Que no nos pille el toro: camisetas y sanfermines
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Se acerca ineluctable el 7 de julio y vale la pena recordar que lo que más artículos y fotos, o vídeos en Youtube, suscita es el gesto que realiza una pequeñísima minoría de mujeres —por lo general jóvenes— consistente en subirse la camiseta una vez convenientemente aupadas a hombros de un mozo. A partir de este momento es más que posible que sean magreadas a conciencia y rociadas con alcohol.
Esta acción que se repite desde hace algunos años y que, insisto, no es masiva —ni tan sólo autóctona, parece que procede de Australia—, ha sido convertida por las redes en un fenómeno viral. Los medios de comunicación en general, en un intento de no perder comba, se autoimponen la obligación de propagarlos con una profusión tal que a veces da la sensación de que es lo único que ocurre a lo largo de los sanfermines.
Antes de que nos pille el toro y, en primer lugar, será pertinente consignar que subirse o quitarse una camiseta es un acto que no agrede a nadie, ni en general ni en concreto, pero en cambio sí es un ejercicio de violencia que alguien lo aproveche para sobar a la mujer que lo realiza, se trata de una agresión que no tiene excusa. Enseñar no es sinónimo de provocar ni tampoco de consentir. Este abuso es perfectamente denunciable ante la policía y condenable tanto por personas que participan en la fiesta como por las instituciones.
Es un lugar común argüir que la fiesta y el alcohol, el jolgorio y el tumulto que conllevan, diluyen la responsabilidad tanto individual como colectiva, y este clima de impunidad tiende a reforzar al hombre, a los hombres que perpetran agresiones, pero ello no quita gravedad a la agresión. Hay que recordar, además, que en momentos de descontrol se realiza lo que se tiene interiorizado, lo que se está a punto de hacer; no cometen otros tipos de violencia, por ejemplo, profanar iglesias o quemar coches.
Hay mujeres que enseñan los pechos por puro afán de transgresión. En este sentido, sería un acto parecido a la costumbre, habitualmente masculina, de bajarse los pantalones y mostrar el culo; en numerosas ocasiones, meneándolo.
En los últimos sanfermines pudo verse en la prensa local numerosas fotos de un orondo y barbudo ciudadano que corría los sanfermines en calzoncillos como única vestimenta y luego desayunaba con sólo este atuendo por montera. Nadie presentó este hecho como una gran provocación ni que el hombre anduviera en taparrabos fue pábulo y estímulo para que las mujeres empezaran a toquetearlo. Es decir, en un caso así, ninguna mujer o mujeres creen tener derecho a abalanzarse sobre los protagonistas y meterles mano. Si aplicamos la regla de la inversión, se ve que es un caso de acoso sin paliativos. Por otra parte, que a un hombre se le pueda ocurrir que cuando una mujer enseña una determinada parte de su cuerpo tiene derecho a magrearla no miniminiza ni atenúa esta agresión.
Hace un año, en las últimas fiestas de San Fermín, cuando se informaba de la campaña municipal contra las agresiones sexistas, algunas cadenas televisivas pusieron de fondo imágenes del Chupinazo del 2013 con las consabidas mujeres mostrando el pecho y hombres agrediéndolas, sin informar de que eran imágenes de archivo, lo que inducía a pensar que se dan durante todos los días de las fiestas y cada año.
Hay más. Se sabe que tanto la prensa como las televisiones rechazan fotos y vídeos de mujeres que se suben la camiseta si a continuación no son tocadas y agredidas. Realmente este proceder no es sólo una prueba de la morbosidad que alimentan los medios, sino también una incitación a agredir a las mujeres que lo realizan, una manera de forzarlo y reforzarlo.
Quizás los medios deberían acercarse a las protagonistas y hablar con ellas. Obligaría a mirarlas a la cara, a los ojos, y no necesaria y compulsivamente su pecho; una manera estupenda de darse cuenta de que hay mujer más allá de tetas y pezones.
Si se tiene en cuenta que muy pocas veces las mujeres son vistas como protagonistas ni puestas en el centro de las noticias y aún menos se les da la palabra, empezar a interesarse por ellas y que puedan explicar por qué lo hacen, hablar de sus razones y de cómo reciben y viven las agresiones sería un gran avance. Un paso necesario para abrir un debate lejos del sensacionalismo y del morbo, opuesto, pues, a este combate que no cesa que son las agresiones sexistas.