¿Qué vamos a hacer ahora que todos somos coaches?
Parece que una de las características con las que los seres humanos venimos de serie es la imitación. Lo imitamos todo. Con independencia de si debemos a Rizzolatti y a las neuronas espejo de sus macacos el descubrimiento de una base neuronal para este fenómeno, lo cierto es que cualquier observación, siquiera accidental, nos devuelve la clara conclusión de que estamos hechos para la imitación. Los memes son una buena prueba de ello, aunque quizá anecdótica, y la moda es una muestra de mucho más impacto.
Otro de los ejemplos significativos son las palabras de tendencia en la sociedad en general y en el mundo de las organizaciones en particular. Esas que se contagian con más rapidez que el virus de la gripe. Y de todos los términos que están alcanzando el límite de su saturación, quizá uno de los más populares sea coaching.
Es tan notorio como asombroso, pero de ser una herramienta más o menos inspirada en el counselling, más o menos basada en hechos científicos, o más o menos efectiva, ha pasado a ser sinónimo de casi cualquier cosa que signifique desarrollo personal. E incluso animal, puesto que hoy no solo hay coaching ejecutivo, deportivo, coaching de vida o coaching para padres, sino que también lo hay para perros y quizá para otras especies.
Así que, como quien más y quien menos ha seguido algún curso, aunque sea online, leído algún libro, aunque sea a medias, escuchado alguna charla TED o retuiteado que "el mapa no es el territorio", la certera frase de Korzybski, resulta que ahora todos somos coaches. Al menos, un poquito. En definitiva, si la palabra coaching en algún momento llegó a significar algo, ahora no significa ya prácticamente nada.
Porque, es verdad, ahora todos sabemos que las personas son lo más importante, que cualquiera puede lograr cualquier meta si se lo propone con verdadero ahínco, que cuando nos caemos, lo primero que tenemos que hacer es levantarnos, y que siempre soplan malos vientos para el que no sabe dónde va. Por no hablar de la zona de confort como única metáfora explicativa de la resistencia humana al cambio.
Y la pregunta es: ¿hay vida más allá del coaching? Ahora que, de alguna forma, se nos ha colado por las rendijas la – errónea - idea de que esta disciplina es la única vía de interpretación del ser humano en general, y del ser humano en las organizaciones en particular, la gran pregunta es qué vamos a hacer a partir de aquí para seguir progresando.
Esto, obviamente, ni es un intento de vulnerar a una disciplina ni a sus seguidores, ni por supuesto es un manifiesto en contra de la popularización del conocimiento. Sin embargo, tal vez sería bueno que, a partir de este punto en el que nos encontramos, pudiéramos evolucionar en dos sentidos.
- Por un lado, estaría bien que quienes realmente conozcan cuál es la propuesta de valor del coaching luchen por trasladarla a la sociedad y a las organizaciones, de manera clara y diferencial. Es verdad que las entidades certificadoras han ayudado a ello, pero da la impresión de que no es suficiente.
- Por otro lado, sería igualmente deseable que quienes posean visiones alternativas sobre el desarrollo humano las expongan también con autoridad y nombre propio, pues el peor pecado en el mundo del conocimiento es permitir que se quede donde está, y la diversidad el mejor antídoto contra el estancamiento.
No sabemos si los macacos de Rizzolatti necesitaron sesiones de coaching, quizá sí o tal vez no. Lo que sí está claro es que, en el vértigo de esta sociedad cada vez más confusa y compleja, resultan imprescindibles las teorías y técnicas que ayuden a los seres humanos a fijar su rumbo y a lograr sus objetivos. Ahora, y siempre.