La salud mental también se aprende: cómo fomentarla desde pequeños
Los padres no suelen tener una receta clara para educar en salud mental. Tres psicólogas dan sus claves para sentar unas buenas bases.
El mantra de las cinco raciones de fruta o verdura o el de que hay que lavarse los dientes tres veces al día forman parte, en mayor o menor medida, de las rutinas de gran parte de los padres en el cuidado de sus hijos. Las pautas para que tengan un cuerpo sano y crezcan adecuadamente suelen estar bastante claras, pero todo se vuelve más difuso cuando se trata de la mente.
¿Cómo pueden entonces los padres fomentar la salud mental de sus hijos e inculcar a los niños su cuidado? “De las cosas más importantes sería proporcionar un entorno afectivo estable para el niño”, destaca Elena Lloberas, psicoterapeuta en el sistema público de atención precoz a la pequeña infancia (CDIAP Rella). “Que sea un espacio donde el niño se sienta querido, aceptado tal y como es, que los padres hagan el esfuerzo de tolerar las diferencias”, agrega.
Con esto se refiere a que éstos “a veces tienen ideas preconcebidas sobre lo que tiene que ser o no ser su hijo y hay padres y madres a los que les cuesta hacer el duelo del niño que querían y del que llega”. “Por lo que veo en mi práctica clínica hay padres y madres que no acaban de conectar con sus hijos porque esperan que sea algo distinto”, explica.
Aceptación, amor y comunicación
El amor y el afecto es también un cimiento indispensable para la psicóloga sanitaria Arancha Santos, directora de Cepsicap: “Mi mejor recomendación para cuidar la salud mental es que hay que cuidar la relación, en el sentido de acompañarles, cogerles, ofrecer una muy buena base de amor. Esto parece obvio, pero a veces falla mucho”.
Para la psicóloga Luz Marina Díaz-Flores, del centro Alcea, la familia “es fundamental en la primera etapa del desarrollo del niño”: “Todo lo que ocurre en los primeros años de vida va a tener mucha repercusión en la vida adulta”. Para ella, los dos pilares serían potenciar la autoestima del niño —“que puedan valorarse, saber quiénes son y cómo son”— y la comunicación.
Para ello, recomienda a los padres “ser muy sensibles a qué siente su hijo, cómo lo siente, que pueda hablar en casa de lo que le ha pasado en el colegio, de lo que le ocurre con otros niños...”, pero “sin desvalorizar”: “Muchas veces me vienen casos que el niño ni se atreve a contar o a expresar lo que le ha pasado, porque piensa que el adulto le va a juzgar”. En definitiva, “que el niño pueda ser él mismo, que pueda hablar y confiar en el adulto”, y “nunca anular nunca su pensamiento creativo”.
Arancha Santos añade más claves como “ayudarles a pensar” pero sin dárselo todo hecho —“No sobreprotegerlos, que a veces caemos mucho en este error”—, sabiendo que ese fomento de la responsabilidad “a veces va a suponer que tomen sus propias decisiones y que se equivoquen y que hagan cosas que no nos gusten”. “Pero esto va a venir muy bien porque pueden aprender a manejar pequeñas frustraciones, lo que les va a ayudar a afrontar cosas importantes que van a ocurrir en su vida adulta, como despidos o rupturas”, destaca.
Otra pata que habría que cuidar es “ayudarles a ver la vida no solo desde su perspectiva, sino desde la de otros”, subraya esta experta, trayendo a colación la empatía, pero “teniendo mucho cuidado de no fomentar la competitividad”. Según Santos, “estamos asistiendo a un contexto muy competitivo, donde esperamos que los niños destaquen mucho y sobresalgan. Y no todos los niños lo hacen, la mayor parte entran dentro de lo que es la norma. Estamos imprimiendo mucha presión y esto está haciendo que su salud mental se tambalee”.
Para la psicóloga, a este extremo se llega tras “mucha crítica”: “No hay ningún estudio que demuestre que siendo duros con nuestros hijos que o tratándoles de una forma hipercrítica, juiciosa o castigándoles emocionalmente les vaya a hacer buenos o brillantes, pero sin embargo se sabe que el trato amable, amoroso, compasivo, centrado en el crecimiento les ayuda a ser personas más amables y competentes”.
Elena Lloberas, por su experiencia, coincide en que demasiado a menudo se pone el acento en criticar lo que el niño hace mal y menos “en fomentar lo positivo o en ofrecer alternativas”, que para ella son mejores formas de promover la autoestima, “mucho más que si le estás machacando continuamente con el error”.
Ojo con la autoestima
“Los niños tienen la autoestima baja sobre todo cuando sienten que, siendo como son ellos, no está bien o irritan mucho a papá o a mamá”, define Lloberas.
Díaz-Flores defiende fomentarla pero con el matiz de aceptar cómo es, no desde el ‘eres la más guapa, eres la mejor’. Como argumenta, eso potencia una falsa autoestima, que va a implicar que cuando esa niña vea que alguien le supera en algo, le impacte. “Hay que ser realistas. Se puede ser bueno en algo, vamos a potenciar eso, pero no vamos a decirle que es el mejor, porque luego se va a frustrar. Tendrá una imagen de sí mismo que está distorsionada, hipertrofiada”, asegura.
Para Santos, como profesional, el concepto de autoestima es “problemático”: “Sé que a nivel social se utiliza mucho, pero es un concepto muy denostado, precisamente porque se basa en la comparación: tengo autoestima en tanto en cuanto me comparo con otro todo el rato. Y está muy basado en el juicio y la crítica”.
Para ella, es bueno inculcar a los niños el tratarse bien a sí mismos, y coincide con su colega en resaltar que hay que hacerlo “de una manera realista”. Por eso aconseja “enseñar a decirse en momentos difíciles ’lo he hecho lo mejor que he podido”. “Muchas veces se nos olvida que como nos hablamos a nosotros mismos de adultos es como nos han hablado de niños. Ese lenguaje interno que tenemos, esa autocrítica, viene de cómo nos han hablado en nuestras casas. Si queremos fomentar una autoestima sana, por llamarla de alguna manera, tenemos que utilizar mucha menos crítica y muchos menos juicios en nuestras casas”, reflexiona.
Poner palabras a los sentimientos
“Para promover la salud mental del futuro, es superbásico poner límites”, sostiene por otro lado Elena Lloberas, mencionando otro aspecto al que habría que prestar atención. “Unos buenos límites en la educación y la crianza ayudan al niño a anticipar qué es lo que se espera de él”, recalca Luz Marina Díaz-Flores.
En situación donde aparece la frustración, como cuando el niño siente ‘quiero algo y tú no me lo das’ o ‘quiero esto y no me dejas’, se les puede ir ayudando a tolerar esa emoción, “poniendo unos límites claros” y “poniendo palabras a los sentimientos”, indica Lloberas.
Precisamente hablar de emociones y saber identificarlas es una de las claves para cuidar de la salud mental de los niños según Save The Children, que ha elaborado una guía sobre el tema, convertida en viñetas por el instagrammer 72kilos.
Lloberas expone que “ayuda mucho al niño, sobre todo cuando empieza a hablar, ir poniendo palabras a sus emociones. Cuando hay una rabieta, decirle ‘lo que sientes es esto, es enfado, es tal porque querías esto y no te lo he dado’, va ayudando al niño a crear un vocabulario emocional que, a medida que se vaya haciendo mayor, irá incorporando y le ayudará para todas las situaciones futuras en las que le vengan emociones intensas, sean buenas o malas”.
Cuando las emociones y sentimientos no se pueden expresar en palabras y no se pueden dar a conocer al otro, agrega la experta, se exteriorizan de otras formas, “sea conductualmente, con rabietas, con agresividad o con silencios”.
“Nosotros como adultos podemos interpretar lo que nos pasa, pero cuando son tan pequeños, sienten la emoción pero no saben ponerle palabras”, explica Díaz-Flores. “Si hay unos adultos a su lado, en confianza, que pueden hablar abiertamente de eso y enseñarle ‘esto que te pasa es enfado’, es más fácil para los niños poder reconocerlo y gestionarlo”, prosigue.
Califica como “muy buenos” los cuentos y las actividades para trabajar los sentimientos y ve positivo si se hace en casa, no solo en el colegio o en terapia, “porque el niño lo que va a percibir es que papá y mamá hablan de emociones”.
Arancha Santos lo recomienda “pero con cautela” porque “a veces nos pasamos” y los propios adultos pretendemos que los niños hablen de emociones cuando “muchas veces no lo tenemos ni nosotros trabajado”. “Las emociones también se aprenden a través de los modelos, que somos los padres. Se puede hacer a través de cuentos pero es mejor a través del aprendizaje natural, de manera cotidiana”, añade, antes de bromear con que a veces liamos a los niños porque “en el colegio son de un color las emociones, en casa de otro...”.
En su opinión, es importante “normalizar que hay emociones, no solo de tinte positivo o agradable, sino también desagradable, que son humanas, y que el malestar o el sufrimiento forman parte de lo que somos”. “Muchas veces somos nosotros los que les enseñamos a relacionarse mal con el malestar”, incide.
Díaz-Flores también enfatiza la importancia de ser modelo: “Lo que los niños ven es lo que van a repetir. Es muy importante que los padres sean conscientes, cuando están ante un conflicto o un problema de la vida, de que sus hijos van a estar percibiendo cómo responden. Puede ser ‘me he quedado sin trabajo’, ‘he tenido un problema con un vecino’... cómo reaccionen los padres va a ser muy importante a la hora de que luego los niños tengan las habilidades de afrontamiento más adecuadas”.
Cuando asoma la ansiedad
En cuanto a los niños más mayores, que empiezan a enfrentarse a exámenes o situaciones de tensión, Arancha Santos aconseja hacerles entender que “ese nerviosismo es nuestra mente reaccionando de forma natural a una situación que supone un reto, un sobreesfuerzo, un cambio o incluso una amenaza y que nuestra mente está haciendo muy bien su trabajo preparándonos para afrontarlo, por eso nos activa, y que a nosotros, como adultos, también nos sucede”.
Lo mejor, en esos casos, es ser conscientes de que es un indicador “de que eso es importante para el niño” y trasladarle mensajes como ‘Hazlo lo mejor que puedas, inténtalo y, poco a poco, lo irás consiguiendo. Confío en ti, hazlo lo mejor que puedas, te lo has currado’.
Si más allá de unos nervios naturales ante una situación desconocida o nueva, hablamos “de ansiedad o de un sufrimiento excesivo”, Lloberas lo relaciona con “habitualmente con una estructura de personalidad muy exigente consigo mismo, a una expectativa muy elevada que, de no cumplirse, supone un gran fracaso”. En ese caso, sería conveniente “tratar con ese chico o chica el tema de la exigencia y del perfeccionismo”.