Reproches e hipocresía en la desbandada de Afganistán
El resumen caótico del fracaso del poder duro y el unilateralismo frente al poder blando, el derecho internacional y el multilateralismo.
La retirada estaba prevista, pero no el caos y la desbandada actual como consecuencia final de un fallo garrafal de inteligencia y de planificación del ejército norteamericano, que calculaba en año y medio el tiempo mínimo de resistencia del ejército afgano ante la previsible ofensiva talibán. La realidad ha sido el desistimiento y el desplome del protectorado en poco más de una semana y, como consecuencia, la incapacidad para preparar la salida ordenada del personal y los colaboradores antes de la fecha previamente pactada del 31 de Agosto. Es decir, la desbandada como espejo deformado de la intervención norteamericana en Afganistán. El esperpento.
Sobre todo porque la guerra, la ocupación y las alianzas de circunstancias con los señores de horca y cuchillo no eran ni pueden ser compatibles con la construcción de un Estado moderno y de su ejército, y aún menos de la institucionalización de ningún grado de democracia. Se demuestra una vez más que la modernización y la democracia no son exportables y mucho menos mediante el intervencionismo y la ocupación, sobre todo si no se cuenta con una mayoría social que le sirva de base.
Algo que no han podido evitar los reproches ni la hipocresía ante el desplome y la desbandada después de veinte años de ocupación. El reproche nacido de la impotencia del presidente Biden hacia el ejército y el pueblo afgano, al parecer por no haber tenido el espíritu y la voluntad de lucha necesarias para hacer frente a la ofensiva talibán, afirmando contradictoriamente que para los EEUU la ocupación de Afganistán, junto a más de cincuenta países occidentales, finalmente solo ha sido una operación antiterrorista y no de extensión de reconstrucción del estado afgano ni de extensión de la democracia. Un ejercicio de hipocresía porque, en realidad, era ante todo una operación antiterrorista, pero también de propaganda política, así como de diseño de un protectorado que a partir de la derrota del régimen talibán, y más tarde de la muerte de Bin Laden, perdió la supuesta legitimidad de origen de la guerra contra el terrorismo y la de ejercicio del apoyo del electorado norteamericano.
Reproches y cinismo luego por parte del expresidente Trump atribuyendo al presidente Biden el caos de la desbandada. El mismo Trump que pactó en su mandato con los talibanes la retirada de las fuerzas norteamericanas, sin garantías para el pueblo afgano y más en particular para los sectores más comprometidos, y que además dejó aparcado el compromiso de un gobierno de transición que impidiese el desplome del nuevo estado. No es de extrañar que finalmente el presidente corrupto del gobierno afgano huyera y que, ante el vacío de la contraparte, los talibanes prefirieran su propio gobierno monocolor.
Reproches a Biden finalmente por los países encuadrados en el G7 que acudieron con tropas a Afganistán a la llamada del 11 de Septiembre, primero como convidados de piedra y en labores de apoyo, y luego en el marco de la operación de seguridad y reconstrucción ISAF en sus zonas respectivas. Unos aliados que al parecer no se habrían preocupado hasta ahora de las condiciones y el calendario de la retirada pactados entre los EEUU y la dirección de los talibanes, con la petición de última hora de prolongar la presencia americana más allá de lo pactado, al objeto de garantizar la repatriación y mitigar las consecuencias humanas de la previsible represión del poder talibán, sin tener en cuenta que una prórroga significaría prolongar la ocupación y con ello la guerra. Más hipocresía.
En definitiva, una cortina de humo de reproches e hipocresía en relación a los objetivos, las consecuencias y el resumen final de la estrategia de la guerra preventiva en Afganistán, como lo ha sido en Iraq, Libia y Siria. Por eso sería más que conveniente un momento de sinceridad, más allá de la obviedad del secretario general de la OTAN sobre los objetivos antiterroristas de la ocupación de Afganistán, donde las operaciones de reconstrucción y seguridad se han demostrado fallidas, fundamentalmente porque a lo largo de estas dos décadas han significado, si acaso, algo secundario. Afganistán resume el fracaso de la guerra preventiva impuesta por sucesivos presidentes de los EEUU a la comunidad internacional, frente a la alternativa del multilateralismo, la diplomacia, la seguridad y la inteligencia. El resumen caótico del fracaso del poder duro y el unilateralismo frente al poder blando, el derecho internacional y el multilateralismo.
Porque tampoco es cierto que este fracaso estrepitoso de la guerra preventiva en Afganistán sea el fracaso de occidente o de las democracias en su conjunto ni tampoco que de él salgan fortalecidas potencias autoritarias como China o Rusia y sus intereses en la zona frente al mal denominado internacionalismo liberal, que ha sido en realidad un intervencionismo de guerra no menos autoritario. Finalmente, la guerra de ocupación del ejército de los EEUU en Afganistán tampoco ha supuesto una ventaja estratégica para los EEUU en Asia frente a las superpotencias en alza de China o en reflujo de Rusia. En todo caso, lo que sale debilitado de nuevo es el unilateralismo y la guerra en la solución de los contenciosos, los conflictos y el terrorismo internacionales.
Ante el fracaso del poder de la fuerza militar no está garantizado tampoco el éxito del poder blando en un mundo complejo, hoy protagonizado por las crisis globales y la incertidumbre. Por lo pronto se trata de culminar la protección y acogida de los colaboradores hacinados en el aeropuerto de Kabul sin dejarlos atrás, pero también de utilizar la diplomacia económica y política para garantizar corredores humanitarios en las fronteras con los países vecinos, y al tiempo poner en marcha una política migratoria y de asilo y refugio digna de tal nombre en Europa.
Pero sobre todo, es preciso comenzar a desarrollar en el marco de las instituciones internacionales una nueva estrategia diplomática con el gobierno talibán y los países vecinos para proteger los derechos humanos básicos de la población en el futuro de Afganistán y asimismo para evitar su conversión de nuevo en un santuario terrorista.
Frente al caos del terrorismo y de la guerra se trataría de reconstruir paso a paso el orden multipolar.