República Centroafricana: los desplazados internos luchan por volver a sus casas
Las sucesivas olas de violencia en la República Centroafricana han obligado a la población a abandonar sus casas y a dejarlo todo. Hoy continúan resistiendo las graves consecuencias de años de conflicto.
Las sucesivas olas de violencia en la República Centroafricana (RCA) han obligado a la población local a abandonar sus casas y a dejarlo todo atrás. Hoy en día, estas personas continúan resistiendo las graves consecuencias de años de conflicto armado. En Bria, donde se encuentra el mayor campo de personas desplazadas internas del país, muchas de ellas luchan por volver a sus casas y reconstruir las vidas que tuvieron que abandonar tras el estallido de violencia en 2016.
Alrededor de un millón de personas en RCA (casi el 20% de la población) son o desplazadas internas o refugiadas. La inseguridad, la falta de dinero y las disputas por las tierras son algunos de los obstáculos que tienen que enfrentar para poder regresar a sus casas de manera segura y duradera. Mientras que las fuerzas armadas centroafricanas, apoyadas por algunas fuerzas aliadas, han recuperado el control de muchas poblaciones, siguen dándose violentos choques en pueblos más remotos, lo que hace que las condiciones de vida sigan siendo precarias para sus poblaciones.
Aún hoy, sigue habiendo más de 36.000 personas en el campo de desplazados PK3, situado a tan sólo tres kilómetros del municipio de Bria. A finales de 2016, cuando se dieron los enfrentamientos más violentos entre la incipiente coalición rebelde Seleka y las milicias anti-Balaka, alrededor del 80% de las personas de la ciudad y sus alrededores tomaron refugio frente a la base de la misión de paz de las Naciones Unidas (MINUSCA).
Seis años después, las expectativas siguen siendo limitadas
Casi todo el mundo en el campamento PK3 ha perdido todo. Sus casas y tierras han sido destruidas y sus pertenencias, arrebatadas. En estas condiciones, es complicado volver a casa después de tantos años.
“Hui con mi marido y nuestros tres hijos en 2016. Dos más nacieron en el campo. Cuidar de ellos es complicado porque aquí las condiciones de vida son muy duras y mi marido, que es taxista, no consigue suficientes ingresos como para llegar a fin de mes. No podemos volver a Bria. Nuestra casa ya no existe y no tenemos suficiente dinero como para volver a empezar”, explica Diane, una mujer desplazada por el conflicto.
La gran mayoría de la población de la región trabaja en el campo o en las minas, ambos mayoritariamente controlados por hombres armados y generalmente inaccesibles. Destrozados por años de una situación de desahucio y desarraigo y con muy pocas posibilidades de obtener un empleo regular y bien pagado, las familias tienen muy pocas posibilidades de ahorrar suficiente dinero como para reconstruir su casa.
Una generación marcada
“En 2017, mi hermana y yo llegamos al campo con nuestros maridos como consecuencia de la violencia comunal. Teníamos que cuidar de 11 hijos/as y no podíamos garantizarles un futuro. Mi marido murió recientemente, así que ahora vivo con mi hermana, su marido y sus hijos. La vida en el campo es realmente dura”, cuenta Priscille acompañada de su hermana y de dos de sus hijos, todos ellos desplazados.
Las personas desplazadas siguen enfrentándose a unas condiciones extremadamente duras en el campo, dónde no hay suficiente acceso a agua limpia, saneamiento, comida, educación o atención médica. Además, algunas de ellas también sufren enfermedades psicosomáticas y estrés postraumático.
La mayoría de menores han nacido y crecido en el campo. Todo lo que han conocido es un espacio sobrepoblado y cercado en el que han estado expuestos a todo tipo de abusos, incluyendo el sexual. Algunos afortunados han tenido la oportunidad de acudir a la escuela del campo, pero como tiene una capacidad muy limitada, otros muchos tienen que recorrer los tres kilómetros que hay hasta Bria. También hay niños y niñas que no tienen acceso a ningún tipo de servicio educativo y que pasan todo el día jugando en el campo con sus familiares.
La respuesta médica de Médicos Sin Fronteras
“El conflicto, que ha afectado a esta región en especial, ha dejado a las comunidades incapaces de garantizar incluso las necesidades más básicas y los servicios médicos continúan siendo inadecuados e inaccesibles”, apunta Ange Francelin Ble, coordinadora del proyecto de MSF en Bria.
La organización lleva trabajando en Bria desde 2013. En 2017, el equipo de MSF estableció una clínica médica para ofrecer servicios pediátricos. Además, el equipo también recorre los diferentes bloques del campo para asegurarse de que todo el mundo tiene acceso a servicios médicos.
Aunque empezó como una tienda de campaña, la clínica tiene ahora su propio edificio en el que cientos de menores son atendidos cada día. El equipo de MSF ha proporcionado alrededor de 250.000 consultas pediátricas a menores de 15 años que necesitaban cuidados, vacunas o incluso ayuda por haber sido victimas de abusos sexuales. Los casos más graves eran trasladados inmediatamente al hospital de Bria, dónde MSF colabora con el Ministerio de Salud del país.
En lo que va de año, ya se han realizado unas 27.500 consultas. Más del 70% han sido casos de Malaria, una enfermedad en la que el equipo está especializado al ser el motivo principal de visita en los servicios médicos del país, además de la principal causa de muerte entre los menores de cinco años.
Un incipiente regreso
A pesar de todo, una pequeña parte de la población ha podido empezar a volver a sus casas. Desde mayo de 2022, algunas familias han regresado a sus antiguos vecindarios gracias a un programa piloto gestionado por UNHCR y sus socios. La familia de Chancela es una de ellas.
“Nuestras vidas no son tan diferentes a como lo eran en el campo. Pero nos sentimos más cómodos y seguros en nuestras casas. Los niños tienen más espacio para jugar y podemos ofrecerles educación. Eso no era siempre así en el campo porque no había privacidad”, cuenta Chancela.
La familia, que se fue a la par que el jefe de su bloque del campamento, fue de las primeras en regresar. “Nos sentimos muy afortunados y contentos”, añade. Sin embargo, muchos vecinos que les visitan miran su propio futuro con mucho escepticismo en lo que respecta a la vuelta a casa.
La casa de Chancela se encuentra a 500 metros del campo. “Sin el servicio médico gratuito de MSF, habríamos perdido a varios de nuestros hijos durante nuestros años en el campo. Aún les seguimos llevando a la clínica de MSF cuando necesitan atención médica” continua Chancela. Su segundo hijo, Ezéchiel, acaba de salir del hospital de Bria. La clínica de MSF le derivó allí después de que se abriera la frente jugando cerca de su casa.
“Algunas personas están empezando a salir de los campos, pero esta zona ha sufrido muchos años de violencia crónica y desplazamientos de población. Las condiciones de vida en Bria y sus alrededores siguen siendo precarias e impredecibles” advierte Ricardo Fernández Sánchez, líder de la misión de MSF en RCA.
La situación en Bria es un triste reflejo de lo que está ocurriendo a lo largo del país. La inestabilidad, la tensión y la violencia crónica continúa alimentando una de las peores crisis mundiales que, sin embargo, sigue alejada del foco mediático.