Se buscan familias que necesiten un pueblo y pueblos que necesiten familias
La Fundación Madrina ayuda a realojar a personas que huyen de la miseria en Madrid, buscando para ellas un pueblo dispuesto a acogerlas.
“¿Alguno tiene problemas para pagar el alquiler o su casero le ha dicho que se vaya? ¿Alguno está viviendo de okupa? Estamos realojando a familias de 2, 3, 4 o 7 hijos. Si alguno tiene un problema de este tipo, que nos lo diga ahora, a mí o a la trabajadora social, y os apuntamos”, proclama Conrado Giménez, presidente de la Fundación Madrina, desde la escalinata de la plaza de San Amaro en Madrid.
Es viernes por la mañana, y las colas de personas —sobre todo mujeres— a la espera de alimentos rodean toda la plaza. Entre ellas están Susana, Tamara y Juliana, aunque ese día no se han desplazado hasta allí para recibir legumbres, fruta, arroz o aceite. Esperan a Conrado y a otros voluntarios de la Fundación, que cada semana organizan un viaje por varios de los pueblos que están dispuestos a acoger familias a las que se les hace imposible vivir en la capital desde que comenzó la pandemia.
El proyecto de Pueblos Madrina no es nuevo, pero la crisis del coronavirus ha disparado la cantidad de solicitudes que recibe la Fundación. La burocracia y el proceso de reubicación, en cambio, van más lentos que la necesidad de las familias, que cada día se acrecienta un poco más.
“¡Si pudiera mudarme mañana, me mudaba!”
“¡Si pudiera mudarme mañana, me mudaba!”, exclama Susana, madre de cuatro hijos que actualmente vive en un piso de Madrid con ellos, con su pareja, con su hermana y con el hijo de esta. Antes de la pandemia, su marido hacía “chapucillas” y, aunque no le daban de alta, les llegaba para vivir. Ahora se ven hacinados y con el agua al cuello. Susana tiene que medicarse para lidiar con la ansiedad.
La mujer se apuntó al proyecto de Pueblos Madrina sin saber muy bien a qué destino podrán mudarse finalmente, o cómo será empezar allí la vida de cero, pero no tiene miedo. “Es la temporada de la fresa, y en esa zona hay muchos mataderos”, dice, confiada.
La zona de la que habla Susana se encuentra en la provincia de Ávila, donde la Fundación ya ha realojado al menos a seis familias. “Hemos empezado con Ávila, pero ya nos están llamando de otras zonas de España”, comenta Mar Palacios, ‘madrina’ de la Fundación, que pone en contacto a las familias con los Ayuntamientos, y las ayuda a adaptarse al pueblo y a buscar trabajo.
“Mientras haya niños, hay vida. Si no, sería un pueblo muerto”
“Estamos consiguiendo que no se cierren los colegios”, celebra Conrado Giménez. “Con la llegada de dos familias a Santa María del Berrocal, con 4 y 7 niños cada una, en lugar de cerrar el colegio, van a abrir dos aulas más”, cuenta el presidente de la Fundación.
El objetivo con este proyecto es que todas las partes ganen: las familias, por un lado, en calidad de vida; los pueblos, por otro, para que no acaben vacíos y puedan mantener sus servicios, principalmente el colegio, con la llegada de nuevos niños. “Se trata de garantizar que al menos durante una o dos generaciones, el pueblo sobreviva”, afirma Giménez.
Los vecinos de La Torre, en Ávila, escucharon hablar de esta iniciativa y se pusieron manos a la obra. El municipio tiene unos 130 habitantes censados, pero sólo cuatro niños en edad escolar, de 11, 9, 7 y 5 años. “Con tres niños ya no nos mantienen el colegio”, explica Ana, vecina del pueblo. A los torreños les urge la llegada de nuevos vecinos, sobre todo porque el niño de 11 años termina sexto de primaria este curso, y el próximo irá al instituto.
La tradicional ‘casa de la maestra’, propiedad del Ayuntamiento de La Torre, se ofrece ahora como morada para una nueva familia que esté dispuesta a mudarse al pueblo. “Ya no es sólo porque mantengan el colegio, es porque habiendo niños da vida al pueblo”, dice María Ángeles, vecina y exalcaldesa de La Torre. “Mientras haya niños, hay vida. Si no, sería un pueblo muerto”, insiste. La mujer sostiene que no quieren “ser sólo un pueblo de verano”. “Un pueblo no se mantiene sólo de eso; se mantiene del día a día. Estamos a 20 minutos de Ávila, estamos al lado de Muñana, que tiene caja, tiene banco, tiene centro de salud”, enumera.
En la Torre no hay tiendas ni servicios de Urgencias, pero el médico acude dos veces por semana, y el panadero va todos los días, como el frutero y el carnicero. Hay una línea de autobús que los conecta a diario con Ávila y con Madrid, y además tiene un bar.
Tamara, de 33 años, es una de las interesadas en salir cuanto antes de Madrid. Casada y con cinco hijos, dice que no tiene miedo al aislamiento en un pueblo. “Mejor que lo que tenemos ahora, cualquier cosa. Ojalá salga”, confía.
Un ingreso (mínimo vital) que no llega
La mujer cuenta que antes de la pandemia la familia no tenía problemas económicos, pero desde que llegó el coronavirus, la pareja perdió el trabajo y ahora sobreviven de las “chapucillas” que hace su marido, que no alcanzan para mantener a una familia de siete. Desde el 30 de junio, esperan la resolución sobre su solicitud del ingreso mínimo vital. “Pone que está ‘en estudio’”, explica.
Como Susana, Tamara cree que no tendrán problemas para encontrar trabajo en el pueblo. “Lo mismo que soy estilista, he montado puertas de aluminio. Me amoldo a cualquier cosa”, asegura.
Juliana, de 32 años, ni siquiera está a la espera del ingreso mínimo vital, porque ya se lo denegaron. Su pareja y ella tienen cinco hijas, y la pandemia ha dado un vuelco en sus vidas, dejándoles sin trabajo y, por ende, sin ingresos. Juliana reconoce que le da vergüenza pedir ayuda, algo que no había tenido que hacer hasta el año pasado. Pero el problema ya no es la comida, dice. “El problema es que el alquiler cuesta 700 euros, y aunque hablamos con el dueño para pagarle la mitad mientras durase esto, desde hace tres meses ni siquiera podemos pagarle la mitad”, cuenta.
La mujer, de origen brasileño, espera poder encontrar una vida mejor en un pueblo no muy lejos de Madrid, pero admite que no las tiene todas consigo. Su hija mayor, que va al instituto, siempre ha ido a colegios bilingües, es una alumna excelente, y no quiere trasladarse de centro en mitad del curso, ni perder un nivel de inglés con el que espera poder irse al extranjero. “Ojalá tengamos suerte”, se resigna la madre.
Las ciudades, “una trampa mortal para las familias”
En un momento en el que la Fundación Madrina atiende a 4.000 personas al día y reparte 20 toneladas de alimentos cada jornada, su presidente sostiene que “las ciudades se han convertido en una trampa mortal para las familias”, y que “las colas del hambre se han convertido en las colas de los sintecho”.
Esto está dando lugar a “un éxodo”, señala Conrado Giménez: “O se vuelven a sus países de origen, o se van a vivir con los abuelos, hacinados, o se van a los pueblos, que es el camino natural que se debe dar”. “Los pueblos son un entorno más humano y amigable”, defiende el presidente de la ONG. “Todos los niños tendrían que tener un pueblo”, añade, convencida, Mar Palacios.
Ese “camino natural” es el que ya ha recorrido Nancy con sus tres hijos. Los cuatro viven con otra familia en una casa con patio en Muñotello (Ávila), gracias a la intervención de la Fundación, de su ‘madrina’ Mar y del Ayuntamiento del pueblo.
Nancy llegó a España solicitando asilo el 14 de octubre de 2019 desde Perú. Se instaló en Madrid, donde alquilaba una habitación con sus tres hijos, de 13, 8 años y un bebé que ahora tiene 10 meses.
La situación, que siempre fue algo precaria, se complicó aún más con la pandemia. “Como ya no encontraba dinero, en agosto me apunté al proyecto de Pueblos Madrina. En noviembre me vine porque ya no podía más con el alquiler”, cuenta.
En Muñotello ya ha encontrado una oferta de trabajo, y está arreglando los papeles con la asistenta social. Un autobús recoge cada día a las dos hijas mayores para llevarlas al colegio a Muñana y al instituto a Ávila, respectivamente. La mayor, Angelina, es la que mejor se ha adaptado. “Ella es la de los sobresalientes”, dice Conrado, orgulloso. “Bueno, no en todo”, replica Angelina, con timidez.
Nancy está contenta en el pueblo. “Aquí las personas nos ayudan bastante, y la mediana ha conseguido comedor escolar”, cuenta. Ahora sólo necesita una cosa: “Trabajar”.