Primo Levi, cien años del hombre que contó el infierno nazi para no olvidar nunca
Por Wiston Manrique Sabogal
Bajamos, nos hacen entrar en una sala vasta y vacía, ligeramente templada. ¡Qué sed teníamos! El débil murmullo del agua en los radiadores nos enfurecía: hacía cuatro días que no bebíamos. Y hay un grifo: encima un cartel que dice que está prohibido beber porque el agua está envenenada”.
Como envenenada estaba la vida entonces durante el nazismo en la Segunda Guerra Mundial. Como envenenada está el alma humana, viene a advertir Primo Levi como superviviente de los campos de exterminio. Es un atisbo a la vida de este hombre que convirtió en palabra eterna y recuerdo el hecho de que la humanidad es prestada porque el ser humano quiere que sea así. Y es este su propio creador del infierno.
Y Primo Levi está ahí, ya para siempre, como memoria del horror y a la vez de los destellos de la grandeza del ser humano en el mismo hecho de contar así el infierno y recordar lo que es el ser humano como lo dice en la continuación de Si esto es un hombre:
Italiano de origen judió sefardí, hace cien años nació Primo Levi en Turín, el 31 de julio de 1919, y quien falleció el 11 de abril de 1987. Era un joven veinteañero cuando en el invierno del 21 de febrero de 1944 fue deportado a Auschwitz. Su número fue el 174517. Sobrevivió, y en el cerco de la incertidumbre y las héridas vivas su experiencia la empezó a escribir en 1946. Un año más tarde una editorial pequeña publicó Si esto es un hombre. Tuvo pocos lectores. El mundo prestaba atención a otras cosas. Es en 1957 cuando la editorial Einaudi publica aquel testimonio y Levi obtiene más lectores, y el mundo empieza a conocer más cómo fue la campaña de exterminio nazi contra los judíos.
Pero también en cada línea, en cada recuerdo que busca ser memoria está el canto a la vida.
En sus primeras memorias deja clara su posición:
Primo Levi soportó y pudo sobrellevar todos sus recuerdos en parte a su profesión de químico. Antonio Muñoz Molina lo explica en el excelente prólogo de la edición publicada por El Aleph, al tiempo que da una gran pincelada de su persona y vida: “A Primo Levi la Química le sirvió como asidero contra una realidad hostil durante su adolescencia de judío apocado, le dio una pasión intelectual vigorizadora en medio de la conformidad social de la Italia fascista y además, literalmente, le salvó la vida en Auschwitz, al permitirle la ventaja crucial de trabajar al abrigo de un laboratorio durante los meses más fríos de un invierno que habría sido letal para él, como lo fue para tantos otros, si hubiera tenido que soportarlo a la intemperie”.
Levi nunca lo negó. Fue una idea insomne. En esas primeras memorias habla de la caída del ser como individuo:
Sobre esa incomodidad de Primo Levi como sobreviviente y testigo de Auschwitz, Muñoz Molina recuerda en su texto que “nunca accedió al victimismo blando, a la sentimentalización del sufrimiento, a la tranquilidad de conciencia que habría obtenido aceptando una división limpia y nítida entre los oprimidos y los opresores, entre los verdugos y las víctimas: ’Toda víctima debe ser compadecida, todo superviviente debe ser ayudado y compadecido, pero no siempre pueden ponerse como ejemplo sus conductas”.
Desde aquel 1947 de la publicación de Si esto es un hombre, su memoria es imprescindible por lo que comparte al convertir al mundo en testigo de lo sucedido; y por el estilo narrativo preciso, claro y nítido donde el lector asiste sobrecogido a su experiencia.
Y así avanza la vida, sobre ella va de puntillas Primo Levi. Sombra, recuerdo, sueño. Se niega a ser un espectro. Pero los dilemas y sentimientos de culpa por haber sobrevivido están con él. Dijo que sobrevivir fue cosa del azar que tocó y rozó a muchos por el solo hecho de, muchas veces, haber tenido algún pequeño privilegio de saber algo y haber podido servir al sistema de campos de concentración. Lo expresó de varias maneras en sus diferentes memorias y libros, y lo comentó en entrevistas, a veces en palabras que formaban círculos pequeños, a veces más grandes. Y lo dice muy claro en Los hundidos y los salvados:
Lo mejor es recuperar más pasajes de Si esto es un hombre. Y que sea el mismo Primo Levi quien siga hablando, contando, recordando el pasado y el futuro latente:
Sabemos lo que quiere decir, porque estábamos aquí el invierno pasado, y los demás aprenderán pronto. Quiere decir que, en el curso de estos meses de octubre a abril, de cada diez de nosotros morirán siete. Quien no se muere sufrirá minuto por minuto, día por día, durante todos los días: desde la mañana antes del alba hasta la distribución del potaje vespertino, deberá tener constantemente los músculos tensos, dar saltos primero sobre un pie y luego sobre el otro, darse palmadas bajo los sobacos para resistir el frío. Deberá gastar pan para procurarse guantes, y perder horas de sueño para repararlos cuando estén descosidos”.
Dolor y sufrimiento que puso en evidencia al ser humano, pero en medio de esa zona en tinieblas, Primo Levi deja resquicios de vida, de fe en la humanidad. Por eso su memoria tiene un valor incalculable porque lo vivido sirve como advertencia en Los hundidos y los salvados cuando afirma sobre el nazismo y todo lo que el ser humano es capaz de hacer:
“Ha sucedido, y por consiguiente, puede volver a suceder; esto es la esencia de lo que tenemos que decir”.