Portugal vota: el socialista Costa ve peligrar el cargo ante el ascenso de los conservadores
El Partido Social Demócrata de Rui Rio esprinta y logra un empate técnico en las encuestas. La suma de las derechas saca medio punto a las izquierdas.
Portugal acude a las urnas este domingo. No le tocaba, es una cita anticipada por el fracaso, el pasado octubre, en la aprobación de los presupuestos generales. El actual primer ministro, el socialista Antonio Costa, apenas había revalidado el cargo en 2019, pero la falta de apoyos de los partidos de izquierda, en los que se sustentaba de forma puntual para sacar sus proyectos adelante, mandó al país de nuevo a votar. Es la hora.
Las repeticiones, ya se sabe, no suelen provocar entusiasmo, menos aún en tiempos de pandemia, así que los 10,8 millones de electores posibles del país vecino llegan a este 30-E escasamente movilizados y ante un panorama político aún más atomizado (hoy hay nueve partidos en el parlamento y hay 12 más que se suman a la pelea). La única certeza a priori es que nadie logrará la mayoría absoluta.
Hasta el favorito esperado ya no lo es tanto: Costa, que aspiraba a gobernar en solitario y no tener que depender de aliados menores, ha visto cómo en nueve meses Rui Rio, el aspirante del Partido Social Demócrata (PSD, centroderecha), le ha igualado y hasta superado en algunas encuestas. Hoy hay un práctico empate técnico pero como nadie arrasa, hacen falta sumas, y la de las derechas gana a esta hora. Por poco, pero gana.
De dónde venimos
Antonio Costa (Lisboa, 1961) llegó en 2015 al poder logrando varios hitos, como la resurrección del Partido Socialista, con su vuelta al poder y el desprendimiento de una vieja imagen de corrupción; y la firme apuesta común de izquierda, en un mundo ya nunca más bipartidista, sumando con el Bloco de Esquerda y el Partido Comunista.
La alianza, bautizada despectivamente como geringonça (cacharro, en español), fue una coalición sin precedentes que funcionó mucho mejor de lo anunciado por los agoreros. Portugal no se acababa con más izquierda, sino que con toda unida pudo pilotar una recuperación económica admirada en toda Europa -el milagro, lo llaman-, en un contexto de gran estabilidad institucional. Renuncias y roces hubo, pero resultados, también.
Pero llegamos a las elecciones de 2019, Costa mejora sus datos y roza la mayoría absoluta, y cambia de estrategia. Anuncia que gobernará en solitario y que se apoyará en sus antiguos aliados sólo para sacar adelante las leyes y propuestas en el parlamento. Había divorcio y la legislatura comenzaba ya con recelos y quejas. Por eso sólo ha durado dos años. Las cuentas que Costa presentó eran, según el Bloco y el PCP, demasiado poco ambiciosas. Los bajos salarios, la pobreza, las pensiones o el IVA de la energía eran asuntos que no se abordaban más que tibiamente, decían, en un contexto en que comenzaba a llegar dinero de Europa para la recuperación tras la pandemia, 16.600 millones de euros a cinco años.
Los analistas entienden que todos pecaron de electoralismo. Que unos y otros pensaron que romper la baraja no importaba porque en las urnas todos iban a subir y que, total, lo de adelantar las elecciones es ya una costumbre lusa, ocho veces en la recobrada democracia. Nada más lejos de la realidad: Costa, que parecía fuerte y llamaba a conquistar la absoluta, lleva una semana reculando y abriendo la puerta a nuevos pactos, porque sabe que no llega a los 116 escaños que necesita para ello, equivalente al 41% de los votos, al menos.
Los sondeos
Desde octubre hasta ahora, los discursos de han radicalizado, con los antiguos allegados tirándose trastos a la cabeza para diferenciarse ante los electores y Costa tratando de mantenerse fuerte mientras gestiona aún un país con récord de contagios por covid-19 (casi 66.000 diarios y con previsiones de llegar a 90.000) y que tiene hoy a más de un millón de personas confinadas.
Los sondeos han ido fluctuando hasta igualar, esta misma semana, al socialista costa y al liberal Rio, el primero con un 33,8% de los votos y el segundo, con un 34,4%, según explica la empresa Aximage en un sondeo de inicios de esta semana. Más allá de liderazgos, hablemos de bloques: el de la derecha llegaría al 46,8% de los sufragios y eso supone medio punto más que la izquierda, por lo que sus posibilidades de gobernar son mayores.
Son las cuentas que salen si pactan el PSD y el CDS-PP (Partido Popular), con un 1,6% de los votos. Hasta ahora, ninguna formación hace cábalas añadiendo a la ultraderecha de Chega, cuyo ascenso es preocupante: la ultraderecha pasaría de un escaño a siete o nueve, con un 8% de apoyos que la situarían como tercera fuerza nacional. No hay un cordón sanitario firmado, lo esperado es que nadie cuente con ellos, finalmente. Rio, con los días, ha explicitado que no lo hará.
En el caso de la izquierda, a los socialistas se podrían sumar el 6,6% de los votos adjudicados por el sondeo al Bloque y el 4,5% de los comunistas.
Los datos se suavizan para el bloque progresista si se tiene en cuenta la encuesta de la Universidad Católica, desvelado el viernes. El Partido Socialista alcanzaría el 36% en intención de voto, mientras el Partido Social Demócrata obtendría el 33%. No obstante, la tendencia de este grupo de analistas apunta a lo mismo: práctico empate técnico.
También hay una opción intermedia: la suma de PS-PSD, el llamado “bloque central”. Una coalición de los dos partidos mayoritarios, una alianza de estado que no es nueva en Portugal, aunque las posturas están realmente muy alejadas para ello en este momento.
Los candidatos
Rio y Costa, Costa y Rio. Entre estos dos hombres -los dos agnósticos, casados, padres- está el juego en una cita electoral en la que las mujeres, aún, apenas encabezan el 27,2% de las listas de los distritos electorales y sólo una, la líder del BE, Catarina Martins, tendrá algo que decir en los tiempos de negociaciones por venir.
Ambos son políticos muy curtidos, respetados por su trayectoria y caracterizados por haber sabido salir de aguas turbulentas. Eso hace que los portugueses, al menos, los respeten.
Costa es abogado, pero lleva en política desde concejal con 21 años. Ha estado en municipios pequeños y en la capital, Lisboa, ha sido parlamentario, ministro de Justicia, vicepresidente en el Parlamento Europeo y vuelta a casa, como primer ministro. Le falta ser presidente. Para el socialismo europeo, era el único faro en los últimos años, junto a Pedro Sánchez, antes del nuevo resurgir de la socialdemocracia.
Destaca su faceta de buen negociador, con ideas y cintura, y su practicidad, una capacidad de adaptación que le ha permitido no hundirse con la mala imagen de su partido, resurgir como alternativa y sentarse en lo más alto apoyado por otras fuerzas que han acabado reconociendo su valía. También tiene mal genio, dice su propia gente, y sus calentones pueden hacer temblar las alianzas por venir, como pasó con el presupuesto.
Rio es economista, liberal hasta la médula, un señor serio que lidera el centro-derecha desde hace cuatro años cortos y que tiene fama de trabajador y perfeccionista, más envarado y menos sociable que el socialista, algo que sus asesores tratan de aliviar en redes sociales. También tiene tablas este exparlamentario y exalcalde de Oporto (donde nació en 1957), que lleva su partido tras el hundimiento por la crisis y los tijeretazos sociales, las paleas por el liderazgo y hasta las ideológicas, siendo como es un poco más progresista en materias como el aborto o la eutanasia. De otoño a invierno, ha pasado de segundón a posible alternativa de Gobierno.
Ventura, el Abascal local
La ultraderecha también ha llegado a Portugal. Llevaba desde 2019 con un escaño, el del líder de Chega, André Ventura, y puede lograr ahora hasta nueve. Ventura, abogado y comentarista deportivo amarillista que procede del Partido Social Demócrata -del que se fue por templado-, es un señor que ha llegado a llamar “bandidos” a los inmigrantes africanos y a acusar a los gitanos de su pueblo de vivir “casi exclusivamente de los subsidios del Estado”. Tras varias denuncias, tuvo que disculparse públicamente.
El lema de la formación es “Dios, Patria, Familia y Trabajo”, que proviene de la dictadura de António Salazar, por más que digan que no son nostálgicos de nada sino partidarios de un “cambio de país”. Se presenta como nacionalista, conservador y liberal, aboga por una bajada de impuestos, un parlamento mucho más pequeño, una reforma judicial con penas más duras -como la cadena perpetua revisable- y el fin de las ayudas sociales a los parados. No se declaran antieuropeístas.
Chega ha llegado a pedir la “devolución” a Guinea-Bissau de una diputada nacida allí o la retirada de los ovarios a las mujeres que aborten y entre sus amigos europeos están la Agrupación Nacional de Francia o el español Vox, con el que ha tenido algunos roces a cuenta de algunos mapas mal trazados.
Los retos de la elección
Portugal se enfrenta este domingo a la desgana y al virus pero, también, a los retos que tiene como sociedad, que no son pocos por más que en esta campaña atípica algunos hayan quedado en segundo plano. El desafío inmediato, huelga decirlo, es asegurar la gobernabilidad, tras el cisma que ha obligado a repetir las elecciones, la entrada en liza de nuevas fuerzas y la imposibilidad de lograr mayorías de rodillo. Tocará, pues, sensatez y altura de miras.
Las elecciones se producen en medio de la peor ola de contagios que ha vivido Portugal -que en su caso es la quinta, y no la sexta, como en España-, por lo que uno de los objetivos del nuevo gabinete deberá ser el refuerzo del desgastado sistema sanitario, la reducción de la brecha social y las nuevas inversiones en el tejido productivo patrio. La izquierda quiere reforzar el modelo público -que convive hoy con un régimen de copago- y la derecha, en cambio, se inclina por lo privado. El debate es de raíz. Como en vivienda, con subidas imposibles de seguir en ciudades como Lisboa: la izquierda pide regular precios y ampliar la oferta de viviendas sociales y la derecha se inclina por los incentivos fiscales para compra y alquiler.
La economía es crucial. Como recuerda EFE, tras un desplome del 8,6 % en 2020, Portugal cerró 2021 con un crecimiento del 4,5% (estimado) y recuperación del empleo -el paro ronda el 6%-, pero preocupa la inflación, que en diciembre trepó al 2,8 %. El salario mínimo, que sigue siendo uno de los más bajos de Europa, está en 705 euros, y la pensión media ronda los 415 euros. Ambos puntos fueron cruciales para el plante de la izquierda a Costa, el pasado octubre, por lo que han de abordarse sin falta. La izquierda pide subidas anuales del 10% sobre el SMI, por ejemplo, mientras el PSD liga la mejora a pactos de concertación, inflación y productividad.
Hay división en cuanto a la la carga fiscal, que llegó al 34,8 % del PIB en 2020. El PSD promete reducir impuestos y bajar el IVA en restauración y los socialistas, una carga más progresiva, beneficios para familias e incentivos a las empresas. Y sobre el dinero de Europa: Bruselas aprobó un rescate de 3.200 millones de euros a cambio de un ajuste, que la derecha traduce en más empresa privada y la izquierda más izquierda se niega a aplicar por injusto.