Radicalización, la baza de Vox en Cataluña
La ultraderecha ha desplegado la misma baza que en Euskadi, plantar cara a los independentistas allí donde son más fuertes.
Vox juega casi siempre las mismas cartas. La estrategia de la ultraderecha cada vez que hay elecciones, especialmente si se celebran en comunidades con un fuerte sentimiento independentista, se repite: plantar cara al ‘enemigo’ allí donde es más fuerte. Lo hizo en el mitin de Salt, en Gerona, donde la cúpula del partido fue recibida con una lluvia de tomates y otros objetos en busca de las cabezas del partido.
Vox ha centrado su campaña este 14F en su oposición radical al independentismo, como ya hizo en Euskadi. La extrema derecha sabe que ese es el marco con el que puede engordar su cartera de votos. Los de Santiago Abascal se crecen con el acoso independentista que sufren en tierras catalanas. Y lo hacen a costa de un PP que ha intentado centrar sus mensajes en la gestión. El líder ultra espera devolver a Casado la patada que el jefe del PP le dio en la moción de censura.
A cada acto de la extrema derecha en campaña ha seguido un séquito de manifestantes radicales al grito de “¡Fuera fascistas de nuestros barrios!” con los que el propio Abascal se ha encarado. Ya fuera en Salt, en Tarragona o en Vic (Barcelona), capital de la comarca de Osona que alcanza el 70% de voto independentista, los actos de Vox han tenido que contar con presencia de antidisturbios. Igual que el verano pasado en Euskadi, donde la situación se tensó tanto que la diputada Rocío de Meer recibió una pedrada en un mitin.
El partido de Abascal aprovecha, además, las escenas de sus peleas contra los independentistas para recriminar al resto de partidos su silencio sobre el asunto con la mirada en PP y Cs —sus grandes rivales—. Pero Vox consiguió lo que quería porque, finalmente, tanto Pablo Casado como Inés Arrimadas salieron a condenar el hostigamiento y a recordar que ellos lo sufrieron antes.
“Su campaña ha sido ir a los sitios más jodidos para que les tiren piedras y salir como víctimas, como los que tienen los cojones de plantar la bandera… No han hecho nada más. Por no hacer, no se han estudiado ni los datos. Ignacio Garriga no sabía el otro día ni el presupuesto de la Generalitat. Pero es que tampoco les hace falta. Solo con la foto y las imágenes de la gente con los paraguas para que no les cayera nada y evitar los tomates a Abascal y las imágenes de las cargas de los Mossos ya hacen la campaña”, lamenta una fuente popular con asiento en el comité ejecutivo nacional del partido.
El boicot que los de Abascal sufrieron en Vic (Barcelona) el pasado fin de semana ha aumentado la inquietud en las filas de Alejandro Fernández, porque el interés de la campaña se fue a esos ataques a dirigentes y simpatizantes ultras y las redes sociales se llenaron de vídeos y mensajes de apoyo a los Abascal. Esa estrategia, sin embargo, es vista por algunos exmiembros de Vox en Cataluña como algo “manido”.
“Ese modus operandi de plantar cara a los independentistas que les tiran piedras ya está muy manido. Lo han utilizado desde el primer día. Yo he sufrido que me tiren huevos y he tenido que tirar zapatos y pantalones porque me los llenaban de pintura. Pero eso ya está más que amortizado. Todos aquellos que Vox podía atraer por eso ya les votan. A los que no han atraído ya no les van a atraer. Al contrario, por ese método puede ser que se les caigan votantes como consecuencia de insistir”, cuenta Fernando Moya, exportavoz de Vox en la provincia de Barcelona que dijo adiós al partido para volver al PP por no sentirse identificado.
Este político, ahora de campaña con el PP como militante raso, zanja: “No puedes agarrarte a la bandera española y correr. Al electorado tienes que darle motivos y un programa, cosa que Vox está demostrando que no tiene. Que no ofrecíamos nada ya lo dije cuando estaba en Voz el 10N. Solo bandera. Cogerla y correr con ella como Supermán”.
Vox, no obstante, juega más cartas. Pese a que no niega la pandemia, se muestra contrario a las medidas de salud pública para contenerla, como el cierre de bares y restaurantes. Por eso, el malestar de hosteleros y comerciantes por el cierre forzado es un caladero de papeletas que Vox también ha explotado en campaña. “Nos querían hacer creer que el virus os impedía trabajar y no es verdad: son ellos [los demás políticos] los que os impiden trabajar”, repite Ignacio Garriga, el candidato ultra a presidir la Generalitat.
Más acoso, más publicidad
Esa vía rápida para captar votos se suma a la beligerancia contra los independentistas, a quienes quiere ilegalizar, y al rechazo a la inmigración, especialmente la musulmana, muy presente en Cataluña. La extrema derecha no ha presentado programa electoral alguno. Solo un plan de 10 puntos. Y dos los dedica a los inmigrantes irregulares, a quienes identifica con la delincuencia.
Lo cierto es que los saboteadores de los actos de Vox son el mayor altavoz de la extrema derecha. De esa manera, los radicales convocados por los independentistas empacan al partido que quieren silenciar porque en la época de las redes sociales, un tuit con pedradas vende más que un discurso en una plaza. Por eso, la extrema derecha se esfuerza en volcar en las redes más los ataques que recibe que las propuestas que ofrece.
Y es que engordar a la ultraderecha también genera réditos al independentismo. Ambos grupos, secesionistas acérrimos y seguidores hiperventilados de Vox, caldean tanto el ambiente que conducen a una parte de los catalanes al callejón de la radicalidad y replican un bucle del que es difícil escapar. Todos ganan, pues unos se venden como los defensores de la Cataluña de verdad contra el invasor “fascista” español y otros como víctimas de un acoso inmerecido por defender a “la España verdadera”. La calculadora de Vox se sabe la ecuación:
Vox + independentistas = votos.