Para qué ha venido el rey emérito
Juan Carlos I se ha exhibido en su mundo de regatas, ha dañado la imagen de la casa real, ha polarizado más al país, ha desafiado al Gobierno y se ha jactado de no dar explicaciones.
Vaya por delante que Juan Carlos I es un ciudadano español libre, que no tiene cuentas pendientes con la Justicia española, que jugó un papel fundamental en la historia reciente de España, que fue un referente para el país durante décadas, que tuvo un protagonismo destacado en la apertura de España tras la oscuridad del franquismo, que puede tomar decisiones personales…
Pero también vaya por delante que ha convertido su visita a España en un auténtico show mediático, sin importarle el daño que le pueda hacer a su hijo, que ha quedado patente que no comprende la España del 2022, que no lo controla nadie, que no se arrepiente de haber estafado a Hacienda, que no le importa dar explicaciones a los ciudadanos, que ha actuado como no lo tiene que hacer un rey, que se siente con impunidad total y que vive en una realidad que no tiene nada que ver con la de los millones de españoles.
La pregunta es para qué ha venido al rey. Pues, sencillamente, a reivindicarse a sí mismo, a demostrar que hace lo que quiere, a disfrutar del club náutico de Sanxenxo y a hacer daño a la actual casa real y al clima político.
Él mismo ha decidido convertir su viaje desde Abu Dabi en un reality show en directo para todos los medios. Nada ha sido casual. Hasta la escalerilla del avión estaba colocada en lugar estratégico para que la captaran todas las cámaras. El empresario y amigo Pedro Campos ha atendido a todos los periodistas como portavoz y el coche se ha parado ante la prensa para que lo podamos ver y escuchar perfectamente durante estos días.
Ni un ápice de arrepentimiento. “¿Explicaciones de qué?”. Y venga de carcajadas. Pues explicaciones de muchas cosas. Es verdad que no tiene cuentas pendientes con la Justicia española (sí queda abierta la vía inglesa por la denuncia de acoso de la amante Corinna). Pero que la causa esté cerrada no se debe a que no sucedieran los hechos. Al contrario, sino a tres cortafuegos legales empleados: la inviolabilidad recogida en la Constitución española, la prescripción de los delitos y las regularaziones fiscales llevadas a cabo ante la Agencia Tributaria.
Sí, porque el emérito defraudó a Hacienda. Y hay que recordar aquel lema: Hacienda somos todos. Pues el rey emérito no se incluyó él mismo en esos todos. El emérito, acorralado por las investigaciones judiciales, llevó a cabo dos regularizaciones fiscales: una por valor de 678.393 euros y otra por 4,4 millones de euros. Esto supone admitir que defraudó ante Hacienda y que no declaró en su día esos montos de dinero.
Porque, además, ha quedado acreditado que el rey cobró 65 millones de euros de Arabia Saudí. Algo que también le parece normal al emérito. No se ha logrado probar que fuera una comisión, pero tampoco ha quedado claro por qué el emérito recibió en una cuenta suiza esa dinero en el banco Mirabaud & Cie, a nombre de la fundación de la sociedad panameña Lucum.
Pues Juan Carlos I sí debería dar explicaciones a España de dónde salió y por qué ese dinero, que viene de una teocracia. Y si es una contraprestación a algo. Porque el rey de España debe servir a España y no servirse de España. La corona es un servicio público, no una compañía de negocios. El monarca tiene asignado un presupuesto anual, que sale de las cuentas públicas aprobadas por las Cortes Generales y nutrido del dinero que pagan religiosamente los españoles a Hacienda. ¿No debería un monarca sólo ceñirse a ese dinero? ¿Por qué recibe regalos de otros países? ¿Por qué se esconde en Suiza ese monto?
El rey de España debe ser el ciudadano más ejemplar, el funcionario más eficiente y limpio de todo el país, el faro que guía las actuaciones de los ciudadanos, el hombre que debe cuidar más el dinero público, el más neutral de todos y garante de la ejemplaridad y la transparencia. Pues los hechos conocidos demuestran que Juan Carlos I no ha sido ese servidor público ‘diez’ que ostenta la corona.
Todos en España pueden comprender que el rey quiera volver a su tierra, a ver a sus familiares, a estar en el lugar al que supuestamente sirvió durante décadas. Ese sentimiento tan humano. Y que lo pudiera hacer de una forma discreta. Pero no, ese sentimiento ha sido de opulencia máxima, de exhibición del fraude fiscal. Él piensa que no ha hecho nada malo, como ha confesado a sus amigos íntimos y ratifican fuentes del Gobierno. Es decir, que defraudar a Hacienda lo considera algo tan normal.
Y ha hecho ese paseíllo en las regatas. Nada tiene de malo la vela y la competición. Pero él siempre ha presumido de dirigir una de las casa reales más austeras de Europa, algo que se ha demostrado que no es tal cual a la vista de su estilo de vida y de lo que hemos conocido. Su España es la de un club náutico, de promocionar a sus amigos, de exhibirse en un photocall. Por cierto, en una foto en la que la mayoría era hombres. Una imagen muy alejada de la realidad. En una situación que no es muy fácil en estos momentos en este país, sufriendo las consecuencias económicas de la guerra de Ucrania, con una inflación por las nubes (8,3%), con la luz disparada y siendo la crisis económica el principal problema para los ciudadanos, según el último barómetro del CIS.
Además, el rey Juan Carlos I ha querido mandar el mensaje de pulso y de auténtico desafío a la propia Zarzuela y a La Moncloa. La visita no ha cumplido los parámetros marcados por Felipe VI, que quiere una institución con mayor transparencia y acorde a los tiempos que corren. En la propia carta que mandó el emérito a su hijo y que se hizo pública el 7 de marzo de este año, decía: “Tanto en mis visitas como si en el futuro volviera a residir en España, es mi propósito organizar mi vida personal y mi lugar de residencia en ámbitos de carácter privado para continuar disfrutando de la mayor privacidad posible”. Pues, desde luego, esta visita a Sanxenxo y Madrid no ha sido fiel a ese espíritu de privacidad que prometía en la misiva.
La monarquía es una institución que en la actualidad subsiste si tiene la confianza de los ciudadanos y si el pueblo cree que sirve para algo. Y, por supuesto, si tiene buena imagen. Es verdad que en el último barómetro del CIS sólo el 0,2% de los ciudadanos dijo que la casa real era un problema en el país, pero las actuaciones de Juan Carlos I suponen el principal obstáculo para su hijo. El rey actual, junto al Gobierno, daban un paso histórico hace unas semanas aprobando un decreto por el que el presupuesto de Zarzuela pasará a ser auditado por el Tribunal de Cuentas. Además, se hizo público el patrimonio del actual monarca (2.573.392,80 euros). Un importantísimo avance en la transparencia, aunque todavía quedan más por dar como regularizar la actualización de este patrimonio y que lo haga también público el de la reina Letizia.
La visita del rey también ha puesto en primera fila otro de los grandes temas no abordados: la inviolabilidad del rey. Este precepto se recoge en la Constitución española, que recoge en el artículo 56.3: “La persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”. El propio Pedro Sánchez en su día dijo que había que estudiar este tema, para ajustar ese beneficio sólo a actos correspondientes a su función como jefe del Estado, algo que también ha puesto sobre la palestra la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz. El actual monarca no ha dado impulso a este posible cambio constitucional, del que por el momento no hay consenso entre los diferentes partidos.
En el apartado uno de ese artículo 56 se fija también que: “El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes”.
Pues es “símbolo de la unidad”, y lo que ha hecho el emérito ha sido polarizar más el debate político. Su visita y sus formas no han sentado bien a los miembros de la coalición. De hecho, Juan Carlos I ha desoído la petición del propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de dar explicaciones ante los ciudadanos por la informaciones “perturbadoras”. Y lo que ha hecho es aumentar la polarización que ya es fuerte en el país, consiguiendo el apoyo expreso a su viaje del Partido Popular, Ciudadanos y Vox. Esto lleva a un debate muy peligroso, el de que la monarquía se identifique con sólo una parte de la sociedad.
Su visita se trata de un viaje privado y personal. ¿Es así? Pues no totalmente. Porque su traslado hasta el país también implica que se destinen servicios públicos y fondos para su seguridad, a través del Ministerio del Interior. Algo que supone un desembolso para las arcas públicas, que luego no queda reflejado en la partida de la casa real en la ley de presupuestos. Por lo tanto, sus vacaciones de regatas también las pagamos en parte entre todos los españoles. Con otra declaración de intenciones: se trasladó en un lujoso jet privado sin aclarar quién ha sufragado ese anhelado viaje a las regatas.
Y como último acto de esta opereta el rey emérito ha puesto en un brete a su hijo con su visita y almuerzo en la Zarzuela, que no es simplemente el hogar familiar, sino la sede oficial de la Jefatura del Estado. Por eso, La Moncloa se negó a que durmiera allí el emérito. La última parada antes de marcharse a Abu Dabi, su residencia oficial. Otra elección que también deja muchas señales, de vida de lujo y en un país donde los derechos y libertades brillan por su ausencia.
Tras el encuentro entre Felipe VI y Juan Carlos I en Zarzuela, la casa real ha emitido un comunicado que dice: ″han mantenido un tiempo amplio de conversación sobre cuestiones familiares así como sobre distintos acontecimientos y sus consecuencias en la sociedad española desde que el padre del Rey decidió trasladarse a Abu Dabi el 3 de agosto del año 2020″.
Con el mensaje: “Como se hizo público, en su carta a S.M. el Rey del pasado 5 de marzo, don Juan Carlos manifestó en primer lugar, su voluntad de establecer su lugar de residencia de forma permanente y estable en Abu Dabi por razones personales; y en segundo lugar, su decisión de organizar su vida personal y su lugar de residencia en ámbitos de carácter privado, tanto en sus visitas como si en el futuro volviera a residir en España, para continuar disfrutando de la mayor privacidad posible”.
El rey ha venido a un país en el que él sueña con regatas y buenas comidas con amigos. Pero que no se parece nada a lo que tiene en su cabeza. Hubiera sido más fructífero para él haber ido al cine durante estos dos días para conocer lo que pasa viendo dos maravillosas películas filmadas por directoras: Alcarràs, de Carla Simón, y Cinco lobitos, de Alauda Ruiz de Azúa. Esa es la España real, y no la del ‘Bribón’ en Sanxenxo. Y pronto habrá segunda parte, ya que volverá el 10 de junio para otra competición de vela. “¿Explicaciones para qué?”
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