¿Quién mató a Verónica Rubio?
El caso se ha cerrado por la imposibilidad de encontrar al “verdadero” culpable del caso.
Cuentan que existe una terrible tortura que consiste en dejar caer una gota sobre la frente de una persona por un tiempo ilimitado. La gota ejerce un ligero dolor sobre la piel, pero lo que resulta letal no es el impacto físico sino el daño psicológico: la imposibilidad de dormir o de beber el agua acaba provocando un paro cardiaco. Esta semana la justicia ha archivado el caso de Verónica Rubio, la trabajadora de IVECO que no logró soportar la presión de su entorno y de sus compañeros ante la filtración de unos vídeos sexuales suyos. Mensaje tras mensaje. Reenvío tras reenvío. WhatsApp tras WhatsApp. Mirada tras mirada. Burla tras burla. Año tras año. Día tras día... No es posible imaginar mayor agonía.
El calvario se remonta a hace casi diez años, cuando un ex amante de Verónica enseñó a algunos compañeros de la empresa un vídeo en el que mantenía relaciones sexuales con ella. En ese momento empezó la humillación, pero no existía WhatsApp y no llegó a hacerse viral. Años más tarde, Verónica formó una familia con otro hombre y alguien volvió a hacer público ese vídeo junto a otros provocando que llegase a casi toda la plantilla y a su marido actual. Verónica no soportó los juicios, las burlas y las risas y se quitó la vida.
Un año después (y cientos de silencios, de mentiras y de mensajes borrados) el caso se ha cerrado por la imposibilidad de encontrar al “verdadero” culpable del caso. Una resolución tan absurda como injusta, ya que no ha sido una sola persona la que ha terminado con la vida de Verónica. No ha habido un solo culpable sino muchos: quienes compartieron los vídeos, quienes los vieron y no lo denunciaron, quienes se rieron de ella, quienes callaron, quienes le negaron su ayuda, quienes miraron para otro lado. Tanto ellos como ellas son culpables de la muerte de Verónica, su compañera.
Pero la responsabilidad no queda sólo en su empresa: también nos compete al resto de la sociedad. Burlarse de una mujer que mantiene relaciones sexuales con quien le dé la gana no es un hecho aislado propio de una persona enajenada sino una costumbre machista totalmente normalizada. La muerte de Verónica está respaldada por millones de gestos cotidianos que celebran que los hombres se acuesten con quien quieran (y cuantas más mejor) pero castigan a las mujeres que lo hagan.
Es provocada por miles de mensajes, de chats y de foros que normalizan el desprecio a las mujeres con toda clase de expresiones despectivas: “será guarra”, “menuda cerda”, “mirad que putilla”. Es reflejo de una sociedad que se cree evolucionada y todavía divide a las mujeres entre “zorras” o “santas”. Es consecuencia de una cultura visual donde el placer sexual es dominio masculino mientras que el femenino es prácticamente invisible. Es resultado de considerar a las mujeres objetos de consumo y no sujetos del deseo. Es la acumulación lo que mata y no el orden de los gestos.
Cuando alguien quiebra es porque lleva tiempo soportando mucho peso. El caso de Verónica debe hacernos recapacitar sobre el lugar que ocupan nuestros gestos dentro del conjunto de la sociedad. De nada sirve castigar un hecho aislado. Somos gotas que se suman a otras gotas. #JusticiaParaVerónica