Anatomía de una reconciliación: el acuerdo a 14 bandas que busca unir al fin a los palestinos
Fatah, Hamás, Yihad Islámica y otros partidos y facciones firman un pacto en Argelia para reconocer a la OLP como representante de su pueblo y celebrar elecciones en un año.
La vida pasa en Palestina. Sigue con su tierra partida, con sus controles y redadas del Ejército de Israel, con 600.000 colonos ocupando su suelo, con cinco millones de refugiados. Nada ha cambiado desde que el pasado 13 de octubre 14 facciones y partidos firmaron un acuerdo de reconciliación en Argelia. Es normal que ni siquiera haya entusiasmo, en un territorio acostumbrado a acercamientos y rupturas, en un bucle sin fin aparente, pero lo cierto es que lo rubricado es histórico, es potente, y promete instaurar una unidad de acción, con voces múltiples pero acompasadas, facilitar la toma de decisiones cotidianas y, a la postre, convocar elecciones.
La avalancha de informaciones internacionales ha eclipsado el paso dado en Argel. Bajo el auspicio del presidente local, Abdelmadjid Tebboune, las distintas familias, entre las que destacan el Fatah del presidente Mahmud Abbas, Hamás o la Yihad Islámica, han estado negociando desde enero para llegar al fin a esta orilla, la de las paces, tras 15 años de pelea interna. Las consecuencias del enfrentamiento hace eones que se veían claras: debilita al pueblo palestino y su causa y prolonga el sufrimiento de la población, en casa y en la diáspora, beneficiando a Israel. Pero las diferencias internas eran tan grandes que el bien mayor no se acababa de imponer. Hasta ahora.
De dónde venimos
Las divisiones políticas entre las distintas facciones palestinas viene de lejos pero se hicieron insalvables en 2007. La victoria de Hamás en las elecciones legislativas sentó las bases para la ruptura política total. El Movimiento de Resistencia Islámica quedó por su lado, gobernando en la Franja de Gaza e insistiendo en que con Tel Aviv no hay nada que negociar. Tomó el control total de la línea costera y rompió el Ejecutivo de unidad nacional pactado meses antes, tras cinco días de lucha fratricida en lo que se bautizó como “La Batalla de Gaza”. Dejó al menos 120 muertos.
Hamás echó a todos los funcionarios relacionados con Fatah -la persecución a sus simpatizantes llega hasta nuestros días, aunque en los últimos años ya ha sido más frecuente ver tímidas banderas amarillas de la formación en balcones y rejas-, rompió con Ramala y los palestinos, en lo personal y en lo político, quedaron partidos. Porque enfrente, la Autoridad Nacional Palestina (ANP) de Abbas, respaldada por Occidente, seguía dominando la Cisjordania ocupada. Jerusalén Este, pretendida capital del futuro estado palestino, está ocupada por Israel desde 1967 y ninguna administración árabe puede actuar en su territorio.
Desde entonces, Gaza ha estado sometida a un brutal bloqueo tanto israelí como egipcio, como castigo por haber votado a los islamistas, lo que hace que se considere como la mayor cárcel al aire libre del planeta. El impacto del aislamiento, la desconexión territorial y las ofensivas sistemáticas del Ejército de Israel (previas o posteriores al lanzamiento de cohetes de las milicias) han llevado a la zona a la emergencia humanitaria, mientras en Cisjordania, al mando de Fatah, la construcción de asentamientos se han acelerado, se han multiplicado los controles y requerimientos de visados y se ha erosionado la convivencia.
En lo más formal que tiene una democracia, unas elecciones, el abandono es total: la división ha impedido que se celebren elecciones presidenciales y parlamentarias desde las convocatorias de 2005 y 2006. Ni hay parlamentarios legitimados para legislar ni el propio presidente, el sucesor del rais Yasser Arafat, tiene el respaldo ciudadano -otra cosa es que tampoco tenga un sucesor claro-.
Las diferencias han pasado por muchas fases distintas, desde el odio total a cierta cooperación puntual para vigilancias o control de pasos en Gaza, para el envío de fondos o posicionamientos similares ante ataques de Israel. Incluso se firmaron dos acuerdos, en El Cairo, en 2011, y en Doha, en 2012, en los que parecía que sí, que era posible calmar las cosas. “Hemos pasado página de forma completa y definitiva”, afirmaba Jaled Meshal, entonces jefe político de Hamás. La apuesta más firme por el entendimiento se produjo en junio de 2014, cuando se pactó hasta un Gobierno de unidad, compuesto por 17 ministros, muchos tecnócratas.. Se acabó descomponiendo en un mes, con la operación Margen Protector y sus derivadas.
Lo acordado
Ahora han vuelto las partes a la mesa de negociación porque no queda otra. Como evidencia el documento suscrito por los 14 grupos, existe la “firme convicción” de que seguir con el choque fratricida no cambia la situación de los palestinos sino que “favorece el statu quo”, o sea, el de la ocupación y la falta de soberanía, y “alimenta el fracaso del proceso de paz en Oriente Medio”.
“Estar separados beneficia a la ocupación. Nos ha costado largas discusiones pero se ha llegado a un acuerdo que estamos todos dispuestos a implementar y que esperamos que cambie nuestra realidad, que sea una base sólida sobre la que lograr la estabilidad y la fuerza institucional”, explica a El HuffPost Mustafá Barghouti, miembro del Consejo Legislativo Palestino, portavoz de la Iniciativa Nacional Palestina (socialdemócrata) y un día nominado al Nobel de la Paz.
Barghouti enfatiza el “esfuerzo” que todas las partes han tenido que poner sobre la mesa para hacer cuajar un acuerdo, porque se crece, dice, a base de “renuncias”. “Al final, los objetivos nacionales comunes son dos: el estado palestino independiente y el retorno de los refugiados. En eso hay consenso. Como hay necesidad de avances, sobre esa plataforma nos hemos hecho fuertes”, añade. “Sin unidad, la resistencia se resiente”, remarca.
El marco surgido de Argel trabaja a dos niveles: uno más genérico, muy político, esencial, y otro más práctico, “que a través de la estabilidad institucional hará que se desplieguen los recursos en proyectos de reconstrucción, por ejemplo”, tan necesarios en un territorio golpeado sistemáticamente. Lo que firman los políticos ha de sentirse en las calles palestinas, a la espera de la “realización efectiva” de tener un Estado independiente; desde 2012, Palestina es estado observador en Naciones Unidas y ha sido reconocido como país de pleno derecho por la mayor parte del planeta. “Eso es la Declaración de Argel, una búsqueda de soluciones”, defiende.
En el primer nivel están las medidas más destacadas: la convocatoria de elecciones en el plazo de un año desde la firma del documento y el reconocimiento de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) como único representante legítimo del pueblo palestino.
″(...) El objetivo de permitir que todos se unan a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), único representante legítimo del pueblo palestino” es el primer punto de la declaración, un asunto que siempre había sido un escollo en las negociaciones pasadas. Como explica la Agencia EFE, el documento apela a la integración de la diáspora palestina (punto 2) y a la toma de medidas prácticas para acabar con la división (3) además de fortalecer el papel de la OLP (4) “con la participación de todas las facciones palestinas”.
En la cláusula 5, las facciones acuerdan elegir “el Consejo Nacional Palestino (órgano legislativo de la OLP) dentro del país y en el extranjero, basado en el sistema de representación proporcional integral” en el plazo de un año.
“Federar las instituciones nacionales palestinas” (7) “para apoyar su resistencia a la ocupación Israelí” o “activar el mecanismo de Secretarios Generales de Facción palestinos” (punto 8) son otras de las propuestas consensuadas.
El noveno, y último punto, acuerda la creación de un grupo de trabajo argelino-árabe que se encargará de supervisar y supervisar la aplicación de las cláusulas de la “Declaración de Argel”. Un proceso “serio”, en palabras de Barghouti, del que depende que se implementen las medidas, para el que cuentan con el apoyo de Argel.
Hasta ahora, cada vez que se ha llegado a un acercamiento similar en el pasado, Israel siempre ha reaccionado afirmando que no negociará nada con un Gobierno que dependa de Hamás, a quien califica como terrorista. Sin embargo, estrictamente no se incluye un apartado sobre un Ejecutivo de unidad, matiza el político palestino, sino que se establecen cláusulas sobre el desarrollo de las estructuras de la OLP, la formación de un Consejo y los comicios. Nada más. Y nada menos.
Habrá que esperar a que los pasos se vayan dando para ver la reacción de Tel Aviv, ahora mismo más entretenido en las elecciones a que se somete el próximo 1 de noviembre. En un principio estaban planteadas para noviembre de 2025, pero la crisis del gabinete de unidad que encabezaban Yair Lapid y Naftali Bennett ha obligado a una nueva cita con las urnas, la quinta anticipada en tres años. Las encuestas anuncian otro estancamiento, porque el bloque que ahora gobernaba pierde fuelle y el que encabeza el exprimer ministro Benjamín Netanyahu no supera la mayoría absoluta.
Impulso árabe
El impulso de Argelia tanto en la consecución del acuerdo como en los tiempos por venir ha sido clave para la reconciliación palestina. El presidente Tebboune acogió los contactos entre las partes y fue animando a subir el nivel de los negociadores, hasta que el 5 de julio pasado acudieron al país el presidente Abbas y el líder de Hamás, Ismail Haniyeh.
Se suman en este empeño un interés táctico y uno sentimental. El primero es que Argelia va a acoger los días 1 y 2 de noviembre la 31ª Cumbre de la Liga Árabe y quería llevar al encuentro una conquista sobre uno de los problemas más viejos y hondos que arrastra la organización, como es el conflicto palestino-israelí. De esta manera, recuerda a los países árabes que están normalizando sus relaciones con Israel que la causa de sus hermanos no se olvida, un mensaje que aspira a tener eco sobre todo en los estados del Golfo Pérsico, donde se están estableciendo potentes lazos económicos y académicos con Tel Aviv y, sobre todo, en Marruecos. Con esrte país, Argel tiene rotas las relaciones precisamente, entre otras cosas, por su acercamiento a Israel, hasta el punto de firmar acuerdos de Defensa. Argelia no adopta ni la normalización ni la domesticación y con este acuerdo lo recuerda a las claras.
El segundo empeño es emocional porque conecta con un pasado del que Argelia se siente orgulloso y Palestina, agradecida: fue en Argel donde Arafat proclamó por primera vez la creación de un estado palestino y Argelia fue el primer estado en reconocerlo como un igual.
Ahora queda por delante el reto de lograr un estado real, reconocido por todos, con derechos tangibles. Pero para eso, hoy por hoy, no se ven soluciones en el horizonte. De momento, queda la esperanza inicial de que todos juntos quieren remar hacia esa meta.