La prevención del suicidio, la tarea pendiente en los centros escolares
El suicidio es la principal causa de muerte no natural entre jóvenes.
Se ha guardado durante años silencio sobre el tema, pero ha llegado un punto en el que los datos hablan por sí solos. El suicidio es la principal causa de muerte no natural entre los jóvenes menores de 30 años y la tercera después de los tumores y las enfermedades respiratorias, circulatorias o digestivas.
Por poner un ejemplo claro, en 2020, hubo 77 muertes por covid-19 y cuatro veces más por suicidios, la escalofriante cifra de 314. Los números son igualmente preocupantes entre los menores de edad, entre los que se alcanzaron los 61 suicidios en 2020. Además, el 3% ha tenido pensamientos suicidas, según Save The Children.
Sin embargo, hasta ahora este asunto no se había puesto sobre la mesa. Este año comunidades autónomas como Aragón, Comunitat Valenciana, Castilla y León, Baleares y Extremadura han puesto en marcha distintos protocolos de prevención del suicidio en los centros escolares. Pero sigue siendo un quebradero de cabeza para profesores que se encuentran con una tasa de intención de suicidio más alta de la que se podría imaginar.
“No es que sea un chaval por clase que diga que se quiere suicidar, es que son por lo menos cuatro o cinco y los profesores y los orientadores están desbordados”, señala María José Ochoa Cepero, psicóloga de emergencia de la Sociedad Española de Psicología Aplicada a Desastres y de Emergencia (SEPADEM) y miembro del Colegio Profesional de Psicología de Aragón (COPPA).
Por poner un ejemplo, en un reportaje publicado en El País se recoge que la asociación de directores de Secundaria de Madrid (Adimad) señaló que en un solo trimestre se contabilizaron 200 protocolos de autolisis abiertos, mientras el curso pasado —durante todo el curso— la cifra era de entre 200 y 250
El de la Comunitat Valenciana se inició este curso 2021/22 después de un año de prueba en distintos centros. Raquel Andrés, directora general de Inclusión Educativa de la Conselleria d’Educació, Cultura i Esport de la Comunitat Valenciana explica a El HuffPost que además del protocolo a seguir en las aulas han publicado otra guía que habla de suicidio para romper estigmas.
“Hemos publicado otra guía de suicidio en sí para romper con mitos y saber cuáles son los factores de riesgo, de protección, las señales que se pueden ver, etc. Por ejemplo, para dejar de pensar que hablar de ello va a provocar más suicidios. Todo esto había que ponerlo sobre la mesa y que lo conociera la gente”, detalla.
Para Ochoa, que ha participado en la supervisión del protocolo de prevención del suicidio del Gobierno de Aragón, es muy importante que esto se dé “en el contexto escolar, donde los profesores pueden hacer una labor muy importante de detección de casos y de prevención en lo que a salud mental se refiere y de higiene mental”.
Dentro de este protocolo, en el que está inmersa toda la comunidad escolar —profesores, orientadores, alumnos, personal, así como centros de salud, fiscalía y servicios sociales— Andrés recalca la importancia de la participación comunitaria de todos ellos.
“Este protocolo lo que dice es que cualquier persona del centro que observe una situación de riesgo —ya sea una autolesión o una persona con tentativa de suicidio o cualquier conducta que pueda llamar la atención— tiene que comunicarlo al equipo directivo de inmediato. Sea la persona que sea”, explica.
Ante esta primera llamada, se inicia un análisis con los orientadores del centro, que valoran la situación. En caso de que sea más importante, se informa a la directiva de educación mediante una plataforma que los conecta con la Consellería de Educación.
“Paralelo a esto, la dirección constituye un equipo de intervención formado por el equipo directivo, la orientación, el tutor o tutora, las personas coordinadoras de igualdad y convivencia y cualquier otra considerada importante, como pueden ser profesores, otro alumno…”, explica Andrés.
Tras esto se informa a la familia y se inicia un protocolo y un plan de vigilancia y supervisión coordinado entre el centro y los tutores tanto dentro como fuera del centro. ”Muchas incidencias ocurren en el entorno, el centro sabe que ha ocurrido, pero a lo mejor se produce en el parque, pero si el centro lo sabe por algún compañero de clase o lo que sea, lo comunica. Todo se comunica, tanto dentro del centro como fuera. Siempre hay una acción”, sentencia.
En este grupo, Andrés destaca la figura de los coordinadores de igualdad y convivencia, “formadas específicamente para este ámbito”. “Si hay que hacer la formación al claustro, a los compañeros alumnos, ellos se encargan de eso. Son psicólogos clínicos, orientadores, especializados en esto”, detalla.
Para Ochoa, este tipo de profesionales son fundamentales para “dar soporte a la docencia” no solo de forma puntual, pero que se diesen espacios para hacerlo , “algo así como horas de tutoría”, para hacer frente a ello. “Es invertir en salud mental porque en la prevención del suicidio se abordan muchas cosas”, añade.
Andrés señala que en la Comunitat Valenciana cuentan con protocolos para todo tipo de casos, también para aquellos que vengan motivados por un problema en el ámbito familiar. “Se hace con los servicios de protección al menor. Lo mismo pasa con el absentismo, sabemos que muchas veces el niño falta a clase, pero el problema está en casa. Trabajamos con los servicios sociales e incluso con fiscalía, que está en todo el ámbito de actuación para determinados casos en los que hay que sacar rápido al niño de casa”, explica.
Para Ochoa, “los padres deberían estar presentes antes de notificar cualquier conducta suicida, para conocer factores de riesgo e indicadores”.
A pesar de que las cifras que deja la salud mental entre los adolescentes y niños son cada vez más espeluznantes, se sigue sin dar la importancia que merece en muchos centros educativos. Los intentos suicidas han crecido un 250% desde el inicio de la pandemia, según el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, pero en muchas aulas sigue reinando el silencio.
Carlos Soto, superviviente de suicidio y colaborador de la clínica de psicología Princesa 81, confiesa que el interés inicial de muchos centros por este tema se acaba perdiendo porque no invierten recursos. “En los últimos dos meses más de 30 centros se han puesto en contacto con nosotros y cuando les damos la tarifa de la formación que está poco más o menos en 10 euros por persona y hora, luego se echan atrás”, explica.
“Creo que pasa lo que nos pasaba a nosotros, que los padres no saben. Nadie les informa de la cantidad de casos de automutilaciones, de acciones suicidas, de problemas que hay, que puedo asegurar que es inmensa ahora mismo”, añade.
Pero si hay un motivo que haga que no se extienda más esta formación en prevención del suicidio ese es el miedo. “Hay un poco menos de estigma, pero también está el miedo de muchos profesores que nos han dicho: ’Si aprendemos algo sobre esto, si pasa nos van a echar la culpa”, detalla.
“A nosotros nos parece que la formación es imprescindible y además hay que partir de que la gran mayoría de psicólogos no están formados en suicidios porque en la carrera no se estudia, con lo cual tratan aplicar técnicas de otras cuestiones en algo que necesita una preparación exclusiva, intensiva y especial”, recalca Soto.
En esto coincide Ochoa, que señala que es muy complicado hacerlo llevar a la comunidad educativa. “Para hablar de prevención del suicidio, se da por hecho que los profesores solo por ser adultos pueden hablar de este tema, y no es fácil”, sentencia. “Hace falta más formación y más especialistas formados para formar al profesorado. Voluntad, toda la del mundo, pero faltan recursos”, explica.
“A lo mejor una muchacha de 15 años tras un intento de suicidio, después de tres o cuatro días en observación, no dispone de cama en salud mental, tiene que ir a su casa, recibir un tratamiento ambulatorio y que los padres la vigilen para que no se haga daño”, ejemplifica.
“Dentro de la red pública no hay recursos para una intervención en una clase con cuatro o cinco alumnos con pensamientos suicidas. Los profesores están desbordados y no saben qué hacer, y los colegios tampoco tienen dinero para recursos externos”, señala Ochoa. “Se necesitan medios públicos, profesionales formados a los que todo el mundo pueda acceder”, reclama. Además, para ella, el plan de prevención del suicidio no debería encuadrarse en el plan general de salud mental, sino en uno aparte que cuente con recursos propios.
Soto también denuncia que esto sea algo que dependa de las competencias autónomicas y no estatales. “Se deberían reunir todos y tender un plan para estudiar qué es lo mejor. Estamos hablando de vida de gente, no podemos mezclarlo con otras cosas como la ideología u otros intereses, tenemos que salvar la vida de mucha gente y muchos adolescentes”, enfatiza.
Otra dificultad a la que se enfrentan profesores y padres es tratar con los adolescentes sin que vean que se están interponiendo en su vida o sin que se sientan incomprendidos. Por ello, Soto pide introducir historias personales desde el punto de vista de un adulto que también ha sido adolescente.
“Tratar de contarles cómo era mi propia adolescencia y cómo la he vivido en mis amigos, que no hay tanta diferencia con la de ahora, para quitar ese punto de vista [que tienen los adolescentes] de que a los adultos no les pasa nunca nada y encima nos dicen cómo tenemos que comportarnos”, explica. “Tenemos que ser honestos y decir que también hemos tenido problemas en la adolescencia porque todos hemos tenido parejas, amigos, suspendido exámenes y hemos pensado que es lo peor que nos podía pasar”, añade.
Para él, eso es una forma de humanizarse y de mostrarse cercano a ellos. “Si no contamos esa realidad que hemos vivido nos ven como a unos héroes a los que nunca nos pasa nada y se sienten peor”, sentencia. “Si se da un problema, tenemos que tratar que los adolescentes entiendan que siempre va a haber alguien que les va a escuchar, eso es muy importante”, apostilla.
Ochoa recuerda la dificultad de comprensión y actuación a la que se enfrentan los profesores. “se ven en situaciones de que cuatro o cinco chavales digan ‘en cinco años no me veo porque estaré muerto, no me interesa vivir’ y no saben cómo actuar porque por eso tampoco se puede activar un protocolo”, apunta.
Esto sitúa a los docentes en un punto de indefensión ante alumnos inestables. “Son muy vulnerables, de mente muy agitada muchas veces y no quieres que te vayan de las manos”, recuerda.
Para Soto, esto tiene mucho que ver con tratar otros aspectos como la autoestima, la diversidad o el bullying. “Todos los elementos suelen venir de los mismos sitios. Si tienen baja autoestima es fácil que caigan en el bullying o el acoso escolar, hay que reforzar esa autoestima, que no se sientan menos que otros. Hay que intentar hacerles ver que todos pasamos por las mismas etapas y que se pasa”, explica.
La pandemia del coronavirus ha multiplicado los indicadores de autolesiones e intentos de suicidio en menores por dos en muchos casos. El confinamiento, la ansiedad generada por el encierro y el propio virus o el ciberacoso han sido solo algunos de los motivos que han minado la salud mental de los adolescentes.
“Hay que retrotraernos a esa edad, lo que quieres hacer a esa edad es estar con tus amigos y fuera, lo metes en casa obligatoriamente con el miedo del ‘cuidado con lo que haces cuando salgas’, ‘no vayas a coger esto’, machacándole con el miedo”, detalla Soto, quien apunta que esa culpabilidad de la pandemia que se ha dado en muchas ocasiones a los jóvenes ha incrementado esta situación.
“Ha conseguido que estén desquiciados, hay que tener en cuenta que no tienen las mismas herramientas que nosotros. Si nosotros pasamos miedo y se lo transmitimos, en ellos se puede multiplicar, como ha pasado”, añade.
Andrés recuerda que este impacto se ha visto principalmente en los alumnos de secundaria. “Hemos tenido que abordar el ciberacoso de forma específica. También informar a las familias, que no son conscientes en muchos casos. Hay muchos conceptos que se escapan del centro educativo y tener a las familias bien formadas si van a estar en casa es e”, detalla.
En la Comunitat Valenciana, el protocolo ha abierto una pequeña esperanza. Se han reducido los suicidios desde su aplicación. “Sabemos que las tasas de suicidio han bajado, coincide con los datos de sanidad. Sin embargo, autolesiones se mantiene. No sé si por hablar tanto del tema, que solo por haber espacios de participación para ello se está reduciendo”, señala.
Pero hablarlo no lo es todo. Tal y como apunta Ochoa, el camino es largo y todavía faltan muchos recursos. “Es un poco salto al vacío si no llegan los recursos. Si se abre el melón es para que haya alguien al otro lado para recoger a todas estas personas que están hablando de que se quieren suicidar. No hablar por hablar”, enfatiza.
Las personas con conductas suicidas y sus allegados pueden recibir ayuda las 24 horas en el Teléfono de prevención del suicidio (900 92 55 55), llamando al 112 o contactando con el Teléfono de la Esperanza (717 00 37 17). Aquí puedes encontrar más información sobre asociaciones y aplicaciones para la prevención del suicidio.