¿Qué es un comunista?
El término vive una época dorada en boca de la ultraderecha. Hasta Ayuso lo usa en precampaña para deslegitimar a la izquierda.
Amaral, Alex Ubago y Pereza tocaron su música en fiestas junto a muchos comunistas. Jordi Solé Tura, uno de los padres de la Constitución del 78, era comunista. La bandera comunista ondeó una vez en el balcón donde se asomó durante 40 años Francisco Franco en el Palacio del Pardo. Y no ocurrió por obra de ninguna conspiración judeomasónica, sino por la primera visita a España del último líder de la URSS: Mijaíl Gorbachov. El comunismo está cubierto por el polvo de la Historia y asentado en el lenguaje político de nuestros días.
Más de cuatro décadas después de la muerte del dictador facha, la ultraderecha española —incluso la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso—, está empeñada en darle una nueva vida al término que protagoniza este reportaje. Y para muestra, un tuit. La baronesa popular tardó poco en poner a los madrileños en una disyuntiva, “comunismo o libertad”, cuando Pablo Iglesias anunció su intención de concurrir a las elecciones autonómicas del 4 de mayo.
Si en algo coinciden los principales rostros de la derecha y de la ultraderecha es en señalar a Iglesias como el comunista más peligroso del país. Tan peligroso, que de las intervenciones de Santiago Abascal se desprende que el líder de Podemos, ’Pablenin’ para algunos voceros mediáticos de la extrema derecha, estaría trabajando incansablemente por el advenimiento de una dictadura narco-comunista.
Lo cierto es que comunista ha devenido en un recurso fácil que Vox y la propia Ayuso conectan a través del lenguaje con todo un imaginario construido para infundir miedo y, de paso, deslegitimar al primer Gobierno de coalición desde la Segunda República. Nada nuevo bajo el sol.
Ya en los años treinta, la derecha más reaccionaria alentó la idea de que los comunistas tenían rabo, cuernos y comían niños. Ahora, más de ocho décadas después, asustan con la idea de que los comunistas meten la mano en el bolsillo de los contribuyentes, a quienes atracan a golpe de impuesto. Sin ir más lejos, para Cuca Gamarra, la portavoz del PP en el Congreso, los presupuestos que alumbró la coalición son comunistas.
La palabra se escucha a menudo en el Congreso, especialmente desde que Pedro Sánchez llegó a La Moncloa con Podemos de la mano y gracias al respaldo de una parte del independentismo. Hace mucho tiempo que la palabra comunista dejó de ser solo “partidario del comunismo” o algo “perteneciente o relativo al comunismo”, como recoge el diccionario de la RAE, para ser mucho más. El problema viene cuando se trata de explicar qué más es un comunista, porque en esto, como en casi todo, cada uno tiene una idea. “Es un concepto equívoco”, advierte el analista José Antonio Zarzalejos.
“Todas las palabras tienen un componente emocional o simbólico para quien la pronuncia y escucha. Para alguien de Izquierda Unida (IU), comunista retrotrae a fraternidad, a ideología y una forma de entender la vida. Pero para una persona de Vox es un insulto. El gran éxito comunicativo de partidos que usan comunista como insulto es que la palabra se haya impuesto en el debate público como algo peyorativo. Hay países donde esta palabra siempre ha tenido esta connotación. Por ejemplo en EEUU. También en España durante el franquismo. Por lo tanto, en este momento debatimos si comunista es un insulto o no. Es otro éxito retórico más de la ultraderecha y producto de la polarización política que vive el país”, opina la consultora de comunicación política Verónica Fumanal.
Para los más puristas, la base de qué es un comunista radica en el Manifiesto Comunista de Karl Marx y Friedrich Engels, germen de la ideología que aún resiste en Cuba o Corea del Norte con puño de hierro. “Un comunista es alguien que propugna el fin de la explotación de unos seres humanos por otros. Mientras haya un sistema económico, el capitalismo, que pretende acumular la riqueza del planeta en pocas manos... su existencia va a tener sentido. Las clases siguen existiendo”, explica el diputado de Podemos en el Congreso y secretario general del Partido Comunista de España, Enrique Santiago.
La ultraderecha, sin embargo, no ve en el comunismo una lucha contra la opresión. Ve totalitarismo y una intromisión de los burócratas del Estado en la esfera privada de la vida. También lo ve al mando del país. “Veo el comunismo en nuestro Gobierno. Y yo sé muy bien lo que es ese comunismo. Ver cómo controlan los distintos estamentos del poder, las distintas instituciones, los medios de comunicación, el CNI… Todo para perpetuarse en el poder y hacer al individuo cada vez más dependiente del Estado”, concedió en una entrevista la líder de Vox en Madrid, Rocío Monasterio.
La expresidenta madrileña Esperanza Aguirre, faro ideológico para una parte de su partido, el PP, y abanderada del neoconservadurismo español, es tajante: “Los comunistas son totalitarios y gente que no son democrática. No han traído más que horror, pobreza, miseria y opresión. Ahí lo tenemos en Cuba, en Corea del Norte, en China. Cercena la libertad y ha sido asesino. Lenin asesinó a más de cien millones de personas”.
Las muertes en nombre del comunismo son el pretexto de la derecha y la extrema derecha para camuflar el insulto en la palabra comunista. Por eso, dirigentes conservadores no comprenden por qué goza de mejor prensa que otras ideologías totalitarias como el nazismo y el fascismo. “Lo ha dicho alguna vez Cayetana [Álvarez de Toledo] y estoy de acuerdo con ella, este país es muy raro en el que los comunistas y los nacionalistas son los que dan los carnés de moderados o radicales”, dice Aguirre.
El estudio más completo sobre el número de víctimas del régimen soviético, realizado por el investigador Robert Conquest, situó la cifra en 2015 entre los 13 y 15 millones. Aunque el historiador ruso y Premio Nobel de Literatura de 1970, Aleksandr Solzhenitsyn, eleva la cifra hasta los 67,7 millones de muertos entre 1917 y 1959 en su libro Archipiélag Gulag, publicado durante la Perestroika.
Ya el expresidente estadounidense Ronald Reagan, uno de los referentes de Esperanza Aguirre, se lanzó a definir a un comunista antes que ella misma: “Alguien que lee a Marx y Lenin”. Pero el exmandatario republicano tiró de sentido del humor para atinar más el concepto: “¿Y cómo describes a un anticomunista? Es alguien que entiende a Marx y Lenin”, dijo.
La economía es la madre de la división que partió el mundo en dos más allá del Muro de Berlín. Aunque ahora puede que no tenga mucho sentido después de que la globalización haya expandido la economía de mercado tras el colapso de la URSS y de que China, la mayor dictadura comunista del planeta, se haya erigido en firme defensora del comercio internacional. “Comunista no significa absolutamente nada. Carece de referente, porque ya nadie piensa en la socialización de los medios de producción”, dice el catedrático de Ciencia Política Fernando Vallespín.
Hay políticos que, no obstante, insisten en dar el giro economicista a la palabra. “Ser comunista es ser demócrata y ser demócrata es ser anticapitalista”, sintetiza el ministro de Consumo, Alberto Garzón, en su libro Por qué soy comunista, al que remite cuando se le pregunta por la palabra de marras.
El coordinador de IU alza el puño orgulloso en la sala de mando de La Moncloa, donde se sienta junto a ministros socialdemócratas, históricos rivales de los comunistas en el mundo de las ideas. Unos y otros intentan llevarse bien pero, en esencia, sus tradiciones ideológicas no se entienden. Por eso, cuesta arrancar a dirigentes del PSOE definiciones sin complejos sobre qué es un comunista.
“La socialdemocracia está defendida, el comunismo no”
“Así como la socialdemocracia está defendida, el comunismo no”, cuenta Fumanal, quien señala una de las claves en esta segunda vida del término: “¿Qué quiere decir comunista? Cuando insultan con él, ¿qué quieren decir?”, se pregunta. “Algunos portavoces derechistas aún verbalizan términos como ‘comunista’, ‘socialista’ o ‘rojo’ a modo de exabrupto, como si de un insulto se tratara. Entiendo que de ahí viene, en buena medida, aquello de la ‘pretendida superioridad moral de la izquierda’, que no es tal”, explica Rafael Simancas, secretario general del PSOE en el Congreso y portavoz parlamentario.
Su colega socialista Javier Ayala, alcalde de Fuenlabrada y contrapeso madrileño de Ayuso en plena pandemia, tira también de la clásica partición económica: “Un comunista es alguien que reivindica unos valores de izquierda, que intenta redistribuir la riqueza, pero saliéndose de la economía de mercado; el comunista estaría dispuesto a romper con ella”, arguye. Ayala, no obstante, atribuye buena intención al comunista. Como el Papa Francisco, quien dijo que “los comunistas piensan como los cristianos”.
El escritor Félix de Azúa se suma al carro del buenismo utópico a la hora de perfilar al comunista. “Es un reaccionario con buena conciencia”, zanja. De nuevo, no todo el mundo lo ve así. José María Lassalle, exsecretario de Estado del PP de Cultura y de Agenda Digital con el Gobierno de Mariano Rajoy, apunta: “Un comunista es un indignado sistemático que culpa a quien no lo sea de cómplice con la causa de su indignación”. Dos definiciones que encierran la contradicción que encarnó uno de los rostros comunistas más conocidos de España: Julio Anguita.
El califa rojo, como se conoció al histórico dirigente de IU mientras sostuvo el bastón de mando del Ayuntamiento de Córdoba, sentenció: “A veces parecemos Pepito Grillo o ayudantes del PSOE”. Precisamente una intervención de Anguita se ha viralizado estos días para cortar el mensaje de Ayuso sobre la libertad.
Ser comunista en la era del capitalismo global conlleva vivir con el retrato de persona enfadada, constantemente insatisfecha y frustrada por no poder ejecutar su plan: liberar a los seres humanos de las garras de Wall Street.