapa de la anorexia. La imagen impacta. Desde luego, la mujer que sujeta el móvil orgullosa de su progreso es otra. Ella también es consciente.