Sangre y violencia en Barcelona
El peor problema que tiene Barcelona es que una parte significativa de la población es poco inteligente. Nada que no ocurra en Murcia o Madrid.
Hace unos días preparaba una feria en Barcelona (SWAB) y me llamó mi madre, alarmadísima, pidiéndome que no fuese, que era una ciudad muy peligrosa. No se pone así ni cuando voy a Guatemala o El Salvador, así que dediqué mi viaje a observar la violenta ciudad que describían los medios españoles, esa Barcelona sobre la que la diplomacia estadounidense había extendido una advertencia a sus ciudadanos. Lo cierto es que incluso yo tenía una cierta precaución hasta que Carolina me miró como si estuviera loco y me dijo: ”¿Dónde te crees que estamos?”.
Todo este pánico arrancó en septiembre de 2017 con unas declaraciones de Rafael Hernando, portavoz entonces del PP en el Congreso, en las que hablaba de “una amenaza que ya se ha mostrado con la violencia que se vive en las calles de Barcelona”. Esos días yo estaba allí y en las calles de Barcelona no había violencia. Pero la gente en España compró el mensaje.
Desde entonces se ha puesto el foco en ese tema. El verano pasado moría en un atraco una alto cargo de la embajada de Corea y se grababan dos peleas a navajazos en El Raval. Los medios tenían un buen tema y la alarma se disparaba. Se producía un cruce de cifras en medio de la negociación para la investidura de Sánchez y el Ministerio del Interior daba un aumento del 30% en robos, mientras los mossos hablaban del aumento de un 7% en la delincuencia frente a un 24% en Zaragoza. La situación era tan enrevesada que se podía pensar que en Madrid convenía que cundiese el pánico en Barcelona por una dudosa ola de violencia extrema, según decían los telediarios. Desde Barcelona daban unas cifras iguales a otras ciudades con un llamativo aumento de crímenes en verano, cuando la ciudad se satura de un turismo fiestero que llena la Plaza Real y compra botellas en los miles de comercios 24 horas. Abusando de la copla del gran Carlos Cano: Torrevieja es Barcelona con más chopitos, Barcelona es Torrevieja con más museos.
Carolina y yo llegamos por la tarde del pasado jueves y fuimos a cenar al Raval. Allí no había guerreros con crestas en páramos postapocalípticos ni navajeros tipo Bronx en los 70. Había una ciudad tranquila, plácida y organizada ajena a la campaña que políticos y medios han levantado contra ella. En vez de encontrarte con Mad Max te encontrabas con Max Pradera en una terraza. Todo era mentira. O casi todo.
La ciudad ha cambiado, es cierto. El procés ha dejado huellas visibles en el ánimo, pero la transformación viene del turismo masivo, diría que descontrolado. En un caso de gentrificación tan fuerte como este muy fácil pedir que se limite el turismo, pero contarle eso a los comerciantes y hosteleros es otra historia. La lógica dice que 10.000 turistas bajando por Las Ramblas son un atractivo demasiado fuerte para los carteristas aquí y en la China Popular. En ese vertiginoso cambio de modelo urbano lo cierto es que Barcelona va perdiendo la esencia que la ha hecho única, una de las mejores ciudades del mundo.
Fue más moderna que París desde los años 80. La cultura contemporánea generó modelos propios, como el primer CCCB, la música underground, el boom del diseño y la arquitectura, etc. El elenco de artistas internacionales era impresionante, los museos, galerías, teatro alternativo... hubo una edad de oro cultural en el último tercio de siglo que ahora, cuando declina, vemos nítidamente. Estratégicamente hubo un apoyo decidido a la cultura por parte de las instituciones que hoy, evidentemente, se diluye en otros intereses.
Hace días se anunciaba el recorte de casi un millón de euros al MNAC, uno de los grandes tesoros de Cataluña y un símbolo de primer orden. Se podría pensar que Colau mostraría un interés distinto pero tampoco parece ser la cultura su prioridad. Mala estrategia, amigos, mala estrategia. A Barcelona la hicieron grande Casas, Picasso, Sert, Miró, Albeniz, Gaudí, Tàpies, Ricardo Bofill, Jaume Balagueró, Enric Miralles, Francesc Torres… No todo es color de rosa ni todos los barceloneses pasean con Le Monde Diplomatique debajo del brazo.
Cenando en un restaurantito junto a Els Quatre Gats (se llama Melic del Gòtic, por qué no decirlo) el dueño se niega a hablarnos en castellano. Entre mesas llenas de ingleses no le gustamos por no ser catalanes. No sabe si somos de Huesca o de Cádiz pero, aunque habla en castellano con todo su personal nos habla en catalán desafiante, a pesar de que somos gente que viene a darle dinero por sus más que discretos servicios. No pasa nada, el catalán se entiende bien y me sirve para poner un ejemplo del peor problema que tiene Barcelona y que es exactamente igual al de todas las ciudades: una parte significativa de la población es poco inteligente. Nada que no ocurra en Murcia o Madrid.
En resumen: vengan a Barcelona. No pasa nada, es una increíble ciudad tan segura (o tan insegura) como Madrid o París y, a pesar de una crisis de identidad que desde fuera es interesante, a pesar de su declive cultural, a pesar de la tensión política y de algún merluzo pueblerino, es uno de los mejores lugares del mundo.
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