Recuérdalo tú y recuérdalo a otros
Poner en valor lo que tenemos y lo que tanto nos costó conseguir es una tarea de todos. Eso sí es patriotismo. Y lo demás, zarandajas
Resulta frustrante constatar cómo muchos de los jóvenes actuales desconocen no sólo qué fue el 23-F, sino que tan siquiera han visto las imágenes de un Antonio Tejero enfebrecido liándose a tiros contra el techo del Congreso de los Diputados.
¿Qué clase de Historia se imparte en los colegios e institutos? ¿En qué burbujas de ignorancia metemos los padres a nuestros hijos que ni siquiera encontramos cinco minutos de nuestra vida para explicarles lo cerca que estuvimos de perder una democracia entonces incipiente?
Se ha dicho mil veces que una sociedad que ignora su pasado está condenada a repetirlo. No se trata de aprender todos los detalles de la primera guerra carlista, sino de saber, de conocer, qué ocurrió en la tarde del 23 de febrero de 1981 en España. Hace sólo 40 años.
Ese altísimo grado de desconocimiento sobre nuestro pasado más reciente no es responsabilidad única de los más jóvenes —no estaría de más dejar de responsabilizarlos de todos los males—, sino de sus padres en general y del sistema educativo en particular. Explicar el 23-F no es contar la parte más esperpéntica de ese día, que también, sino explicar cómo unos golpistas trataron de liquidar por las bravas el atisbo de consenso democrático que entonces se habían dado los españoles tras 40 años de dictadura, sangre e infamia.
Se trata, en definitiva, de poner en valor la Democracia como un sistema imperfecto, pero el más perfecto conocido. De ser conscientes de que unos desgarramantas armados pueden hacer saltar por los aires todo un sistema político de paz y justicia. Se trata, a fin de cuentas, de dejar de tirar piedras sobre la casa común que hemos construido con la vocación de vivir en un país de hombres y mujeres libres e iguales en derechos y libertades.
El 40 aniversario del fracaso de la intentona golpista representa una fecha suficientemente redonda como para que todos la festejemos con orgullo y el pleno convencimiento de que, más allá de las discrepancias políticas, existe una línea roja que nunca se debe rebasar: la que marca la propia Democracia. Y eso compete a todas las formaciones políticas: denunciar que un Gobierno es “ilegítimo” constituye la forma más irresponsable de deslegitimar la democracia. Otro ejemplo: hablar del tan denostado Régimen del 78 es, en fin, hacerlo del Régimen Democrático, con las imperfecciones inherentes a todo sistema político.
El 23-F constató que la construcción, consolidación y desarrollo de una democracia están plagadas de riesgos. Poner en valor lo que tenemos y lo que tanto nos costó conseguir es una tarea de todos. Eso sí es patriotismo. Y lo demás, zarandajas.