¿Qué papel juegan las galerías de arte en pleno Apocalipsis?
Hay quien pueda extraer que somos prescindibles por pura selección natural y no podrá estar más equivocado.
Escribir esto mientras el 12% de los infectados por coronavirus en España son sanitarios que nos protegen puede parecer frívolo, pero el mundo sigue para todos, no solo para los que han (hemos) conectado con los informativos por vía intravenosa. El miedo nos tiene paralizados pero hay que hablar también de otras cosas; hay que hablar de nosotros, del resto de personas que componen un mundo que galopa fascinado a lomos de los caballos del Apocalipsis.
Esta crisis tiene elementos muy atractivos, para mí sin duda el principal es haber pillado por sorpresa al capitalismo. Dimensionar en nuestra imaginación el capitalismo en el siglo XXI es difícil, tal es su tamaño y su poder, al menos hasta hoy. Un microbio aparecido en una remota provincia china ha cambiado tanto las reglas del juego que los liberales ya no piden libertad para el mercado sino protección del Gobierno. La frase de Reagan “menos Gobierno”, esculpida en gigantescas pierdas, se va resquebrajando y desplomando por el precipicio a cuyo fondo están yendo a parar las ideas privatizadoras. Como si de un bumerán se tratase, de la misma sima afloran ideas lanzadas por Zizek desde una reclusión domiciliaria que estos días nos hace igual a todos.
Hace días el filósofo coreano-alemán Byun-chul Han publicaba un estremecedor artículo en el que explicaba cómo los sistemas tecnológicos de reconocimiento visual eran parte de un nuevo mundo (que no denostaba del todo) en el que la seguridad era la medida prioritaria con la que el Gobierno chino había controlado la epidemia. Nada es totalmente comprobable, empezando por las cifras facilitadas por el oscurantista partido comunista chino, que nos hicieron a muchos subestimar esta amenaza. Sospecho que entre ellos nuestros hiperinformados gobiernos europeos. Zizek habla de un golpe mortal del virus al comunismo. Enfrente, pero no diametralmente enfrentado, Byung-chul describe un todopoderoso partido comunista demostrando al mundo que está marcando el camino del futuro. A mí, la verdad, me cuesta aceptar esto con alegría. No me gustaba la disolución del Gobierno en un neoliberalismo rampante; sí me ha gustado que la gente, incluyendo antiguos detractores, reclame lo público, especialmente la sanidad. Me parece estremecedora la idea de un comunismo tecnológico como modelo de futuro. Estoy, como siempre, entre dos posturas que no comparto, por lo que mi capacidad de ser escuchado es mínima al haberse alineado el mundo en sendos frentes.
Mientras el suelo se mueve bajo nuestros pies mi realidad es que soy galerista. Junto a Carolina dirijo T20, una galería de arte que hoy se encuentra cerrada. Estos días estamos diseñando el futuro en medio de una incertidumbre que compartirán todos los pequeños empresarios europeos pero, en nuestro caso, es aún más complejo por pertenecer a un sector, el de la cultura, que ha ido a parar al fondo de las reclamaciones sociales. Paradójicamente, en la soledad de nuestro confinamiento, está permitiendo que millones de personas no caigan en la locura y puedan leer libros liberados, escuchar conciertos exclusivos o visitar museos virtualmente. Nunca hemos sido más necesarios que hoy pero nadie se está acordando ni de los creadores ni de las industrias culturales. No pido un aplauso en la ventana, no somos prioritarios como los sanitarios o los policías, pero mantenemos las cabezas de la gente en espacios positivos y combatimos la depresión y el pesimismo con un ejercicio desbocado al que muchos nos entregamos en las redes.
Hay un día de mañana y nuestro sector se encontrará en una situación difícil, ya que el consumo de cultura quedará relegado en la lista de prioridades, así que habrá que inventar nuevas formas de trabajar. En ese escenario las galerías de arte están en una tierra de nadie similar a la que describía antes. Para la derecha somos parte de una escena cultural que no suele ser afín tradicionalmente pero para la izquierda somos el mercado, amigo. No seremos prioritarios en las ayudas pero tampoco tenemos, al menos en España, una potencia financiera reseñable.
Hay quien pueda extraer de lo arriba escrito que somos prescindibles por pura selección natural y no podrá estar más equivocado. Las galerías de arte somos la primera línea de difusión del arte contemporáneo. No somos solamente las cifras de ventas que, también equivocadamente, se reciben de subastas a través de los telediarios. Somos el soporte de la más relevante creación actual y lo somos con nuestro esfuerzo y nuestro dinero. Las hay mejores y peores pero cada galería que abre sus puertas está regalando a la sociedad una ventana al arte de hoy, algo que la sociedad rara vez agradece. Hoy las galerías nos enfrentamos a los miedos que comparte la sociedad con el agravante de la incomprensión de la misma. No hemos sido capaces de explicar quiénes somos y hoy debemos definir qué queremos ser.
Nunca he estado más orgulloso de mi trabajo. Nunca he sentido lo necesario que resulta en tiempos de zozobra, y veo mi tarea como un asidero para todos, un espacio mental en el que un futuro de conocimiento es posible. El mío es un trabajo coral que se edifica sobre lo realmente importante, que son los artistas con los que trabajo. Soy -y mi galería es- el altavoz de las personas más necesarias en el universo de las formas sobre el que la utopía de un futuro mejor debe pasar.
Si todo va bien abriremos nuestros espacios en menos de tres semanas. Quiero invitaros a conocernos, a compartir esta batalla en la que la cultura se encuentra sumida desde que existe el arte: la de construir un mundo mejor.