'Quienes manejan los hilos'
Existe una leyenda que circula por los mentideros desde hace décadas: Franco nunca estuvo enterrado en el Valle de los Caídos.
El 24 de octubre de 2019, el día de la exhumación de Franco, se nos planteó en la radio uno de esos dilemas a los que hay dar una respuesta eficiente y en el menor tiempo posible: ¿Qué contamos a la cuatro de la tarde que no se haya dicho todavía?
Desde primera hora de la mañana, todos los medios nos habíamos volcado en narrar, enseñar, describir, contextualizar y analizar un capítulo histórico. Uno más. Llevamos una buena racha. Y, a pesar de la grandilocuencia del calificativo y de lo que nutrirán nuestra futuras batallitas ante nuestros nietos, hubiéramos preferido ahorrarnos el privilegio de ser testigos directos de alguno de ellos. Además, como novelista, son episodios que te sitúan frente a la amenaza más temida: que la realidad ya te lo haya contado todo; la misma que sufría como periodista. ¡Menuda gracia esa afición por las jornadas históricas!
Sin embargo, como muy bien decía mi abuela, «dios aprieta, pero no ahoga» (si es usted especialmente sensible a esta jerga por su convencido ateísmo, tenga a bien disculpar al refranero popular, que es un dogma que jamás defrauda). Alguien recordó lo que nos había confiado, no hacía mucho tiempo, y quizás en el entorno relajado de una cena entre miembros del equipo de La Ventana y afines, el señor de Concostrina. Jesús Pozo, amigo y periodista, fotógrafo y estupendo conversador, se soltó en la sobremesa y nos puso al corriente de una leyenda que circula por los mentideros de Madrid desde hace décadas: Franco nunca estuvo enterrado en el Valle de los Caídos.
¿Y si eso era así? ¿Y si en 1975 se dio por bueno que en aquel ataúd que llegó para darle cristiana sepultura iba dentro el cadáver del dictador sin que mediara ninguna prueba testimonial o forense de que eso realmente así? Lo había apuntado el día anterior Xavier Casals en un artículo publicado El Periódico de Catalunya:
Ahora, cuarenta y cuatro años más tarde, nadie nos aclaraba si, como marcaba la ley, un experto forense había certificado que dentro de aquella caja mortuoria que trasladaba el helicóptero entre el Cuelgamuros y Mingorrubio, iba realmente el ADN de Francisco Franco. Salvo que Dolores Delgado, en calidad de notaria mayor de reino por su condición de ministra de Justicia, había asistido y había dado fe del acto que, por otra parte, todo el mundo había presenciado por televisión, no teníamos nada más: ningún informe. Ningún análisis. Nada.
Aquella tarde, Jesús Pozo intervino en La Ventana para compartir la historia con los oyentes la parte de la historia que todavía no se había explicado en antena.
La misma noche, empecé a meterme en la piel de Ramón Santolaya, un secretario de Estado que había formado parte del cuerpo de altos funcionarios que asistieron in situ a la exhumación, y me puse a idear la manera de saber a ciencia cierta si Franco había estado alguna vez enterrado en El Valle de los Caídos. La única manera de hacerlo pasaba por abrir la caja...