Ramón Esono, un artista crítico en las mazmorras de Obiang

Ramón Esono, un artista crítico en las mazmorras de Obiang

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La primera vez que estuve en Guinea Ecuatorial, un amigo que hice allí y que llevaba años viviendo en la excolonia española me dijo que Guinea era el vivo retrato de la novela El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, un universo de moralidad quebrada por las consecuencias nefastas del colonialismo -y del postcolonialismo-, donde los horrores asaltaban sin avisar.

Lo intuí brevemente en mis carnes cuando un militar paró el microbús donde viajaba con unos alumnos y me encañonó con su pistola porque decía que le había sacado una foto esa misma mañana desde la ventanilla de nuestro bus mientras él cargaba un cubo de plátanos. Yo simplemente le sacaba una inocente foto al paisaje.

Por eso siempre he sentido admiración por algunos escritores guineoecuatorianos como Juan Tomás Ávila Laurel, que fuera y dentro de su país se han atrevido a criticar al régimen de Obiang, en el poder desde 1979, campeón de la violación de derechos humanos según los informes de Amnistía Internacional y Human Rights Watch. O por Ramón Esono, cuyo cómic La pesadilla de Obi es una sátira valiente de un sistema podrido y corrupto que se mantiene por la crueldad de unos y el silencio cómplice de otros.

A Ramón Esono lo detuvieron el pasado 16 de septiembre en Malabo cuando salía de comer en un restaurante, como contaba el compañero José Naranjo en un artículo publicado en El País. Esono, que vive fuera de su país con la familia, había regresado a Guinea para renovar su pasaporte, al no habérsele permitido hacerlo en la Embajada de Guinea en Madrid. Ahora intuimos por qué.

Ya sabemos de las patrañas judiciales del sistema guineoecuatoriano, que tiene un largo historial de manipulaciones y acusaciones falsas.

Lo han acusado de llevar dinero falsificado y lo han metido en Black Beach, una cárcel de espantosa reputación. El problema es que ya sabemos de las patrañas judiciales del sistema guineoecuatoriano, que tiene un largo historial de manipulaciones y acusaciones falsas contra los críticos ante el régimen.

Guinea funciona como funciona, entre otras cosas, gracias a la tibieza internacional. Como la de empresas y gobiernos occidentales que negocian con Obiang hambrientos de su petróleo. Como la de China, que le ha construido muchos proyectos urbanísticos a cambio también del oro negro. Como la de empresarios que hacen negocios con él y asisten a sus fiestas y convocatorias de adhesión inquebrantables, como el Movimiento de Amigos de Obiang (MAO), una plataforma política en la que se ha visto desfilar a empresarios españoles pronunciando loas al dictador. O la de políticos como Zapatero, Bono y Moratinos, que le han dado cobertura con visitas a un presidente que ya lleva muchos años regateando a los que le piden que respete los derechos humanos. O la del Gobierno español, tan silencioso siempre en materia de libertades fundamentales si no se trata de la Venezuela chavista.

Guinea Ecuatorial es una excolonia ignorada por su antigua metrópoli. Un clásico de la desmemoria en la España postimperial, que se olvida de su pasado y de sus responsabilidades históricas, convencida de ese discurso oficial de bondad y nobleza que casa mal con un pasado colonial sangriento y su historia fratricida. Ya podríamos los periodistas volver la mirada hacia un territorio con el que mantenemos importantes lazos históricos.

Cuanta más luz, más fácil va a ser que liberen Ramón Esono. Y más fácil será dar voz a los que, como él, se la han jugado y se la juegan para ganar espacios de libertad en Guinea Ecuatorial.

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Jorge Berástegui, nacido en La Laguna (Tenerife) en 1980, estudió en La Escuela UAM/EL PAÍS y luego se doctoró en Lenguas Modernas y Literatura por la Universidad de Alcalá. Tras ocupaciones varias en países diversos, ahora trabaja en El Huffington Post como editor de blogs.

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