¿Qué es el wahabismo, la raíz ideológica de Estado Islámico?

¿Qué es el wahabismo, la raíz ideológica de Estado Islámico?

La interpretación arcaica, rigorista y excluyente que Arabia Saudí está expandiendo por el mundo.

Una bandera del ISIS ondea entre alambres y cables de la luz en el campo de refugiados de Ain al-Hilweh, cerca de Sidon, una imagen de archivo tomada en enero de 2016.ALI HASHISHO / REUTERS

Lo escribió aquí, en la edición norteamericana de El HuffPost, Alastair Crooke, un exagente del MI6 británico, el servicio de inteligencia al servicio de su majestad británica: "No puedes entender el Estado Islámico si no conoces la historia del wahabismo en Arabia Saudita". Y es el que el segundo es la raíz ideológica del primero, la base sobre la que el ISIS ha ido deformando el Islam.

Es una interpretación arcaica de la religión de Alá, que se ciñe, ciegamente, a una literalidad de los textos sagrados. Una doctrina vieja, afianzada en el siglo XVIII en la Península Arábiga y que hoy, sustentada por los petrodólares de Arabia Saudí -también Qatar, aunque en menor medida- y la propaganda y doctrina que compran, se extiende imparable por el mundo árabe y Europa.

A continuación tratamos de explicarte qué es el wahabismo, de dónde viene y el porqué de su fuerza.

QUÉ ES EL WAHABISMO

La wahabí es a día de hoy la más fuerte de todas las corrientes fundamentalistas del Islam. Severa, anquilosada, esta etiqueta engloba una lectura intolerante de la religión, que tiende a condenar a aquellos musulmanes que no comulguen con ella y que directamente tilda de "infieles" a quienes profesen otra fe. Su interpretación del Islam es la "correcta", repiten, y todos los demás están equivocados, de ahí que a sus seguidores no les haga mucha gracia el término "wahabista", porque ellos son los buenos musulmanes. Y punto. Como el salafismo, defiende el takfirismo, el rechazo del distinto.

Dentro de las dos grandes ramas del Islam, la sunní y la chií, se engloba en la primera, aunque difiere notablemente de la manera más respetuosa y abierta en que se entiende en zonas, como el norte de África. Tan deshumanizada es su lectura sumamente al pie de la letra de lo que dice el Corán que acaba arrasando incluso con derechos humanos esenciales. No hay más que ver cómo se aplica en Arabia Saudí la llamada ley islámica o sharia, con la segregación absoluta de hombres y mujeres -estas últimas, tratadas como ciudadanos de quinta categoría-, la pena de muerte, los latigazos o las lapidaciones como pena, la imposición de vestimentas "modestas"... "Lo que los saudíes llaman Islam", como escribe el corresponsal de EFE en Estambul (Turquía) Ilya U. Topper, en una columna sobre los atentados de Barcelona y Cambrils que se ha convertido en un fenómeno viral estos días.

Por mucho que lo reivindiquen, sus planteamientos extremistas a veces se separan (mucho) del camino marcado por el Islam y seguido por sus fieles durante 14 siglos. Un botón: en Arabia Saudí está prohibido poseer libros de otras religiones, pese a que los evangelios cristianos forman parte de las materias de estudio de las universidades de teología en el mundo musulmán, por ejemplo. De hecho, siempre se ha respetado profundamente al cristianismo y al judaísmo, englobados los tres en el grupo de los "creyentes", de las "religiones del libro".

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  El rey de Arabia Saudí, Salman bin Abdulaziz al-Saud, y el presidente de EEUU, Donald Trump, tras su encuentro en Riad del pasado mayo.AFP

DE DÓNDE VIENE

La historia comienza con un predicador llamado Muhammad ibn Abd al Wahhab -de ahí viene el nombre de la corriente-, nacido en 1703 en el territorio que hoy es Arabia. Este señor se atribuyó la misión vital de "purificar" el Islam porque entendía que se estaba desviando del mensaje verdadero. ¿Qué era lo que no le gustaba de sus correligionarios? Pues que bebieran, que fumaran, que jugaran, que hicieran dinero y lo enseñaran, la ostentación en el vestir, en las joyas, determinados comportamientos sexuales... (Si vemos la explosión de color en Mosul de estos días, en la Fiesta del Cordero, tras tres años sometidos al ISIS se entiende lo que imponían los yihadistas, que era lo mismo que no le gustaba a Al Wahhab).

Tan fanático era que acabó siendo expulsado de su pueblo, pero tuvo suerte. Encontró en la villa vecina a un gobernador, Muhammad Ibn Saud, que le dio protección. En 1744 alcanzaron un acuerdo para hacer progresos de la mano: yo extiendo el poder territorial, tú el religioso. Su intento era el de desgajar Arabia del Imperio Otomano, al que pertenecía en aquella época.

Con altos y bajos, el wahabismo llegó asfixiado a finales del siglo XIX y hasta fue declarado oficialmente una secta en Egipto a principios del XX. Sin embargo, fue reflotado gracias a los avances de Abdul-Aziz ibn Abdul-Rahman Saud (Ibn Saud), que en el primer cuarto del siglo XX unió la mayor parte de la Península Arábiga -con ayuda británica, de paso-. Así se convirtió en el primer rey de Arabia Saudí y dio inicio a la saga de la Casa de Saud. Él mantuvo el pacto, con el que comulgaba: las leyes, la economía y la política exterior era de su familia y la educación y la justicia, con su supervisión y anuencia, era de los religiosos.

CUÁNDO Y POR QUÉ SE EXTIENDE

En la primera mitad del siglo XX, las tierras arábigas donde el desierto todo lo devoraba se convirtieron, de pronto, en una codiciada fuente de petróleo. Los yacimientos encontrados en el Golfo Pérsico, y en Arabia Saudí especialmente, dieron la vuelta a la geopolítica mundial. De pronto, estos países estaban en el mapa, podían presionar y eran actores con los que entenderse. Los lastres, como el wahabismo, se soportaban.

Estados de mayoría musulmana como Egipto, Irak o Siria, hasta entonces las primeras potencias de la zona, viraron y empezaron a entenderse también con los emergentes. De entonces nacen los lazos con EEUU, por ejemplo, que en 1945 firmó un acuerdo con Riad de amistad y protección mutua que hoy es muy rentable en lo que a comercio de petróleo y, sobre todo, de armas se refiere.

El estado fue tomando cuerpo y capacidad de acción y logró, con su doble imposición sobre los ciudadanos -la tiranía de la monarquía absolutista y la de los líderes religiosos inflexibles-, unos ciudadanos sometidos. En los años 60 y 70, cuando el mundo árabe se levantaba en una ola nacionalista, de independencias y revoluciones, Arabia Saudí apretó aún más el puño y convirtió su modelo wahabista en una mordaza excelente. No había quien sacara los pies del tiesto.

En paralelo, los ingresos multimillonarios generados por los pozos del petróleo le iban permitiendo no sólo afianzar su territorio, sino expandirse. Los millones de dólares eran invertidos en mezquitas, compra masiva de coranes, campañas educativas, creación de campus y redacción de un currículum escolar ex profeso, becas -destacan las de la Universidad Al Madinah de Medina- para la formación de profesores locales y extranjeros para difundir su ideario... El petroislam convirtió un movimiento local en una ambición global y, en los últimos 20 años, en una realidad planetaria, que influye en conflictos internacionales como Afganistán, Siria o Yemen.

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  Un hombre reza en la mezquita de Ripoll en la que fue imán Abdelbaki Es Satty, cerebro de los atentados de Cataluña.REUTERS

DÓNDE SE SIGUE

Más allá de Arabia Saudí, los tentáculos del wahabismo se extienden a las claras por Afganistán, Sudán, Nigeria (localizado en el norte, la zona de prevalencia de Boko Haram) e Indonesia (en la provincia de Nangröe Aceh Darussalam). En la mayoría de los casos se trata de lugares donde ya existía una visión muy rigorista del Islam, sumamente literal, suelo abonado para los mensajes y los billetes saudíes.

Sin embargo, el poder saudí ha logrado inocular esta visión de la religión de Mahoma en prácticamente todos los estados árabes, en mayor o menor medida, aplastando una fe diversa, orgullosa de serlo, vieja de siglos. Y en Europa, claro, también está aquí. Porque el wahabismo es lo que se enseña mayoritariamente en las escuelas coránicas y mezquitas del viejo continente: mirar hasta la última coma de las escrituras, segregar, rechazar al diferente, superioridad respecto incluso de otros hermanos musulmanes, reglas propias por encima de las leyes locales, fe "definitiva", radical, como patria.

Su maquinaria ha sido especialmente efectiva en Europa desde inicios del presente siglo. Ha encontrado un caldo de cultivo importante en musulmanes emigrados o nacidos ya en suelo comunitario, de segunda o tercera generación, desencantados y desorientados. El hecho de que la integración hecha por Europa de los foráneos -a los que ha costado etiquetar con naturalidad como "ciudadanos"- haya sido de todo menos modélica ha ayudado, también. Falta de oportunidades, desempleo, racismo, también superioridad, desconfianza, marginación... Así han cuajado las Banlieue de París o los Molenbeek de Bruselas, cuna de los terroristas del ISIS que más daño han hecho últimamente.

Los inmigrantes de primera generación, de más edad, han guardado la religión de sus mayores, más diversa y respetuosa, y no se han dejado influir por esta corriente. Sorprendió, de hecho, que fuera Khalid Masood, un hombre de 52 años, quien matase a cinco personas en el Puente de Westminster el pasado marzo. Llamó la atención su madurez, aunque ya había nacido en el Reino Unido.

...Y EL ISIS

Arabia Saudí ve, al igual que el resto de los monarquías sunitas de su región, que el ISIS puede ser una amenaza si sigue con su expansión territorial, aunque en estos momentos su califato está en franco retroceso, vencidos, muertos o escapados de Mosul (Irak) y casi casi de Raqqa (Siria), sus baluartes hasta ahora.

Pese a ello, Riad es criticado por su ambivalencia en torno a estos yihadistas. Condena en público sus ataques y también las de Al Qaeda, de raíz saudí como Osama Bin Laden; hasta sus mandatarios fueron a la macromanifestación de París tras el atentado contra el semanario satírico Charlie Hebdo. Sin embargo, pasos para controlarlos dan pocos.

"Parece que la elite está dividida. Algunos alaban que el Daesh esté luchando contra el fuego chiíta, que un nuevo Estado sunita tome forma en el corazón de lo que consideran un patrimonio histórico sunita. Otros están más temerosos. Muchos están profundamente perturbados por las radicales doctrinas del EI y están empezando a cuestionar algunos aspectos de la dirección y el discurso de Arabia Saudita", escribió Crooke, el espía del que hablábamos al inicio de este texto.

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