Si tuviera que elegir...
Acaba el plazo. Bueno, el primero, que no entiendo yo muy bien eso de que ahora se elige y luego vuelven a elegir los compromisarios (que como todo el mundo sabe, son los más próximos al aparato). Pero sea como sea, la décima parte de la ínfima cantidad de afiliados que ha resultado tener el PP, han terminado de votar.
Qué nervios. Y es que, si yo fuera afiliada, la verdad, no sabría que votar. Me pongo en la piel de los militantes, toda la vida acostumbrados a que se lo dieran hecho y ahora, de la noche a la mañana, un montón para escoger. Seguro que habría muchos que no comulgaban con Rajoy, pero es lo que había, y sin complicaciones.
Pero la vida moderna les ha complicado la existencia. Menudo trago. Si miro a Cospedal, me vienen de golpe todos los inmisericordes hachazos en Castilla-La Mancha; de Soraya, qué queréis que os diga, con sus pucheritos falsos mientras anunciaba un recorte tras otro; Margallo no es que nos pusiera precisamente en el mundo, y Casado... es que no puedo evitar que se me represente Aznar cada vez que lo miro. Los nuevos, pues no sé. El Juanrra es un tipo simpático, pero no creo que llegue más allá. Y si llega, ya lo corregirán en el Congreso que viene a continuación.
Así las cosas, y sin meterme en complicaciones de quien está en la derecha derechísima, un poqutin más acá o tira ligeramente al centro, la verdad es que las cosas están difíciles, a tenor que lo que estamos escuchando estos días, críticas y reproches de unos a otros, que luego serán difíciles de retirar, aunque unos y otros/as repitan el mantra de que, al día siguiente, y gane quien gane, todos tan amigos.
Mientras se afanan, carretera arriba y abajo, en conseguir fieles para su causa, me ha dado por pensar en el registrador Rajoy, disfrutando de la que ha liado, mientras echa una firma de cuando en cuando y juega la partida en un bar de Santa Pola. Y por alguna extraña asociación de ideas me he trasladado al Macondo de Cien Años de Soledad, a las discusiones entre el coronel Buendía y don Apolinar Moscote, miembro efectivo del partido conservador, para quien los conservadores eran los defensores de la fe de Cristo, del principio de autoridad, y no estaban dispuestos a permitir que el país fuera descuartizado en entidades autónomas, frente a los liberales, que eran masones; gente de mala índole, partidarios de implantar el matrimonio civil y el divorcio.
Y el coronel Aureliano Buendía, cansado y curtido en mil batallas, antes de desengañarse de todo y de retirarse a crear pececitos de oro, termina constatando que "la única diferencia actual entre liberales y conservadores, es que los liberales van a misa de cinco y los conservadores van a misa de ocho" .
Pues eso. Igual tampoco es tan difícil elegir.
Este post fue publicado originalmente en el blog de la autora