Señor ministro de cultura: no sea usted un error
Debe ser usted un buen gestor, no me cabe duda, pero empezó mal. Usted nos llega como un político, no un hombre de la cultura, en todo caso del deporte.
El titular puede llevar a pensar que este artículo tiene una intención destructiva, cuando es todo lo contrario, si bien el asunto es de una importancia tal para la cultura española que me cuesta andar con diplomacia. Parto de la consciencia de que este ministerio tiene relativamente pocas competencias, al haberse transferido la mayoría a las comunidades autónomas. También soy consciente de que los problemas de la cultura española no se resuelven desde un despacho con decisiones a corto plazo pero lo que se acaba de nombrar es un ministro de cultura. Nada menos. Bueno, sí, también de deportes. Los ministerios españoles producen unas parejas verdaderamente extrañas.
Señor José Manuel Rodríguez Uribe: debe ser usted un buen gestor, no me cabe duda, pero empezó mal. Usted nos llega como un político, no un hombre de la cultura, en todo caso del deporte. Declaraba al asumir la cartera de manos de José Guirao que “la cultura es cine, teatro, libros, museos, música… pero también son valores”. No, no, ministro, valores no, eso lo traemos de casa. Háblenos de cine, teatro, museos y música, denos gestión y soluciones. En el caso que me compete denos una ley de mecenazgo, que si bien dependerá de Hacienda usted es quien debe pasar a la historia habiendo conseguido el mayor logro para la cultura española. Una ley de mecenazgo que solventaría la mayoría de problemas, que situaría la cultura en cimas que merece, a la altura de nuestros vecinos. Una ley de mecenazgo que ayude a la conservación de un patrimonio artístico, histórico y etnográfico que no tiene parangón. Háblenos de eso, háblenos de que la cultura es una industria prioritaria, que vamos a recibir el apoyo que repercuta no solo en el PIB español sino en el valor simbólico de un país cuya grandeza reside en Cervantes, Picasso o el flamenco.
Cada grupo del sector tendrá una necesidad, como la música, que pide cerrar la reforma pendiente de la Ley de la Propiedad Intelectual. La patata caliente de la SGAE y el eterno estatuto del artista son cuestiones centrales pero déjeme, ministro, que repita el que debe ser asunto prioritario de su mandato: la ley de mecenazgo.
Sé muy bien que en una toma de posesión se hace un discurso político y en ese tono declaró usted que sabía muy bien escuchar, dialogar y buscar soluciones a los problemas del sector que sean “satisfactorias para todas las partes”. No, ministro, usted no es la ONU y la cultura no son tribus africanas enfrentadas. En el sector hay uniones y posturas comunes con las lógicas divergencias y algunos enfrentamientos pero su labor es clara y debe ser ejecutiva. Tiene usted un reto frente a su antecesor, que era lo que podríamos llamar “uno de los nuestros”. José Guirao, que contó con el afecto del sector, no tuvo tiempo de cumplir con los grandes retos si bien deja el buen sabor de boca de quien lo intentó. Debe usted tener en cuenta que la historia de la cultura española es la de los malos ministros, una historia de cosas sin terminar de resolver, de políticos que, como paracaidistas, caían en este ministerio que es considerado por muchos un trampolín y poco más.
El sentido constructivo de este artículo está en el hecho de que el sector cultural español es tremendamente profesional y agradecido pero no hemos tenido demasiados ministros a la altura, por no decir que tal vez uno o dos en casi 50 años de democracia. Sea usted uno de ellos, sea el mejor. No pase a la historia como otro político que transitó por el despacho camino de otro cargo, sea el ministro que negoció y consiguió la ley de mecenazgo que cambió para siempre la cultura española.
Sea valiente. No sea un error.
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