¿Revolución sin cuerpo?
¿Cómo podría una máquina imitar lo ambiguo del humor o el erotismo, el doble sentido, las mentiras piadosas?
¿Quién es el puto amo? Es quien domina la imagen de mundo.
El futuro ya no se imagina más como las utopías del siglo pasado, tampoco uno en que los autos vuelan. El futuro se ve bastante como el presente: humanos máquinas, estéticas fluidas, vidas cada vez más largas. La utopía es que lo inmaterial de lo virtual y la técnica nos permitan ahorrarnos las molestias de la carne, traduciendo la experiencia a un lenguaje artificial. El cuerpo molesta.
El escritor Alessandro Baricco, en The game, da vuelta un argumento habitual: no habría sido la revolución digital lo que nos cambió, sino una decisión previa. La de una generación en fuga, que huyó del siglo XX, cuyos horrores fueron producto de un proyecto de futuro basado en ideas, que terminaron en ideologías obsesionadas con las fronteras y la demarcación de límites. De esa decisión nació un invento clave, la web, cumpliendo el sueño de un mundo sin muros, un espacio abierto de libre circulación y libre de la linealidad de las instituciones políticas tradicionales.
La lógica web es la que permitió, más rápido que otras revoluciones, derribar a los sacerdotes de todos los ministerios. La relación entre las personas y las cosas requieren cada vez menos mediaciones, lo que modifica las relaciones de autoridad y poder.
Ahora bien, esto no se cumplió para todos. Algunos siguen siendo demasiado cuerpo que molesta; por ejemplo, los inmigrantes pobres. Hay un mundo de personas que transitan con libertad entre la vida material y virtual, pero rodeados de cadáveres flotando en el mar, de cuerpos sin permiso para transitar.
Un dato a considerar es que los colonizadores de la nueva imagen del futuro no traen consigo una teoría del mundo, son principalmente ingenieros, hombres pragmáticos y enfocados en soluciones técnicas (sin calcular los costos sociales de ello). Es fácil verificar que no son las humanidades las disciplinas que aparecen en las portadas de las revistas del poder: la nueva élite es masculina, técnica y racional. Y a estas alturas ya van traicionando el espíritu inicial del mundo libre virtual. Según Baricco, en 2011 el uso de las apps superó a la web, volviendo a la lógica de la propiedad y, como vemos, a las grandes ansias de monopolio.
Lo que no cambió respecto del siglo precedente es la fantasía masculina, siempre fálica, como una prótesis de la fragilidad humana (el transhumanismo es una disputa con los límites de la vida y la muerte). No se trata de alguna superioridad moral femenina, sino que sencillamente lo femenino tiene una relación más orgánica a la vulnerabilidad: no la oculta, ni debe disimularla a través de pruebas de potencia.
Permítanme una breve digresión sobre la diferencia entre la fantasía y la imaginación. La primera es hacia arriba, vertical, por eso puede volverse megalómana. La imaginación, por el contrario, va a ras de suelo, requiere de otros cuerpos, es un quehacer con lo dado. Me atrevo a decir que esta revolución tiene mucho de fantasía antes que de imaginación. Puede prescindir del cuerpo. Porque su soporte es lo digital, es decir la traducción de la información a secuencias de dos cifras o y 1, on y off, sí y no.
¿Conocido? Aunque la imagen del mundo sea fluida y múltiple, la subjetividad está colonizada por la lógica binaria.
La filosofa Fina Birulés advirtió esta contradicción: hay un entusiasmo en relación a lo múltiple y no binario, pero al mismo tiempo una fiebre por el yo que hace definiciones y clasificaciones rotundamente binarias. Que en estos días la forma sea el fondo de varios debates que se vuelven on off, sí o no, tiene que ver con esta contradicción.
De todas formas está el cuerpo, y su presencia nos obliga a lo polivalente, a la ambigüedad, a resistir a la estrechez del lenguaje técnico capitalista. ¿Cómo podría una máquina imitar lo ambiguo del humor o el erotismo, el doble sentido, las mentiras piadosas? Como en otras historias, creo que será el error el que nos salvará de las fantasías maniacas.
Este artículo se publicó originalmente en www.latercera.com.