Me vino la regla con 10 años y fue el mejor día de mi vida gracias a mi madre
Algunas personas aún se creen eso de que los tampones desvirgan a las chicas y que la primera regla convierte automáticamente a una niña en mujer.
El primer recuerdo que tengo de mi madre es verla partiendo leña para la estufa que calentaba nuestro hogar. Me encantaba ver cómo colocaba los leños en el tocón del jardín delantero y asestaba hachazos certeros al centro de cada leño, ya estuviera lloviendo, haciendo sol o, en este recuerdo en concreto, nevando.
Cualquier desconocido que pasara por ahí podría haber elogiado su sorprendente fuerza, pero para cuando mi cerebro empezó a retener recuerdos, ya estaba acostumbrada a verla y no me sorprendía. Cuando mi madre se proponía algo, como cortar leña o sobrevivir a la pobreza para convertirse en la primera sheriff local, le daba igual que la gente pusiera en duda sus capacidades para determinadas tareas por el hecho ser mujer. Simplemente las hacía.
Mi madre valoraba la educación en todas sus formas. Al crecer en una casa de Indiana (Estados Unidos) con otros cinco hermanos y hermanas, la Universidad estaba fuera del alcance económico de su familia (aunque ella acabó sacándose una carrera como estudiante “no tradicional”). Sin embargo, para mí, su hija única, lo que más deseaba era que recibiera una buena educación. Eso incluía la salud y la sexualidad, dos pilares de la educación que ella no tuvo en su niñez.
Menos del 10% de las mujeres estadounidenses tuvieron su primera regla antes de cumplir los 11 años. Mi madre fue una de esas pocas y fue una experiencia traumática para ella.
Imagínate que eres una niña y te encuentras las bragas manchadas de sangre sin saber por qué. Imagínate que la regla fuera algo de lo que solo has oído susurrar a las chicas mayores, como si fuera un secreto sonrojante. Imagínate tener que contárselo a tu familia más cercana sin saber si estás enferma y que te digan que simplemente es por el “el pecado” y que “ya eres una mujer, así que te puedes quedar embarazada si no tienes cuidado”. Eso es lo que le pasó a mi madre y estaba decidida a evitar que la historia se repitiera conmigo.
Así pues, me empezó a hablar sobre la regla desde muy pequeña con un lenguaje simple y adecuado a mi edad que sabía que yo comprendería. Se convirtió en una experta resolviendo mis dudas y temores antes siquiera de que echaran raíces en mi mente.
“La menstruación es algo que tienen todas las mujeres”, me dijo cuando tenía unos 6 años. “Algunas personas te dirán que es algo malo o que da miedo, pero no es así. Es algo totalmente normal y no tiene nada de malo”.
Me explicó que como ella había tenido la primera regla muy joven, posiblemente a mí me pasaría lo mismo. A medida que crecía, fue dándome indicaciones para el primer día que me viniera, para que supiera exactamente qué hacer y qué podía pasar.
“Irás al baño y verás un poco de sangre. No notarás nada raro, así que no tengas miedo. Llámame y sea lo que sea que tengamos que hacer ese día, iremos a la tienda a comprar todo lo que necesites”.
Era una mañana de colegio, dos días antes de cumplir 10 años, cuando fui al baño y vi un par de manchas de sangre. No quiero ni imaginarme qué habría pensado si mi madre no me hubiera preparado para ese momento. Pero como estaba preparada, no tuve miedo. Llamé a mi madre, vino enseguida y me dio un abrazo antes siquiera de que me diera tiempo a subirme el pantalón. No olvidaré jamás aquel momento, de pie en el baño con los pantalones por los tobillos, riéndome mientras me abrazaba.
Me enseñó la mejor forma de limpiar las manchas de sangre de la ropa (“dale agua fría para que la mancha no agarre”) y me dedicó una mirada seria antes de decirme algo que ojalá más padres y profesores dijeran explícitamente: “Esto no te convierte en una mujer. Tal vez oigas que tener la primera regla te convierte en una mujer, pero no es así. Eres la misma que ayer. Eres una niña, solo que ahora también tienes la regla”.
En efecto, ya había oído a gente decir eso, de modo que las palabras de mi madre fueron un alivio. Ninguna niña de 10 años está preparada para convertirse en una mujer de la noche a la mañana. Gracias a las oportunas palabras de mi madre, no sentí la presión de hacerlo.
La preparación de mi madre no acabó ahí: había planificado todo el día. Como había prometido, canceló los demás planes y llamó al colegio para avisar de que no iba a ir.
Fuimos a la tienda y me explicó la diferencia entre las compresas y los tampones. Me recomendó empezar con las compresas, pero dijo que la decisión era mía. (Más tarde me daría cuenta de que a muchas niñas no les dan elección). Elegí las compresas. En el mostrador, pregunté si me podía comprar mi chuchería favorita y me dijo: ”¡Claro, es un día especial!”. Un día especial, como un cumpleaños o Navidad.
Ya me había escaqueado del colegio y había conseguido mi chuchería favorita, así que no podía imaginar que mi día pudiera mejorar. Pero luego mi madre me compró un helado en Baskin Robbins y después fuimos a casa a ver “vídeos para aprender”.
Resulta que entre los preparativos que tenía organizados mi madre, había comprado unas cintas VHS con educación sexual para niños, específicamente escogidas para el día de mi primera regla. Hablaban de temas como la pubertad, la regla y el mecanismo básico de la reproducción humana.
El tono de los vídeos era amable y no un documental excesivamente científico. Cada tema lo narraba un niño o adolescente. Una parte que me encantó del documental fue cuando un grupo de niños preadolescentes se sentaron alrededor de un médico para hacerle preguntas sobre la pubertad. Le preguntaron todas las dudas que podía tener yo misma, así que absorbí como una esponja las respuestas del médico. Creo que aprendí tanto del tono del documental como de la propia información que presentaba: la pubertad no debe darte miedo. Todo el mundo pasa por ella. No pasa nada por preguntar para resolver tus dudas.
Tener mi primera regla no me convirtió en una mujer, pero no podía evitar pensar que mi madre me estaba confiando “información para mayores”. De repente, era una niña que sabía qué eran los tampones y qué pasaba en la pubertad. En vez de sentirme avergonzada por tener la regla, como les sigue pasando a muchas chicas, me sentí muy orgullosa de mí misma.
Aunque el acceso a la información ha mejorado mucho desde mi infancia, la ignorancia y el estigma que gira en torno a la menstruación todavía persiste. Algunas personas aún se creen eso de que los tampones desvirgan a las chicas y en general aún se piensa que la primera regla convierte automáticamente a una niña en mujer.
Algo aún más común es no querer hablar sobre la menstruación. La mayoría de los programas dirigidos a niñas y adolescentes nunca mencionan la regla, ni siquiera de forma indirecta, y eso no hace más que confirmar que la regla es un tabú.
Si algo aprendí con el plan de mi madre es que hablar abierta y honestamente sobre la regla es la mejor forma de acabar con el estigma que le persigue desde hace mucho tiempo.
Aunque no voy a tener hijos, espero que más padres sigan los pasos de mi madre en los años venideros y ayuden a sus hijas a sentirse cómodas con esta parte completamente normal de la vida.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.