Si mi hijo se disfraza de princesa en Halloween, ¿qué pasa?
La experiencia me ha demostrado que cuando mi pequeño traspasa las fronteras de los estereotipos, soy la única que le apoya.
“Mamá, ¿podré disfrazarme de princesa en Halloween?”.
Como madre, no suelo quedarme sin palabras de ánimo en la recámara, pero esta vez me quedo en el limbo entre la pregunta y la respuesta, en silencio. Visualizo ese cambio de disfraz de última hora y me pregunto si podemos aprovechar algo del disfraz de Indiana Jones que habíamos conseguido preparar. Tal vez podamos echarle un poco de purpurina al sombrero de fieltro. Noto que se me tensan los hombros con esta nueva idea, pero no porque me parezca una idea horrible. Personalmente, me encanta ese nuevo plan, pero la experiencia me ha demostrado que cuando mi pequeño traspasa las fronteras de los estereotipos establecidos de la masculinidad, soy la única que le apoya.
En cuanto a Halloween, a mi hijo de 6 años siempre le ha gustado disfrazarse y recorrer el barrio. Cada año, mi marido y yo apoyamos sus adorables ideas y elaboramos el concepto del disfraz, porque Halloween es el momento en el que mi hijo puede mostrar su superhéroe oculto. Da igual lo que elija, apoyamos las opciones que nos da hasta que toma la decisión definitiva. He visto a mi hijo crecer desde disfraces pequeños elegidos por mí, como cuando fue de calabaza, hasta disfraces más grandes cuando empezó a elegir él, como el de oso comiendo miel, y el hecho de elegir disfraz siempre ha sido para él una forma de explorar su lado creativo, y para nosotros, una forma de validar su imaginación.
Al verle por la calle luciendo su disfraz, le veo con la cara tan radiante de alegría como la varita luminosa que lleva y los vecinos aprueban el disfraz que ha elegido cuando le dicen “ooh” o “aah”. Este año, si mi pequeño quiere desvelar su princesa interior, me aterra que esos “ooh” y “aah” tengan un motivo completamente distinto.
Si hubiera tenido la idea de disfrazarse de princesa hace tres años, mi única preocupación habría sido encontrar un vestido que viniera con tiara. Era más inocente. No se me habría ocurrido que estaría educando a mi hijo al margen de las convenciones sociales. Cuando era más pequeño, mi hijo dijo claramente que para él no había ninguna división entre juguetes de niñas o de niños y yo no vi ningún motivo para alejarle de las cosas que le gustaban. Cuando mi hijo quería acunar a su muñeca, a mí me parecía bien y pensaba que a los demás también les parecería bien.
Una de las primeras veces que mi hijo fue a jugar con sus compañeros de la guardería, una niña de 4 años le dijo que “los chicos no juegan con muñecas” y le quitó la muñeca. En cuanto dejó de tener el juguete en las manos, su rostro reflejó la confusión y la desilusión que sentía.
Con el paso de los años, he aprendido a leer muy bien las emociones de mi hijo. He aprendido a interpretar hasta sus parpadeos y ahora sé distinguir si quiere galletitas de queso o si necesita llorar. En esta ocasión era más bien lo segundo. Comparó la verdad de la niña con la suya propia y acabó decidiendo que la de ella tenía más valor, de modo que cogió un camión.
Se me desplomó el corazón y me quedé paralizada. Vi a mi hijo arrastrando el camión por el suelo y luego me fijé en la otra chica, que jugaba tanto con camiones como con muñecas. Para ella no había problema con tener juguetes “de chico” y juguetes “de chica”, pero, por algún motivo, mi hijo no podía. La hipocresía de la situación me impactó como una bofetada.
Cogí la muñeca del suelo y se la devolví a mi hijo. “Cariño, los juguetes son para todo el mundo. Si quieres, puedes jugar con la muñeca”. Volvió a tomar la muñeca y sus ojos revelaron un alivio profundo. En ese momento le pude dar la confianza que necesitaba, y yo, encantada.
Conforme crecía mi hijo, incidentes como este se convirtieron en recurrentes. Los adultos miraban a mi hijo cuando mostraba interés en la sección femenina de la juguetería. Sus compañeros de clase le decían cuáles eran los “libros para chicos” de la biblioteca del colegio. Y está aquella vez del parque.
Un día después de salir de la guardería, mi hijo y yo estábamos en un parque y él estaba hablando con varias chicas. Hablaban sobre cuáles eran sus princesas Disney favoritas. A mi familia le gustan los finales felices, así que en infantil, mi hijo ya había visto muchas películas de Disney y no le costó elegir a su heroína favorita. Me encantó verlo participando en la conversación sin ningún esfuerzo y pasándoselo bien. Luego oí las risas.
“¿Conoces a las princesas Disney?”, dijo un padre entre carcajadas.
Mi hijo miró sorprendido al padre y empezó a captar que debía de ser algo terriblemente equivocado que un chico supiera algo de princesas. Se quedó callado. Vi que mi hijo se refugiaba en la zona de juegos del parque y me dolió notarle tan avergonzado.
He oído historias de que en situaciones de peligro, hay padres que sacan fuerzas sobrehumanas para levantar coches de encima de sus hijos. Ojalá a mí me hubieran llegado fuerzas para levantar esa losa de vergüenza de encima del pecho de mi hijo y lanzarla al pasado. Rara vez me cabreo, pero noté que mi frustración crecía y exploté con la mejor respuesta que se me ocurrió. Ya sé que no fue demasiado ingeniosa:
“¡Sí, sabe sobre princesas!”, le espeté al hombre. “Y eso está genial”, le sonreí a mi pequeño.
El padre dejó de reírse y ahí terminó todo.
Después de aquello, mi hijo y yo mantuvimos una conversación sobre por qué es perfectamente aceptable que le gusten las películas de princesas. Me pareció que lo entendía y que, con suerte, había rescatado su corazón del fondo de un montón de años de vergüenza, pero daba la impresión de que la alegría que antes encontraba en un mundo en el que todos los juguetes tenían la misma validez se estaba esfumando.
Ver a un niño con un vestido puede ser impactante, pero ¿debería serlo? Cuando era pequeño, mi hijo no lo veía así. Cuando fue suficientemente mayor para hablar, me dijo que le gustaban los colores llamativos de los vestidos de las princesas. Cuando tenía 3 años, tenía una caja llena de disfraces que iban desde trajes de Peter Pan hasta camisetas viejas. Además del disfraz de Spider-Man, otro de sus disfraces favoritos era un vestido de Disney. Cuando tenía 4 años, las zapatillas de verano que escogió fueron unas Crocs de las princesas de Frozen, Anna y Elsa.
Para mi hijo, la ropa nunca ha tenido distinción de género; mi marido y yo tampoco le hemos llevado la contraria. Por eso no hemos tenido que preguntarnos qué significa todo esto en cuanto a la identidad de género de mi hijo, aunque en última instancia, tampoco importa. Apoyaré a mi hijo se identifique como se identifique, pero eso es adelantar demasiado los acontecimientos y, ahora mismo, esto no es una cuestión de género. Cuando veo que mi hijo juega con todos los juguetes que tiene a mano, veo que su diversión no depende de ningún sexo en concreto, sino de su imaginación. No es más que un niño pequeño que se lo pasa bien jugando y desentrañando quién es y cómo encaja en este mundo, incluso con disfraz de princesa.
Si mi hijo lleva un disfraz de princesa en Halloween, quiero pensar que los adultos y los otros niños recordarán que es un niño pequeño con un gran corazón bajo toda esa ropa llena de purpurina, pero no estoy segura de que lo vayan a hacer. Los padres tienen el derecho a educar a sus hijos como crean conveniente y los niños pueden ser como quieran, pero me duele el corazón cuando aplastan los sentimientos de mi hijo pequeño solo porque decide utilizar unos juguetes que no encajan con los que los estereotipos dicen que tiene que jugar.
Por eso me da más miedo mi hijo disfrazado de princesa que Freddy Krueger asomándose a mi ventana. Siento el impulso de sobreprotegerlo y de hacer cualquier cosa para blindar su corazón. Al dar un paso atrás, me pregunto si no estoy dándole demasiadas vueltas al tema del disfraz, pero recuerdo que para un niño, un comentario denigrante puede cambiarle la vida. He visto cómo niños no mucho mayores que mi hijo han tomado decisiones honestas y auténticas y por ello han sido acosados y avergonzados durante años. Visto así, ese impulso por proteger a mi hijo ya no me parece exagerado.
¿Qué puedo hacer para protegerlo de las posibles burlas que reciba en Halloween? ¿Voy puerta por puerta para avisar a los vecinos? ¿Regaño a los niños que se rían de él cuando lo vean? ¿Me pongo a lanzar huevos a los coches de quienes se hayan portado mal con él? Tengo muchas opciones, pero probablemente no sean muy beneficiosas para él.
Estoy viendo una nueva fortaleza y determinación en mi hijo. Está aprendiendo a defender lo que le gusta. Un ejemplo de ello es que ha pedido un disfraz de princesa pese a todas las críticas que ha recibido. Por eso, en vez de lanzarles huevos a los que se burlen en Halloween, se me ha ocurrido un plan mejor.
Voy a afianzar la fortaleza interior que estoy viendo en mi hijo. En vez de protegerlo de cualquier suceso desafortunado, he decidido reforzar su confianza y su tolerancia. Utilizaré estas situaciones para hablar de los prejuicios de género y de la inclusividad para corresponder a su camino de aceptación. Me doy cuenta de que el trayecto que está recorriendo le está permitiendo sentir confianza y aceptación por sí mismo. Con suerte, a través de decisiones como esta, verá lo limitadas que pueden ser sus opciones y quizás algún día dejará de buscar la validación de los demás.
Pese a los reveses que ha sufrido en los últimos años, mi hijo sigue haciendo preguntas relacionadas con las diferencias entre sexos, como: “Mamá, si las chicas pueden llevar pantalones, ¿por qué no pueden los chicos llevar faldas?”. Hace las preguntas correctas y ojalá yo tuviera las respuestas correctas. Me encantaría decirle a mi hijo que puede llevar faldas y que no le van a mirar, pero no puedo. Sí que puedo decirle que hace no mucho tiempo, las mujeres no podían llevar pantalones sin recibir críticas, y tal vez eso le enseñe que es posible lograr el cambio. Supongo que podría reconducir a mi hijo este Halloween para evitar otro varapalo, pero de ese modo no le estaría apoyando.
Siempre estaré aquí para mostrarle mi amor a mi hijo cuando tome decisiones, sobre todo si los demás no lo hacen. En un mundo ideal, mi hijo podría jugar y vestirse como le diera la gana sin sufrir consecuencias. Como ese mundo solo existe en mi corazón, me limito a desear que la gente sepa ver más allá de la etiqueta de género cuando mi hijo juega con una muñeca en vez de con un coche de carreras. Tengo la esperanza de que experimenten de primera mano la alegría que ilumina su rostro cuando puede utilizar la imaginación para un juego que no tiene distinciones de género. Ahora mismo sabe que va a tener a su familia apoyándole, y quizás eso sea suficiente para cambiar su mundo.
“Mamá, ¿podré disfrazarme de princesa en Halloween?”.
“Sí, claro que puedes”. Una sonrisa se dibuja en su rostro y sus dos bracitos me dan un gran abrazo.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.