Afganistán, vuelve la oscuridad
La salida de EEUU y el ascenso talibán colocan al país en un complejo escenario. Sin democracia, sin libertades, sin esperanza. Toca dar la batalla por los afganos.
Una foto granulada, con el verde clásico de la visión nocturna, cierra 20 años de presencia de EEUU en Afganistán, su guerra más larga. Muestra al general de división Chris Donahue, el último en subir a los aviones del ejército norteamericano antes de abandonar el país, dejándolo ignominiosamente en manos de los talibanes, a los que se lo arrebataron. Vuelve la oscuridad al país. Islamistas al mando, ciudadanos sometidos. Sin democracia, sin libertades, sin esperanza. Y, por ahora, sin ayuda internacional, más allá de los vuelos de evacuación de los que ya no habrá más y que han sacado a 120.000 personas, internacionales y locales.
La estampa no puede ser más humillante para Joe Biden: talibanes entrando en los hangares del aeropuerto con uniformes y armas de EEUU, toqueteando vehículos y helicópteros (por más que hayan sido inutilizados), pegando tiros al aire, festejando que sus adversarios se van un día antes del plazo impuesto -amenazaron con represalias si se retrasaban-, sabedores de que no serán perseguidos. El Gobierno escapó hace semanas, el ejército está disuelto, la única región que aún no cae bajo su bota está rodeada.
EEUU fue al país de Asia Central a combatir el terrorismo tras el 11-S y, dos décadas más tarde, dice que lo ha logrado, pero lo cierto es que deja en el poder a los mismos islamistas que imponen una visión de la sharia especialmente tiránica, que dieron cobijo a Al Qaeda y que siguen teniendo lazos con ellos.
No está claro lo que va a venir, ahora que no hay presencia internacional en el país. El escenario es muy complejo y muy oscuro. Los talibanes han dicho que quieren constituir un “Gobierno islamista inclusivo” con otras facciones locales y están negociando con políticos del régimen que acaban de derrocar, incluidos miembros del Ejecutivo.
Se han comprometido a implantar la Ley Islámica, pero aseguran que mantendrán un entorno seguro para la vuelta a la normalidad después de décadas de guerra. Eso incluye, prometen, a las mujeres, los medios de comunicación o los yihadistas. No obstante, su régimen violento y opresor ya está mostrando su rostro, palabras aparte: el Emirato Islámico de Afganistán, como lo llaman, va camino de ser una réplica del que comandaron de 1996 a 2001, con algunas cesiones por pura conveniencia. Para lograr el reconocimiento internacional hace falta hacerse el moderado.
“El futuro de Afganistán está ahora en manos de los afganos”, ha dicho esta noche, sin sonrojo, el enviado de Estados Unidos para la paz de Afganistán, Zalmay Khalilzad. “Los afganos se enfrentan a un momento de decisión y oportunidad. El futuro de su país está en sus manos”, dijo en Twitter el diplomático, artífice del pacto con los talibanes en Doha que derivó en el fin de la ocupación y la victoria insurgente. Pero, ¿cómo pueden elegir los que están sometidos al terror? ¿Qué oportunidades tienen los que no han escapado?
Insiste en que los afganos “elegirán su camino con total soberanía”. “Esta es la oportunidad de poner fin a su guerra también”, continuó, haciendo referencia a los enfrentamientos entre los talibanes y partidarios del anterior Gobierno afgano, derrocado el 15 de agosto.
Obvia, sin embargo, que no hay, tras 20 años de misión de EEUU y otras potencias mundiales, un estado armado y soberano, unas instituciones garantistas para tomar decisiones, sino que ha habido corrupción y dejadez y eso ha hecho fuerte a los talibanes, que pese a todo tienen una base social precisamente por el cansancio que genera el desorden de los que mandaban hasta ahora.
El tiempo de la diplomacia
“Los talibanes ahora se enfrentan a una prueba”, ha dicho también Zalmay Khalilzad, al tiempo que preguntó: ”¿Pueden llevar a su país a un futuro seguro y próspero donde todos sus ciudadanos, hombres y mujeres, tengan la oportunidad de alcanzar su potencial?”.
Preguntas al aire lanzadas a unos islamistas con los que EEUU está dispuesto a seguir hablando. Lo ha confirmado el secretario de Estado, Antony Blinken. Se abre una nueva etapa en su política exterior hacia Afganistán con el traslado de su misión diplomática a Qatar, y se condiciona una hipotética relación con el futuro Gobierno talibán a que los insurgentes cumplan con sus compromisos, tras su repliegue militar. “Un nuevo episodio de la relación de EEUU con Afganistán ha comenzado. La misión militar ha acabado. Una nueva misión diplomática ha empezado”, dijo el jefe de la diplomacia estadounidense, sin cerrarse a hablar con los islamistas.
Blinken ha confirmado también que su prioridad es intentar sacar a los norteamericanos que siguen en Afganistán, que son unos 200. Los talibanes, dice, “se han comprometido con dejar a todo aquel que tenga los documentos adecuados salir del país de una manera segura y ordenada”. Pero debe ser por vías terrestres aún no fijadas. Es la gran incertidumbre ahora: saber si aún se puede escapar.
Salir sigue siendo una urgencia
El principal comandante militar de Estados Unidos en la región, el general Kenneth McKenzie, ha dicho esta madrugada que, aunque misión militar ha terminado, la tarea diplomática para ayudar a aquellos que no pudieron salir antes de la fecha límite continúa.
“Hay mucha angustia asociada con esta partida. No sacamos a todos los que queríamos sacar. Pero yo creo que si nos hubiéramos quedado otros 10 días, no habríamos conseguido evacuar a todos”, reconoce McKenzie.
El Consejo de Seguridad de la ONU ha aprobado una resolución en la que espera que los talibanes mantengan sus promesas de dejar que la gente se vaya, incluidos los afganos que apoyaron la guerra, pero no ha logrado consenso para crear pasillos humanitarios desde el aeropuerto de Kabul, zonas seguras que permitan salidas de vuelos, como habían pedido Francia y Reino Unido. También estableció en términos generales las expectativas sobre la lucha contra el terrorismo, los derechos humanos y el acceso humanitario, uniéndose en un conjunto de reglas básicas para participar en esta nueva etapa en Afganistán.
El texto parido la pasada madrugada en Nueva York es, nuevamente, decepcionante. No ha habido unanimidad -hubo abstención de China y Rusia- y apenas incluye una débil condena de las violaciones de derechos humanos. “Los ojos de todos los afganos están mirando este consejo y esperan un apoyo claro de la comunidad internacional y esta falta de unidad es una decepción para nosotros y para ellos”, dijo la representante francesa, Nathalie Estival-Broadhurst. Nadie se movió incómodo en la silla.
¿A qué se enfrentan los que se quedan?
Afganistán, que lleva 40 años en guerra, nunca se ha enfrentado a una transición tan incierta, tan empapada de miedo. Aunque el presidente de EEUU se olvide ahora de las promesas de la Casa Blanca, su Gobierno y la coalición internacional a la que arrastró en Afganistán, bajo la bandera de la OTAN, trabajaron para que el país retornase a la senda de la democracia, el progreso y la libertad -“Libertad Duradera” se llamaba la operación lanzada por George Bush-. Cuajaron algunos avances y ahora todos quedan tirados en el camino, como los de las mujeres, diana predilecta del fanatismo talibán.
Existe una gran incertidumbre sobre lo que se avecina: los que se han ido, porque nadie sabe cómo harán una nueva vida en países extraños como España ni si podrán volver. Los que se quedan, porque no se sabe qué tipo de régimen aplicarán los talibanes. ¿Otra vez las detenciones arbitrarias, las torturas, las ejecuciones, las lapidaciones. En las áreas que cayeron antes que Kabul, más rurales, no hay dudas ya: son los de siempre.
Las mujeres son ya las perdedoras, las mayores y las primeras, porque se les están cortando las alas en cuanto a su asistencia a clase y al trabajo. Una generación entera ha nacido en otro tiempo y ahora se ve obligada a respirar bajo un burka. La batalla por los afganos está por dar, empieza a hora.
Mientras, en Europa, tiemblan pensando en la llegada de afganos desesperados, desde su país hasta sus puertas. Los ministros del Interior de la Unión Europea se reúnen este martes en Bruselas con vistas a coordinar su posición ante el potencial incremento en los flujos de refugiados desde Afganistán y tratar de desarrollar medidas que ayuden a evitar el escenario de 2015, principalmente motivado por la guerra civil en Siria. Fue una pesadilla humanitaria que dejó en evidencia que los valores fundacionales del club comunitario, como la solidaridad, no eran patrimonio de todos. Las peleas por cuotas y hasta el racismo de algunos estado pintaron un retrato poco edificante. No puede volver a pasar, ni por los afganos ni por la UE.
El ángulo migratorio de la crisis afgana es el único punto en el orden del día para la reunión de titulares de Interior, que se verán en persona en Bruselas a partir de las 13.00 y prevén emitir una declaración conjunta al término del encuentro. “El objetivo es desarrollar una serie de medidas que ayuden a prevenir una repetición del escenario de 2015, cuando los Estados miembros enfrentaron una elevada presión migratoria”, dijo el ministro del Interior esloveno, Ales Hojs, al convocar este encuentro.
Los afganos, a pie, vía Irán y Turquía, ya están llegando a Grecia y los Balcanes, según las organizaciones humanitarias. La presión fronteriza se intensifica y más lo hará si se consigue sacar a más ciudadanos que escapan de los talibanes, hasta 500.000 desplazados espera ya Naciones Unidas. Lo que queda dentro de su país, hoy, es una pesadilla de la que cualquiera querría escapar.