Se busca lazarillo para amantes ciegos
Entrevista con Javier Arón, profesor de lengua y literatura.
Los profesores, desconocidos soldados de la civilización, a veces se parecen a un guía, un cicerone o un lazarillo. Nos llevan de la mano para que no tropecemos y, en menos tiempo del que pensamos, nos sueltan para que sigamos nuestro solitario camino en busca de experiencias y autoconocimiento.
Javier Arón, autor del recién salido Manual literario para amantes ciegos, ha sido mi lazarillo, aunque uno un tanto particular, ya que no ha sido mi profesor de lengua, sino mi compañero de trabajo. Antes de conocerle personalmente, oía su voz desde el pasillo y me asomaba, intrigado, a sus clases. Recuerdo haberle confesado que me hubiera gustado tenerle como profesor. Para ser un piropo, sé que es un tópico, pero los tópicos, sobre todo los literarios, encierran grandes verdades sobre la condición humana.
ANDRÉS LOMEÑA: Mi profesor de Literatura Española fue determinante para que decidiera no estudiar filología hispánica. ¿Ha mejorado la situación o la asignatura sigue mal planteada?
JAVIER ARÓN: Lo mío tuvo que ser muy vocacional porque también tuve profes de Lengua horribles. Los malos docentes te enseñan también mucho; yo aprendí que si alguna vez me dedicaba a la enseñanza sería lo contrario a ellos. Aunque no es excusa para ser un mal profesor, es cierto que la asignatura está mal planteada. Se hace un hincapié innecesario en una sintaxis poco atractiva si no te gusta la filología, se dan periodos históricos larguísimos en riguroso orden cronológico y obras que comparten el mismo contexto histórico pero poco más, se habla de obras que los alumnos no están preparados para entender... en suma, las clases de Lengua son una fábrica importante de lectores frustrados.
La literatura puede conectarse fácilmente con los intereses adolescentes, solo hay que buscar los puntos que unen a personas tan separadas en el tiempo como los escritores y los alumnos. Las palabras de Garcilaso o Lorca pueden reflejar lo que siento al estar enamorado, las palabras de Manrique pueden darme una explicación al dolor que sentí cuando murió mi abuelo. Hay temas universales y atemporales, pero el profesor debe hacer un esfuerzo para encontrar esa conexión: “No leas esto porque yo te obligo, léelo para entender lo que sientes”. O también puedes darle la vuelta al asunto: “Léelo y explica por qué eso ya no es así”. Criticar, actualizar y hablar sobre la vigencia de lo clásico creo que es un ejercicio de respeto. No hay que echarse las manos a la cabeza por admitir que hoy en día algunos cuentos de la maravillosa El conde Lucanor son machistas o racistas.
A.L.: Como su libro aborda la discriminación de las mujeres, voy a aprovechar para ponerme misándrico: aquel profesor que tuve tan poco motivador fue el único profesor varón que me dio clases de literatura. A ver si el problema de la enseñanza está en el género, concretamente en los hombres, que obstaculizan o monopolizan la apreciación estética de poemas, novelas y obras de teatro.
J.A.: Eso no es solo un problema de la literatura. Evidentemente lo masculino siempre ha monopolizado todo lo que le ha interesado: la política, el deporte, la ciencia, la literatura... los cuidados y la limpieza no los ha monopolizado porque no le ha interesado. En casa cocinan las mujeres (habrá quien me dirá: ¡pues en mi casa cocino yo!), pero donde está la pasta, en las cocinas de los grandes restaurantes, están los hombres. Hay algo que está clarísimo: se necesitan más voces femeninas en todos los ámbitos. Es increíble que en toda la historia de la democracia, a día de hoy nunca hayamos tenido una candidata a presidenta del gobierno.
Es algo sobre lo que tendríamos que reflexionar como sociedad. En la literatura ocurre así, como tú bien has dicho la apreciación estética de los editores y hombres que manejaban los negocios han obstaculizado a la mujer hasta el día de hoy. “La literatura no es ni debería ser un asunto de mujeres”, le dijeron a Emily Brontë. Tuvo que publicar una novela excepcional firmada con un pseudónimo de hombre. ¡Cómo vamos a conocer sus obras si los hombres no las dejaban publicar! Con las clases puede ocurrir algo similar, las más interesadas en igualar la balanza serán ellas, los hombres debemos ahora echarnos a un lado y escuchar. Para revisar algunas páginas de este manual recurrí a compañeras que saben mucho más que yo y sin las que no me habría atrevido a hablar de algunas cosas.
Este manual está lejos de ser un alegato feminista, yo no soy quién ni tengo la autoridad para hacerlo, solo he incluido (dentro de un canon con mucho hombre) a algunas mujeres que alzaron la voz con sus personajes femeninos en obras fantásticas. Ya hay libros de literatura que incluyen una presencia más grande de escritoras; es curioso que habiendo estudiado literatura no las haya conocido hasta ahora. Es un tema del que agradezco me enseñen todo lo posible; si quienes me enseñan son mujeres, tanto mejor.
A.L.: Me ha gustado mucho lo que decía su profesor de literatura de la facultad: la filología del espíritu debe prevalecer sobre la filología del dato. ¿Eso en qué se traduce? Lo digo porque se puede caer en la ingenuidad de que el simple fomento de la lectura va a hacer aflorar una pasión generalizada por la literatura.
A.L.: La filología del dato es el tipo de estudio al que estamos acostumbrados: autores, características, obras y fechas. Es una literatura sin alma. Estudiar literatura sin leerla no tiene mucho sentido. La filología del espíritu busca superar este conocimiento estéril. Se trata de interpretar y sobre todo de relacionar lo que aprendo. Quizás sea el momento de bajar a los institutos la metodología de la literatura comparada, ya que la ley está tan interesada en la transversalidad y en los valores. ¿Qué temas preocupan o interesan a las alumnas y los alumnos? ¿El amor? ¿La muerte? ¿La adolescencia? ¿Los zombis? Pues vamos a ver la literatura que nos arroje luz sobre eso, aunque sea de distintas épocas y de distintas culturas. Al final con un poco de trampa puedes colar muchas cosas que te interese enseñar.
Cambiar la metodología no tiene por qué ir acompañado de un cambio en los instrumentos de evaluación. Los exámenes me parecen una herramienta muy útil, es el momento en el que el alumno o la alumna se enfrenta con sus conocimientos a una prueba. Ahora sí, ¿qué tipo de examen le estamos poniendo? ¿Uno en el que te demuestre que ha memorizado unos temas? ¿O uno que pruebe que es capaz de relacionar conceptos, expresarse correctamente e incluso añadir un poco de creatividad o estilo? Memorizar algunos conceptos es necesario, pero un examen que se pueda aprobar con chuleta creo que está mal planteado.
A.L.: Cita una jarcha que no recordaba: “¡Tanto amar, tanto amar! / Enfermaron unos ojos antes alegres / y ahora duelen tanto”. ¿Su manual enseña también a curar las heridas del amor? El amor, si no duele, ¿es amor?
J.A.: El manual no enseña a curar heridas de amor porque eso es imposible pero hace algo más útil: te explica por qué el amor hiere. Entender lo que te pasa te ayuda a afrontar cualquier situación. Cuando hablamos del amor romántico siempre explico que cuando llega el momento de llamar “novio” o “novia” a la otra persona se ha establecido un contrato. Ese contrato, mientras no se estipule verbalmente y se especifiquen sus cláusulas implicará, en nuestra cultura y nuestra época, una serie de puntos como la exclusividad, la ordenación de las prioridades y una lista casi infinita de cláusulas no mencionadas pero aceptadas. Es tan larga esa lista que es imposible, en algún punto de la relación, no fallar en alguna. Tras esto viene la decepción y el dolor. El “contrato” amoroso es mucho más largo y complejo que el de la hipoteca.
Aclaremos una cosa: cuando el dolor se provoca de manera intencionada o condiciona mi vida, esa relación debe terminar inmediatamente. Creo que estaría bien que cada pareja, trío o grupo de amantes hablara abiertamente sobre su relación; es decir, ahora que somos novios o novias, ¿qué implica eso? ¿Qué esperas de mí? ¿Que te ame a ti significa que no puedo amar a otras personas? Aclaremos los términos para estar en igualdad de condiciones y establecer contratos sinceros con los que nos sintamos a gusto. De esta manera seguirá doliendo, pero a lo mejor un poco menos.
A.L.: Su libro también incluye un comentario a mi soneto favorito de Garcilaso. ¿Todos los amores que describe y explica son tan “intensitos”? Me imagino que tendrá alumnos a los que el ideal romántico o la exaltación amorosa le dan náuseas.
J.A.: ¡Claro! Puedo entender fácilmente a estos alumnos porque yo mismo no soy muy romántico en el sentido actual del término. Hay que explicar que casi siempre, el tratamiento del amor responde a juegos y convenciones literarias. Autores y lectores están necesitados de ficción y de drama. La dama idealizada, el amor como una devoción, la fidelidad del amante pese al rechazo… todos esos tratamientos literarios llevados a la vida diaria no son válidos. Eso también se explica en el manual. Si tu objeto de deseo es como la Estela de Grandes Esperanzas, tu concepción del amor es tan masoquista como la de los poemas de Cernuda; si presientes el fatalismo romántico de Lorca, necesitas un cambio en tu vida. No hay que sufrir más de la cuenta. El amor también es poder relajarse con una persona, saber aburrirse juntos y llevar bien cierta monotonía. Lo que pasa es que la literatura está necesitada del conflicto.
A.L.: He visto que hay una mención a la excepcional Middlesex de Jeffrey Eugenides. Y me consta que la literatura, al menos desde Safo, ha tratado el amor homosexual, pero hay nuevas realidades que desbordan el canon literario clásico. ¿Y si buscamos un poco más en el presente? Seguramente sería mejor llegar al corazón con una mala novela que no llegar con una buena.
J.A.: Sí, Middlesex es una obra maravillosa, te cuenta los amores de un mismo personaje, primero como chica con otra chica… ¡y después como hombre con una mujer! Algunos amigos me han comentado por qué no hay un capítulo sobre el amor homosexual. Aunque se menciona en la parte de la Ilíada con la relación entre Aquiles y Patroclo, en este libro me interesaba acercar la literatura clásica que se debe dar en los institutos a los alumnos. Además, esta literatura es la que puedes encontrar libre de derechos en las redes.
Estas nuevas realidades que comentas hacen referencia a sensibilidades más actuales reflejadas en novelas más modernas con fuertes derechos que son complejas de reproducir legalmente. Se podría hablar de novelas fantásticas como Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, de Michael Chabon, novela que sé que te gusta mucho; de Llámame por tu nombre, de André Aciman; de La gata sobre el tejado de zinc, de Tennessee Williams; o de Carol, de Patricia Highsmith. En toda ellas se muestra la homosexualidad y son obras prestigiosas y modernas. Cada uno debe leer lo que le apetezca. Hay obras muy reconocidas que a mí me han parecido un coñazo y durante mucho tiempo he disfrutado leyendo novela negra o ciencia ficción pulp.
A.L.: Aunque acaba de sacar el libro, no me resisto a caer en mi propio tópico como entrevistador: ¿de qué le gustaría escribir en su próxima obra?
J.A.: No hay que tener miedo a caer en los tópicos. Cuando explico tópicos literarios en clase siempre digo: “Venga, os voy a dar ideas para tatuajes más allá del carpe diem.” Un alumno muy intenso me dijo que se iba a tatuar el vita flumen en el pecho, pues le había parecido una verdad muy grande. Para completar el recorrido por la literatura podríamos escribir el Manual literario para morirse bien, y tratar el otro tema universal: la muerte. Así podría hablar sobre obras que aquí no han aparecido, como las Coplas de Manrique o El Camino de Delibes. O quizás sería bonito actualizar los clásicos para los alumnos y situar la acción de La dama boba en un instituto de secundaria, o convertir La vida es sueño en una novela de ciencia ficción, uno de mis subgéneros favoritos. De todos modos, la paternidad ahora no me permite dedicar mucho tiempo a la escritura, tengo tiempo para pensarlo antes de empezar.