¿Reproducen los niños la conducta violenta de sus padres?
Este ciclo de la violencia es, probablemente, la consecuencia más grave derivada de la exposición a violencia familiar.
Noemí Pereda Beltran, profesora de victimología, Universitat de Barcelona; y David Gallardo-Pujol, profesor agregado de Diferencias Individuales y Personalidad, Universitat de Barcelona:
El comportamiento violento responde a muchos factores. Para entender por qué nos comportamos de forma violenta hay que analizar múltiples variables. Una de las que ha recibido mayor atención es haber sido víctima de violencia en la infancia.
La exposición a conducta violenta durante ese momento de la vida por parte de figuras tan relevantes como son los padres o cuidadores principales puede tener repercusiones importantes en el desarrollo del niño o niña. Una de estas repercusiones es la repetición del patrón violento o ciclo de la violencia.
La victimología del desarrollo ha contribuido a hacer visibles a estos menores y mostrarlos no como meros espectadores, sino también como víctimas de la violencia que se ven privadas de derechos y libertades básicas para su correcto desarrollo.
En primer lugar, porque viven en un ambiente de tensión, terror o angustia repetida, con la consiguiente pérdida del sentimiento básico de seguridad que ha de proporcionar un entorno asociado a protección y refugio, como es la familia. A su vez, el estrés crónico en edades tempranas puede provocar daños permanentes en las estructuras neuronales y en el funcionamiento de un cerebro aún en desarrollo. En estas situaciones, los menores aprenden e interiorizan creencias o valores negativos sobre las relaciones humanas y la legitimidad en el uso de la violencia como método válido para la resolución de conflictos.
Las investigaciones han puesto de manifiesto que las consecuencias del maltrato directo y de la exposición a violencia familiar son similares. Estudios de revisión sobre este tema muestran una relación significativa entre la exposición a violencia y la presencia de síntomas internalizantes (comportamientos ansiosos y depresivos), externalizantes (bajo control de las emociones, agresividad y dificultad en las relaciones) y traumáticos.
El significativo número de niños que se encuentran inmersos en estas situaciones justifica la preocupación por este tema. En general, los estudios muestran variaciones en el porcentaje de afectados según se trabaje con muestras comunitarias o de riesgo.
Por ejemplo, en España se ha observado que un 2,9 % de los niños, niñas y adolescentes de entre 12 y 17 años han estado expuestos a violencia entre sus padres, mientras que un 4,2 %, a violencia de sus padres a sus hermanos o hermanas. Este porcentaje se incrementa hasta el 28,7 % entre los padres y el 23,8 % de los padres a los hermanos o hermanas cuando se pregunta a aquellos jóvenes que se encuentran en el sistema de justicia juvenil por sus conductas infractoras.
Pero la pregunta clave es: ¿esta exposición hace que se repitan los patrones?
La respuesta no es sencilla, pero podemos empezar por la denominada transmisión intergeneracional de la violencia, que hace que algunas víctimas repitan lo que vivieron y muestren ira, rabia, conductas hostiles e intolerantes, especialmente hacia sus parejas así como, en algunos casos, lleguen a maltratar a sus propios hijos e hijas.
Desde hace más de veinte años, los trabajos del equipo de Cathy Spatz Widom, psicóloga y profesora del John Jay College of Criminal Justice de Nueva York, muestran la fuerte evidencia empírica que existe para este fenómeno. Sin embargo, estos efectos no son tan perniciosos como cabría esperar.
Aunque el hecho de haber estado expuesto a violencia incrementa en un 30 % el riesgo de reproducir estos patrones, en números absolutos significa pasar de 8 % de riesgo de repetirlos en la población general, a un 11 % de riesgo de repetirlos en menores expuestos a violencia. De hecho, algunos autores como Avshalom Caspi han señalado la existencia de factores biológicos que promueven la resiliencia o capacidad exitosa de hacer frente a la violencia y no repetirla en niños expuestos a maltrato y que no pueden, ni deben, obviarse.
Este ciclo de la violencia es, probablemente, la consecuencia más grave derivada de la exposición a violencia familiar, pero hay que tener en cuenta que puede evitarse si se detectan estos casos de forma precoz y se interviene eficazmente sobre los niños y niñas como víctimas de la violencia, y no como meros espectadores pasivos de esta, con el objetivo final de promover la resiliencia.