Seguimos fallando en productividad
No hace mucho llegaba hasta nosotros el último informe de previsiones económicas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Según éste, España es el segundo país de un conglomerado de 24 países en el que menos ha crecido la productividad en los últimos veinte años. En concreto, nuestro país ha registrado un ascenso medio anual del 0,1%, una miseria en comparación con el 1,5% que ha cosechado la media de las naciones incluidas en el estudio.
Para solucionar este problema, endémico en España, la OCDE nos recomienda reducir las diferencias regulatorias que existen entre comunidades autónomas y reformar el mercado laboral. Sin embargo, este mal resultado no sólo va unido a la legislación y la burocracia, también a ciertas tendencias sociales y culturales que nos han inculcado desde siempre.
Muchos empresarios siguen obcecados en que sus empleados más valiosos y productivos son aquellos que dedican más horas a su trabajo. O aquellos más perfeccionistas que pierden un tiempo muy valioso en pulir detalles. Así nos lo han enseñado desde pequeños, que tenemos asumido e interiorizado y, sin embargo, es algo que está a años luz de la realidad.
Ser productivo significa dedicar tiempo a las tareas fundamentales, aquellas que nos van a dar una mayor rentabilidad: tener reuniones con interlocutores interesados en nuestro producto, captar clientes, hacer seguimientos de presupuestos y peticiones, etc. El problema es que apenas dedicamos dos o tres horas semanales a estas acciones. Dos o tres de las 40 oficiales que supuestamente cumplimos. Porque, en la mayoría de los casos, son más.
Ser productivos significa trabajar menos y conseguir más resultados, y para alcanzar esa meta primero tenemos que aprender a planificarnos, ya que, en general, las agendas están plagadas de tareas que entorpecen el rendimiento.
Por otra parte, poco se incide en establecer una buena comunicación con los distintos equipos que conforman una organización. Dejar que fluyan las conexiones y el diálogo entre las distintas partes es muy beneficioso para la empresa, puesto que ayuda a trabajar con mayor agilidad, aprovechando sinergias, y evita los típicos errores que nos terminan obligando a empezar de nuevo.
También podemos ganar tiempo en nuestro trabajo si eliminamos las distracciones. Se calcula que cada vez que algo interrumpe nuestra concentración, retomarla puede traducirse en 20 minutos de demora, que es el tiempo que le lleva al cerebro volver a enfocarse en el punto en el que se había quedado previamente.
Y, por supuesto, como dice nuestro Método de las Cajitas, hay que aprender a delegar y a confiar más en nuestros compañeros de equipo. Ninguno somos imprescindibles, y tener a alguien de apoyo junto a nosotros nos evita tareas que nos impiden centrarnos y producir en aquellas áreas en las que tenemos un mayor potencial.
Por ejemplo, contar con una persona especializada en secretariado y administración para encargarse del teléfono, las facturas, las fotocopias, etc. (todas ellas necesarias para el desarrollo de nuestro negocio) nos dejará más tiempo para dedicar a las visitas de clientes, a las reuniones con inversores o a planificar estrategias evitando llamadas que nos desconcentren.
Pautas como éstas nos ayudarán, tanto si somos empresarios como empleados, a aprovechar más el tiempo y a rendir en las horas justas. Podremos cumplir con nuestros objetivos en periodos más cortos y contaremos con más tiempo para dedicar a nuestra vida personal, que normalmente es lo que despierta nuestra felicidad.
Es más, mejorar esa calidad de vida y esa felicidad servirá para encarar mejor nuestro día a día laboral, mejorando nuestro rendimiento. Es decir, son acciones que se retroalimentan de forma positiva y que van a redundar en los resultados de nuestra compañía, convirtiéndola en una organización mucho más productiva.
Por eso, es importante cambiar el chip desde ya, enseñar a los empresarios del presente y del futuro que la palabra productividad no está, ni de lejos, asociada al concepto de calentar la silla ni a pasar horas y horas delante del ordenador, si no a aprovechar el tiempo al máximo.