Se busca relator con superpoderes
Una idea recorre la política española, de izquierda a derecha. Un relato, como se dice ahora. No es de Vox, ni del PP, ni de Rivera, ni de la vieja guardia del PSOE, ni de los españolistas de Podemos, ni de los 'barones' socialistas, ni del Rey, ni de los poderes del Estado, ni de los medios de comunicación, ni de los taxistas o las conversaciones de bar. No es de nadie y es de todos. Este es el relato: en el año 1978 la idea de España estaba irremediablemente vinculada a Franco y al franquismo. A cualquier demócrata le costaba dar vivas a España. Se redactó la Constitución en un clima de opinión favorable a los nacionalismos periféricos, y hostil al patriotismo español. Era la España acomplejada. De esos complejos surgieron excesos 'nacioregionalistas' y unas inercias políticas consolidadas durante cuarenta años: los nacionalismos periféricos son positivos, democráticos y progresistas; el españolismo es rancio, retrógrado, reaccionario y fascista.
Atentos al País Vasco por el terrorismo de ETA, la política española desatendió Cataluña. La escuela formaba promociones de niños educados en la idea de que España es una imposición: el castellano es un idioma que se habla en Cataluña, pero ajeno a los catalanes. Los medios de comunicación catalanes orbitan alrededor de TV3, un monstruo informativo que presenta Cataluña como un estado independiente, con España como caricatura. La desaparición de la idea de España en Cataluña propició la traición del nacionalismo, que de manera oportunista dirigió el descontento social de la crisis de 2009 hacia el independentismo. Con un Gobierno desbordado por el colapso económico, el independentismo se hizo fuerte, y puso a España contra las cuerdas.
Así sucedió, pero eso no volverá a suceder. En primer lugar, los responsables políticos de esa tremenda deslealtad deben recibir una sanción ejemplar, que disuada a quien pretenda aventurarse en futuros desafíos a España. Si para ello hay que forzar un poquito las costuras del Estado de derecho, qué se le va a hacer. Está en juego la continuidad histórica de España. En segundo lugar, hay que redefinir las reglas del juego: las cartas de 1978 van a repartirse de nuevo, pero sin el complejo que identifica franquismo y España. La idea de España es tan democrática como la idea de Francia, Alemania o Estados Unidos. España tiene que volver a Cataluña, y no solo para invertir más o menos en trenes y carreteras a cambio de apoyos parlamentarios. Hay que hablar del reparto de competencias: ¿por qué es más democrático que la educación sea competencia exclusiva de las autonomías? Sobre la inmersión lingüística en catalán: los tribunales la avalan, de acuerdo, pero ¿acaso es el único método democrático de enseñanza? ¿No hay otros?
Hay mucha gente en la idea de recuperar el orgullo de la nación española, una amplísima base social, ideológicamente transversal: liberales, conservadores, socialdemócratas, y hasta extremistas de izquierda y derecha. Están dispuestos a movilizarse y a decir basta. Se acabó la transigencia con los caprichos nacionalistas, esa política adolescente que amenaza con irse de casa por un desacuerdo con el reparto de tareas. No se les debe nada. ¿Qué se debe a personas como Quim Torra? ¿Le persiguió Franco? Y a muchos españoles, concretamente a todos. El franquismo no fue la guerra de España contra Cataluña.
A diferencia del relato indepedentista, el contrarrelato españolista no se hace contra la Constitución, sino en su nombre. Ciertamente, el final del camino no se parecerá mucho a las reglas del juego de 1978, pero los tiempos también son otros. ¿Quién dice que solo se puede reformar la Constitución en un sentido? Las naciones no son más democráticas porque estén más descentralizadas. Son más democráticas si sus ciudadanos son libres e iguales en derechos y obligaciones.
Este es el relato que se va imponiendo en la política española, incluyendo la mitad de Cataluña que es ajena al independentismo, y que camina en dirección contraria a los planes anunciados por el Gobierno de Pedro Sánchez: más autogobierno para Cataluña. Mientras el independentismo calcula si debe mantenerse en el maximalismo de la independencia o conformarse con más autogobierno, va creciendo la idea opuesta: menos autogobierno o cero autogobierno.
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