'Puta'
No hay que engañarse, lo inconsciente no es algo que habita en algún sótano mental al que se pueda acceder con incienso o alguna técnica con nombre en inglés. Por el contrario, es tan evidente como el malhechor que usa como estrategia ser el primero en llamar a la policía para no ser sospechoso. Lo inconsciente está en la punta de la lengua, en lo que se repite automáticamente, en los chistes, en los tropiezos de siempre y en los insultos atávicos. En estos últimos, quiero detenerme hoy.
Si hay un agravio que se reitera en la violencia sexual de manera bastante transversal y de poca creatividad aún en el más ingenioso, es acusar de "puta" a la mujer que en diversas circunstancias no accede al llamado del macho. Algunos de sus usos: la traición de pareja, el rechazo amoroso, la chica ubicada en alguna posición imposible (ya sea por lejanía, idealización, admiración), la etiqueta hacia la que se desea sexualmente sin disposición alguna a amar, y también en el despecho del acosador callejero hacia su víctima.
Toda mujer puede ganarse este insulto frente a la frustración del hombre herido, porque en el fondo se trata de una ofensa que encubre cierto fracaso de la masculinidad.
Como un insulto patrimonial de la cultura, ésta acusación se autoriza incluso en situaciones surreales. "Puta": la que se defiende de ser toqueteada en el metro, la que no responde a los acosos de un desconocido en las redes sociales. Como si "puta" fuese el resto de una prototraición en la cabeza de una cierta construcción de lo masculino, que acusa traiciones ahí donde no existen. Y aun cuando existen, ¿por qué una ofensa sexual?
Escuchemos la letra. Muchos ponen el grito en el cielo cuando algunas juegan a fetichizar a los hombres (digo jugar, porque en general las mujeres toman como un divertimiento replicar el fetichismo masculino sobre el cuerpo; seré clara: lo femenino no suele gozar especialmente mirando músculos ni penes). Por ejemplo, cuando se acusa de falsa feminista a la que grita con Maluma, el reggeatonero. O las acusan a ellas, como en el relato de una chica chilena que fue acosada en el metro y, al defenderse, apareció un tercero que le imputaba ser exagerada, pues según él, si el acosador hubiese sido atractivo a ésta no le habría importado el toqueteo. O en las celotipias locas, donde se le achaca a la mujer andar "puteando" frente al más mínimo desencuentro. Lo que todas esas escenas revelan no es traición alguna, sino el complejo de alguna masculinidad demasiado tensionada con la idea de que las mujeres son siempre de otro hombre: del macho alfa. En el fondo, el hombre de los sueños del hombre.
Hay un macho obsesionado con la potencia, comparándose, inflándose con quienes supone por debajo de él, y a su vez, inferiorizándose cuando supone que otro es el alfa. Su conflicto es que supone que existe el animal de potencia absoluta, como el imaginario del galán del porno frente al cual su sola aparición llevaría a toda fémina, u hombre feminizado, a enloquecer con el tamaño de su ego traducido en su genital. Sueño masculino. Que como todo sueño, es infantil e implica su fracaso en la realidad.
La tragedia masculina es su odio/amor al hombre potente de su fantasía, que lo lleva a medirse con este macho real o imaginario. Pagando el precio de su impotencia quien no acceda a sus deseos. El despecho inconsciente del macho se expresa en el supuesto de que las mujeres estarían totalmente disponibles para otro que no es él: el guapo, el millonario, el famoso, el vecino.
No por nada algunos ubican a las mujeres de acuerdo al hombre que haya detrás de ellas. Por ejemplo, algunos respetan a las que tienen detrás un padre poderoso y denigran a las que se mueven con libertad.
En fin, cosas de hombres. Habrá que seguir investigando eso que se nos cuela por ser demasiado evidente. Por cierto, también cuando lo de andar "puteándose" sale de la boca de nosotras las mujeres.