Samantha Hudson y los otros
Atlántida Film Fest ha estrenado Samantha Hudson, una peli documental sobre uno de los social queer más punk de nuestro país. El film comienza con un discurso pro-orgullo gay, quizás un poco clásico, y termina en el accidentado ocaso al que el destino somete a Iván, el creador de Samantha; la auténtica estrella irreverente del terrorismo queer más outsider.
Su hito anticatolicismo ya sólo existe como hilo conductor de un documental arriesgado que muestra la experiencia barcelonesa vivida por el protagonista tras el boom de su famoso vídeo; la fama. Una forma de fama cabe decir, pues de lo más interesante del proyecto es apreciar la enorme distancia que hay entre Samantha y el momento non binary / no gender / queer institucionalizado en nuestra cultura a través de los Javis, de Spotify o de los desfiles de Palomo.
Porque si ya es reconocible la nueva movida nacida del queer underground, también es evidente que una vez asentada ha establecido los márgenes de su propio movimiento. Unos límites a los que se han tenido que adaptar productos como Looser, la serie de Soy Una Pringada donde el punk y los odios han tenido que ser editados para una mejor venta del producto. Es decir, un movimiento underground que excluye la pureza y sobreexplota lo producido, el proceso lógico que sufre cada movimiento una vez convertido en tendencia. Tras el visionado del documental, comparar a Samantha con King Jedet o similares resulta tan difícil como encontrar a la Olvido Gara de los 80 en la actual esposa de Mario Vaquerizo.
Samantha molesta mucho, se sobreexpone en redes, no valora la información que proporciona a su público y habla sin filtro. Ningún filtro. Su lenguaje no es estético, sus anécdotas rozan la marginalidad y su mensaje es tan abrasivo que puede por sí mismo crear un nuevo trash en España no apto para muchísimos oídos. Su personaje vive siempre en primera persona, lo cual catapulta su performance a unos niveles artísticos inclasificables y comprimidos en un micromundo del que apenas participan una amiga y catorce mil seguidores. Samantha no sigue modas, pasa del postureo y vive en un piso muy sucio donde el desorden tan sólo respeta a la típica distribución de pósters que hace de santísima trinidad protectora de cualquier joven con referentes.
Entre los suyos, una película de culto como ¿Qué hecho yo para merecer esto?, que paradójicamente supone la última gran irreverencia de Almodóvar antes de adoptar - y reinventar - el circuito de lo esteta. Lo que ocurra con Samantha en lo sucesivo es tan intrigante como su personalidad kamikaze. Vivir en la constante explotación del cuerpo y del feísmo, abrazar lo extracorpóreo a favor del personaje y hacer de un balconning sevillano el epílogo de un personaje tan crucial es crear arte, destruirlo y dejar abierto un panorama de posibilidades tan amplio como indetectable. Pero lo que ya ha dejado en su primera performance resulta francamente enriquecedor; su eterno estado de crítica combate a diario con otros queerfluencers que ya sólo ofrecen links-in-bio y productos de consumo enfocados a la moda queer. Una movida generacional de la que por suerte Samantha queda fuera y que el joven director de la cinta, Joan Porcel, ha plasmado de manera sobresaliente en un documental que va derechito al culto, a la nueva santísima trinidad posteriana de cualquier joven con buenos referentes.