Sinceramente, se me daba mejor mi trabajo antes de dejar el alcohol
En mi sector, los encargados de las contrataciones se jactan de sus tácticas agresivas. Ser agresivo significa simplemente ser insistente. Muy insistente.
Como cazatalentos, soy un profesional 100% motivado por las comisiones de venta. Contrato gente para puestos de trabajo difíciles de cubrir. Encontrar "ardillas moradas", que en nuestra jerga significa encontrar a un candidato perfecto que quizás ni siquiera existe, no es fácil. Requiere investigación, insistencia y estar dispuesto a hacer llamadas en frío a muchas personas en busca de ese candidato ideal. Vivo por y para el trabajo y solo cobro por objetivos. En mi profesión es habitual no comer hasta que no colocamos a una persona en un puesto de trabajo, y no nos consideran profesionales exitosos si no multiplicamos esa persona por 30 cada año.
Estuve bebiendo alcohol de forma habitual y abundante y lo mantuve oculto de mi familia y mis amigos durante casi 10 años hasta que busqué ayuda para mi adicción. En esa época, pensaba que beber alcohol ―y recuperarme de forma diaria― me motivaba. Podía despejarme con una taza de café y algún ibuprofeno. La perspectiva de tomar más alcohol a la hora de comer o después del trabajo me impulsaba para hacer las llamadas y lograr mi comisión. La idea de abrirme paso a lo largo del día para tomar la próxima bebida (o las próximas seis) era como ser azuzado con una zanahoria ante mis narices, solo que en vez de una zanahoria era una botella de cerveza Skol.
Antes podía ponerme a hacer llamadas como un poseso. ¿100 llamadas al día? Sin problema. Podía concentrarme más porque me sentía motivado por la victoria y por mi forma de recompensarme a mí mismo con alcohol cuando la lograba. Cuando bebía, me preocupaba menos por mi conducta y mis métodos para asegurarme el cobro, aunque eso implicara enfadar a algunas personas. Me importaban menos mi tiempo y mis esfuerzos y eso se traducía en éxito, aunque provocara que mi vida personal se tambaleara.
Me acabé dando cuenta de que tenía que cambiar algo una noche tras haber estado el día entero atiborrándome de vodka barato. Estaba a punto de perder el sentido cuando me di cuenta de que ya no era capaz de hablar. Sentía que mi cerebro se había apagado, como si me hubiera desmayado con los ojos abiertos.
Cuando mi mujer me encontró, se quedó paralizada y temió que estuviera sufriendo un derrame o un ataque epiléptico. Estuvo a punto de llamar a emergencias, pero conseguí detenerla. Cuando por fin recuperé el habla, me vine abajo y le hablé de la adicción que había estado ocultándole todos esos años. Le había ocultado cada gota, botella, recibo, compra con tarjeta de crédito, día enfermo, sesión de vómitos, día de ojos enrojecidos, resaca, laguna mental, objeto perdido, sesión de conducción borracho, noche sin dormir y desaparición de la vida de mis seres queridos.
Sabía que, para dejar de beber, debía emprender un programa de desintoxicación. De conformidad con mi mujer, hice planes para ir al Central DuPage Medical Center de Illinois en busca de tratamiento. Dejar atrás a mis hijos fue duro. Lloré. Soy lo suficientemente hombre como para admitirlo. Desde que nacieron, nunca había estado más de 17 horas separado de ellos. Dejar atrás a mi esposa, que no estaba nada contenta conmigo en esos momentos, también fue duro. La quiero un montón; me destrozaba saber que mi problema con la bebida había creado una brecha entre nosotros capaz de poner en peligro nuestra familia.
Cuando les conté a mis jefes, en la pequeña empresa familiar de cazatalentos en la que trabajaba, que necesitaba ir a un centro de desintoxicación, fueron increíblemente comprensivos y solo me dijeron: "Es probable que no seas el único de aquí que lo necesita, chico. Te deseamos lo mejor. Recupérate, tu puesto te estará esperando aquí cuando vuelvas".
La desintoxicación fue dura y, al mismo tiempo, en cierto modo, sencilla. Supongo que cuando estás hasta arriba de valium, como yo en la clínica, todo te parece viable. Me daban ese medicamento para que no sufriera convulsiones durante los cuatro largos días que duraron los intensos sudores y la peste del alcohol que me salía por la piel. Sentía el cerebro dentro del cráneo transformado en una mezcla de huevo frito y helado.
Tras una semana de desintoxicación, pasé otra semana en rehabilitación como paciente de día. Poder volver a casa al final del día fue una bendición. Así podía ver todas las noches aquello por lo que luchaba y recordarme a mí mismo por qué conducía todos los días a la clínica para poner fin a mi problema con la bebida.
Una vez terminada la desintoxicación y la rehabilitación, tomé la ruta de Alcohólicos Anónimos y proseguí mi recuperación yendo a reuniones y tratando mis problemas con las personas que mejor entendían por lo que estaba pasando. Dos semanas después de dejar el alcohol, volví a mi oficina sobrio y sin resaca por primera vez en años. A día de hoy, sigo mi recuperación a través de una combinación de reuniones y un importante sistema de apoyo por parte de familiares y amigos, que han estado a mi lado durante todo el proceso.
El primer mes tras reincorporarme al trabajo lo pasé intentando recuperar sensaciones con mi vida profesional. Antes de ir a rehabilitación, había alcanzado el Partners Club, la élite a la que solo llegan los cazatalentos que cierran un determinado número de contrataciones al año. La mayoría de los años fui lo que se puede decir claramente exitoso y constante en cuanto a los beneficios que generaba. En líneas generales, los candidatos surgían con relativa facilidad, mis clientes acababan satisfechos y mis jefes estaban contentos con mi trabajo, pero ninguno de ellos sabía que la mayoría de los días estaba con resaca o algo bebido por el alcohol que tomaba a la hora de comer.
Transcurridos unos cuantos meses desde que dejé la bebida, todavía no había cerrado ni una maldita contratación. Había perdido el brío y lo peor de todo es que me daba igual (en el trabajo, por lo menos).
Mi lucha al principio giraba en torno al hecho de que trataba de ser el "yo" de antes de desintoxicarme. La sobriedad básicamente había cambiado mi actitud hacia el mundo. Había vivido en un interminable túnel donde solo cabía el trabajo, la bebida y dormir, y cuando salí de ese túnel y vi todo lo que sucedía a mi alrededor, fui incapaz de volver a concentrarme en mis objetivos laborales.
Me di cuenta de que había muchas cosas que hacía mejor que antes de estar limpio. Podía devorar un libro en cuestión de días. Podía pasar tiempo con mis hijos en vez de enfadarme con ellos. Podía mantener conversaciones con la gente sin buscar continuamente una excusa para escabullirme al garaje para seguir bebiendo a escondidas. Mi trabajo, en cambio, no fue una de las cosas que podía hacer igual de bien que antes. Lo cierto es que era un mejor cazatalentos cuando bebía.
Ahora que no bebo, soy más minucioso a la hora de encontrar al candidato "ideal", no solo un culo para ocupar un asiento. Paso mucho tiempo ―demasiado, quizás― buscando al candidato que cumpla todos los requisitos en vez de estar dispuesto a pasarle al director a casi cualquier candidato y esperar que, de algún modo, encaje. También soy más meticuloso en las formas de completar los proyectos. Puede que pienses que esto me convierte en un mejor empleado, pero teniendo en cuenta que mi trabajo se rige por los números, este nuevo enfoque ha demostrado ser menos lucrativo que el que tenía cuando bebía. Sin alcohol en mi vida, me encuentro en una extraña encrucijada en la que soy mejor en mi vida personal y peor en lo que me permite pagar las facturas.
Y aun así me da igual. Reconquisté mi amor del instituto, la mujer con la que llevo 13 años casado y con la que estoy construyendo una relación sólida con mis hijos, que por suerte no llegarán a recordar a un padre alcohólico. Es suficiente recompensa para mantenerme sobrio, aunque implique ganar menos dinero. Ha dejado de ser una prioridad para mí saber si mi carrera profesional volverá a ser tan exitosa como antes. Puedo encontrar otro trabajo, pero no puedo reemplazar con nada el amor de mi familia y los recuerdos que estoy creando con mis hijos.
Tras un tiempo en esta senda, me he dado cuenta de que llevar una vida libre del alcohol no consiste en encontrar al nuevo y deslumbrante yo al final del túnel. En realidad es al contrario. Sin la venda en los ojos, consiste en encontrar al verdadero e imperfecto yo. Y no es sencillo. A veces echo de menos al tío salvaje y exitoso que era. Mentiría si dijera lo contrario. Sin embargo, la senda en la que estoy es una senda en la que hay que estar y mantenerse atento, sincero y con mi familia. Si tengo todo eso, no puedo pedir nada más.
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.