La estrategia de Vox para hacerse con el voto de los trabajadores
La ultraderecha busca con su idea de montar un sindicato el respaldo de una parte del electorado afín, tradicionalmente, a la izquierda.
Santiago Abascal quiere un sindicato afín a Vox. El líder de la ultraderecha prosigue su estrategia de ampliar su base electoral y llama a la puerta de un electorado próximo, tradicionalmente, a la izquierda: el sindicalista. Según el propio Abascal, España necesita una nueva organización “que proteja a los trabajadores y que esté al servicio de los españoles y no de los partidos”. Los actuales sindicatos, opina el jefe ultra, son “inútiles”.
Vox obtuvo 52 escaños en las elecciones del 10 de noviembre. Ese día la ultraderecha se convirtió en la tercera fuerza política del país gracias, en parte, al fuerte discurso nacionalista español de la formación en un momento de auge del independentismo catalán. Pero no solo. También contribuyó al éxito la posición ‘antiestablishment’ del partido, contraria a los medios de comunicación, a los partidos tradicionales y a algunas grandes empresas.
Un estudio reciente de la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Madrid disecciona el perfil del votante de Vox en las últimas elecciones generales: un varón, entre 28 y 38 años, con estudios medios —educación secundaria en lugar de primaria o universitaria—, con una renta elevada —gana más de 1.800 euros al mes—, de derechas y que va a misa con frecuencia. Además, este votante medio está insatisfecho con el funcionamiento de la democracia, es crítico con la situación política y se siente identificado con España.
Este prototipo está alejado de quienes acuden a los sindicatos. Por eso, en un momento de desafección política y de desconfianza hacia las instituciones tradicionales, como señalan las encuestas, Vox quiere pescar en el caladero sindical. El partido de ultraderecha sabe, además, que las consecuencias, aún inciertas, de la crisis económica que está ocasionando la pandemia van a ser duras: empresas cerradas y aumento del paro.
El movimiento sindical, además, enfrenta en los últimos años un momento complicado, con las relaciones laborales en cambio constante. Los sindicatos tienen que hacer un esfuerzo extra, según reconoce una fuente sindical de CCOO en Madrid, para hacer llegar su mensaje a “esos chavales, autónomos en la mayoría de los casos, que trabajan de ‘riders’ para empresas de transporte de comida”. Al sindicalismo clásico le han desbordado las nuevas realidades laborales procedentes de la economía de las plataformas.
El mundo de la edad de oro del movimiento sindical ya no existe. Durante los tres decenios que siguieron a la Segunda Guerra Mundial se conjugaron crecimiento económico y redistribución de la riqueza. Y, en ese contexto, los sindicatos dijeron mucho porque contribuyeron a conquistar derechos y al armamento del Estado de bienestar. Eran tiempos de fábricas, minas, astilleros y grandes empresas donde los trabajadores se organizaban con facilidad. Pero la Gran Recesión y la revolución tecnológica han cambiado todo y han alejado a los trabajadores de los sindicatos.
Según un reciente informe de la OCDE, el nivel de afiliación sindical en España alcanzó en 2019 al 13,7% de los asalariados, el nivel más bajo desde 1990. La proporción de trabajadores que forman parte de organizaciones sindicales no ha dejado de caer con suavidad, pero de forma continua, desde principios de los 90.
El Gobierno es consciente y por eso habla de la necesidad de articular “un estatuto de los trabajadores del Siglo XXI” desde que llegó a Moncloa; para regular las nuevas relaciones laborales y los nuevos tipos de trabajo que ha traído la revolución digital. Además, la pandemia de la covid-19 está acelerando tendencias que va a suponer un reto extra al sindicalismo tradicional, como el teletrabajo, que el Gobierno está a punto de regular.
A pesar de las críticas a los sindicatos tradicionales, tanto UGT como CCOO se mantienen como organizaciones mayoritarias en España. Pero su reinado puede estar en peligro si no se adaptan rápido.
El descrédito que sufren los partidos políticos, salpicados por escándalos de corrupción, se ha extendido también a los sindicatos, algunos de los cuales han tenido a sus propias ovejas negras en el seno de sus organizaciones, algo que ha usado Vox para atizar a las principales asociaciones sindicales del país
La sostenibilidad del modelo sindical a largo plazo lo recoge un reciente documento de la Confederación Europea de Sindicatos. En él se plantea el si el futuro de las organizaciones está en peligro, y advierte de que podía estarlo si no conseguían aumentar la afiliación y atraer a los jóvenes.
Unidas Podemos también quiso su sindicato
Vox no es el único partido que ha defendido la articulación de un nuevo proyecto sindical. En 2014, durante la eclosión de Unidas Podemos y en un momento álgido de desafección, la cúpula morada se planteó la creación de un nuevo sindicato de clase que compitiese a medio plazo en número de afiliados con la Unión General de Trabajadores (UGT) y Comisiones Obreras (CCOO). Pero el proyecto fracasó.
En este nuevo contexto de cambio, es la ultraderecha la que lanza el globo sonda. Pero las respuestas, justo cuando patronal y sindicatos brindaron la semana pasada en Moncloa por un pacto de reactivación económica, no han sido muy favorables a la ide de Vox.
El propio presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), Antonio Garamendi, recordó a Abascal que lo mejor para conquistar el voto obrero es hacer “una propuesta política, no fundar un sindicato”. Garamendi, además, se enorgulleció de los múltiples acuerdos que se han firmado entre patronal y sindicatos en los últimos 40 años y señaló cómo España se ha convertido en un paradigma del acuerdo entre empresarios y sindicatos.