¿Qué es un facha?
El término se usa hoy de comodín en cuanto se quiere concluir una discusión por la vía rápida.
Serrat es un facha. Y José Sacristán. Y por supuesto Rajoy, Cospedal o Sáenz de Santamaría. Incluso el almirante del siglo XIX Pascual Cervera es un facha, pese a morir antes de que surgiera el fascismo. Pero para facha de libro, Albert Rivera. No sólo él: cualquier miembro de Ciudadanos es un facha. De los del PP para qué hablar. Vox es todo, en sí mismo, un partido de fachas.
Facha, facha, facha.
Uno de los enunciados más famosos en Internet es el de Godwin: a medida que una discusión online se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno.
Cambien Hitler y nazis por facha o franquista y tendrán el equivalente español del enunciado de Godwin.
Facha es el comodín del que se tira en cuanto se quiere concluir una discusión por la vía rápida, el ataque más duro que se puede dirigir contra alguien que defienda ideas de derechas o, más recientemente, incluso de izquierdas. Es la bala dialéctica que se dispara a las primeras de cambio en cualquier conversación política, social e incluso deportiva.
El término está recogido en el diccionario de la RAE y, según su definición, es la forma despectiva y coloquial para definir a un fascista. “De ideología política reaccionaria”, detalla en la segunda acepción. El adjetivo ya se empezó a utilizar en España antes de la Guerra Civil, pero fue sobre todo durante el franquismo y, más aún, en la Transición, cuando se recurrió a él para definir a alguien de derechas, católico y de talante poco o nada democrático. Era la forma abreviada de referirse a los franquistas, a los nostálgicos del dictador o a los falangistas.
Sin embargo, el término gozó de una nueva vida con la llegada de las redes sociales y, más aún, a raíz del 1 de octubre en Cataluña. A partir de esa fecha el uso del término facha se estiró como un chicle y, además de a cualquiera de ideología conservadora o de derechas, se metió en el mismo saco a todos los que no comulgaban con los movimientos independentistas. Era un silogismo de libro: si alguien está en contra de la independencia es que está a favor de la unidad de España, luego es un facha.
En el imaginario colectivo hay fachas para dar y tomar: el personaje cinematográfico Torrente sería un facha despreciable. Y, por encima de todos, el personaje de El Jueves Martínez el Facha —creado en 1977 por el dibujante Kim—, perfiló el estereotipo del buen facha. Jubilado y veterano de la División Azul, el personaje era un fascista convencido de que su ideología era la única óptima para el país.
Sin embargo los dibujos han dado paso al mundo real y, a tenor de los que se puede leer a diario en redes sociales como Twitter, hay casi más fachas en España que habitantes tiene el país. La socióloga Belén Barreiro defiende que el significado del término es tan variable como el número de personas que lo utilicen: “Los usos sociales de las palabras a veces no se corresponden con su significado histórico”, matiza. El uso (y abuso) del adjetivo lo atribuye a la cada vez mayor polarización en el sistema político: “En el momento en el que hay partidos situados en posiciones menos centristas eso probablemente incentiva el uso de este tipo de palabras”.
Más claro lo ve el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, quien en un mitin celebrado a principios de diciembre se lamentó de que “ahora resulta que los que queremos ser españoles en Cataluña somos fachas”. Rivera es uno de los políticos que, en los últimos años, más ha sido acusado de fascista y, como evolución cualitativa, de facha. Una mera búsqueda en Google ofrece un resultado sin réplica: el criterio “Albert Rivera” + “Facha” arroja 40.000 resultados. El presidente de Ciudadanos se ve a años luz de de ser facha, que lo acota a “ser nacionalista e intentar imponer una identidad única”. “En definitiva”, agrega, “no respetar la libertad”.
Miquel Iceta, líder del PSC, es más partidario de recurrir a la parte historicista del término, por lo que su definición podría ser válida en cualquier diccionario: “Facha es para mí una persona que apoya o admira regímenes dictatoriales como el nazismo, el fascismo o el franquismo y la ideología en que se sustentan”.
El presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, desarrolla las palabras de Iceta y, como casi siempre, aporta su particular punto de vista. Para él, ser facha en 2018 es ser "un retrógrado". O dicho de otra forma: "Pensar que el mundo no ha evolucionado y sigues anclado en ideas totalitarias, de ordeno y mando. Gente que pueda añorar sistemas totalitarios". A Revilla le sorprende que en pleno siglo XXI todavía "haya gente por ahí que piensa que Hitler, Mussolini y Franco eran unos fenómenos. Eso es ser facha".
Ese vínculo del facha y el pasado —y bajando más al terreno, al franquismo— también es para Alberto Garzón, líder de IU, una de las características fundamentales del facha: "Es una persona reaccionaria a la que no le gusta el estado actual de las cosas y quiere volver al pasado". Desde su punto de vista, en España eso significa normalmente "tener una gran nostalgia por un sistema autoritario y fascista como era el franquismo".
Ser facha, ser gente decente
No todas las opiniones tienen por qué coincidir. El presidente del partido ultraderechista VOX, Santiago Abascal, y la expresidenta de la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre optan por definir en contraposición a la idea de progre o rojo. Aguirre apunta: "Facha es una persona que no es de izquierdas, que no cree en la superioridad moral de la izquierda, que se declara abiertamente anticomunista y que da la batalla ideológica sin complejos".
Santiago Abascal sostiene una idea similar, aunque con otras palabras: "Facha es todo lo que no es progre. Todo lo que no es de izquierdas". E incluso introduce aspectos más valorativos: "Facha es lo que piensa y siente la inmensa y sana mayoría, la gente decente". A su juicio, "los totalitarios tienen que etiquetarlo para poder demonizarlo y para poder silenciar a mucha gente" y reconoce que, en su partido, estarían preocupados "si Pablo Iglesias o Pedro Sánchez o Rufián no nos llamasen fachas". "Últimamente que te llamen facha es un indicador de que estás haciendo lo correcto, de que estás acertando", zanja.
Para el propio Pablo Iglesias "facha es alguien que mantiene posturas enormemente conservadoras y posturas de extrema derecha", algo que, efectivamente, podría encuadrar con VOX. "Podríamos decir que ser facha es una manera muy particular de ser muy de derechas en España", agrega al tiempo que se plantea la cuestión de si un fascista es un facha. "Sí", se responde a sí mismo. Otra cosa es si un facha tiene que ser un fascista: "No necesariamente", apostilla el líder de Podemos: "No toda la gente de derechas es facha"
Tanto Belén Barreiro como la economista Marta Flich coinciden en que, al margen de las definiciones, en los últimos meses hay una sobreabundancia del término de marras. "Ahora mismo se utiliza con demasiada ligereza", explica Flich. "Se utiliza de forma laxa, sin ton ni son. Se está haciendo un uso muy extraño del término", apuntala la socióloga. No es sólo abuso, sino mal uso, añade Flich: "Cuando las palabras se usan para calificar cosas de menor envergadura que el significado inicial, se tiende a desvirtuar el lenguaje. Llamemos fachas a los fascistas, por favor, y gilipollas al resto".
“Facha es una palabra inútil, una palabra gastada”, opina con cierta melancolía el escritor Antonio Muñoz Molina, para quien el rebrote del término tras el 1-O en Cataluña le causa cierto estupor: “Es una palabra muy seria. Llamar a alguien facha o fascista porque no esté de acuerdo con tu idea de la independencia inmediata de Cataluña es un poco ridículo. Es una palabra vacía ya”. Para Belén Barreiro, el uso que se le ha dado en Cataluña al término es más delicado “porque no necesariamente tiene que ver con la ideología, sino con la cuestión territorial” que posibilita “que desde posiciones de izquierdas puedas defender posiciones independentistas y centralistas”.
El ejemplo del cantante Serrat, que ha sido tildado de facha por no estar a favor de la independencia de Cataluña pese a ser una persona de ideología progresista, ejemplifica a la perfección es contradicción de la que habla Barreiro. “Facha no es algo que yo me sienta ni que sea compartido. Son expresiones extemporáneas que no tienen más sentido que el de mostrar la crispación y la pérdida del razonamiento”, explicó entonces el cantante.
“Ser fascista es lo peor porque, en esencia es creerse superior a otros seres humanos”, abunda Marta Flich. “Es no respetar los principios democráticos, no respetar la diversidad, ser intolerante y representar los atávicos métodos que durante más de cuarenta años nos rigieron en nuestro país y que todavía algunos se empeñan en mantener”, subraya Baltasar Garzón.
Muñoz Molina también apunta, como el exmagistrado, a que en el ADN del facha está el desprecio hacia la democracia como sistema político. “Significa estar en contra del sistema democrático, creer en la superioridad, que hay razas o pueblos superiores a otros... Un fascista muy poderoso es el que piensa que por encima de las personas están los pueblos considerados como entidades sagradas innmemoriales y que tienen como un destino prefijado”.
“El significado de facha es horrible”, zanja Marta Flich.