Por qué no es el tiempo que pasas frente a la pantalla lo que importa (y en los niños puede que tampoco)
Además del daño que pueden hacer las diferentes pantallas en nuestros ojos, últimamente existe cierta preocupación por los efectos del uso excesivo de la tecnología en nuestras vidas. Nos sentimos cautivos de lo que otros hacen en las redes sociales y de las reacciones a nuestras publicaciones, nos sorprendemos a nosotros mismos deslizando una vez más el dedo por la pantalla buscando algo de estímulo y, en fin, comenzamos a vernos un poco abrumados por la adicción a la tecnología, uno de los efectos secundarios que parece tener el progreso en este siglo.
Mayor preocupación, si cabe, existe en el caso de los niños, y ya comienzan a aparecer estudios y opiniones que intentan poner límites al tiempo diario que pasan frente a las pantallas, como en su día también se intentaba determinar cuánto tiempo máximo podían los más jóvenes permanecer ante el televisor, si se quería que su desarrollo no se viera afectado.
La cuestión es que la televisión y el ordenador son, deberían ser, inventos diferentes. Decía Steve Jobs que el ordenador era, en cierto sentido, un invento opuesto al televisor: "básicamente, creemos que uno ve la televisión para apagar el cerebro, y que, cuando te sientas frente al ordenador, lo que quieres es conectarlo". En otras palabras, lo que el genial visionario parecía opinar es que el uso ideal de estos dispositivos tiene más que ver con la creación que con el consumo.
En un estudio se asignó aleatoriamente a sesenta niños de 4 años a tres situaciones: dibujar, ver dibujos animados educativos o ver dibujos animados del tipo Bob Esponja. Estas tres actividades únicamente duraron 9 minutos, al término de los cuales se les propuso a los niños cuatro tareas relacionadas con habilidades cognitivas. La conclusión fue que los niños que habían visto los dibujos del tipo Bob Esponja realizaron las tareas significativamente peor que los otros dos grupos. En este estudio se ve claro algo que, por otro lado, es lógico, y es que no es el tiempo en sí frente al ordenador lo que cuenta, sino lo que se hace en ese tiempo.
Otro estudio muestra que cuando las redes sociales se usan de manera pasiva es más probable que aparezcan comparaciones y sentimientos de envidia, disminuyendo el bienestar de la persona, mientras que, cuando se usan activamente para incrementar la conexión humana y el capital social, el bienestar aumenta. Por tanto, de nuevo, lo relevante no es el tiempo, sino el tipo de uso que se hace de estos recursos.
Con independencia del potencial daño que pueda hacer a nuestra retina, puede que mirar a una pantalla no sea tan significativamente diferente a mirar a un tablero de parchís o a un libro. El asunto está en que, si esa contemplación es pasiva y únicamente centrada en consumir contenido, sobre todo si se trata de contenido superficial y anodino, es más fácil que sea negativa, o incluso dañina. Por el contrario, cuando se usa la tecnología como medio de participación social o de una manera creativa, puede ayudar al desarrollo de habilidades y potenciar nuestro bienestar.