Por qué el ejército de Afganistán se ha disuelto como un azucarillo
Ha estado 20 años recibiendo ayuda internacional, pero el abandono de EEUU y su propia corrupción han hecho desaparecer un grupo de 300.000 uniformados.
El Ejército de Afganistán no existe. En tres meses de ofensiva talibán, un cuerpo con 300.000 efectivos que durante 20 años había sido levantado, formado y mantenido por las potencias occidentales presentes en el país se ha disuelto como un azucarillo. Ahora sólo quedan de él pequeños grupúsculos de combatientes, concentrados en la región de Panjshir -la única que resiste aún a los talibanes-, y riadas de escondidos y escapados a Irán y Turquía, sabedores de que están en la diana de los que ahora mandan como servidores del Gobierno derrotado y colaboradores de EEUU, la OTAN y la ONU.
El principal oficial militar del Pentágono, el general Mark Milley, dijo poco antes de la caída de Kabul que la inteligencia estadounidense estimaba que, si sus fuerzas se retiraban, pasarían semanas, meses e incluso años antes de que el ejército afgano cayera. Sin embargo, eso tardó en pasar sólo 11 días. Las respuestas a este fiasco hay que encontrarlas en los males crónicos que minaron a este ejército desde el principio, desde el analfabetismo de base hasta la corrupción interna, pasando por la falta de fe en el Gobierno de Kabul y, también, la dejadez de Washington.
Porque las palabras de Milley han sido desmentidas con sucesivos informes confidenciales publicados por la prensa norteamericana: la Casa Blanca sabía de la gravedad de la situación y de las llamadas de ayuda de los mandos locales y no por eso dieron marcha atrás a sus plazos de retirada, que ha de concluirse el 31 de agosto.
El Proyecto Costes de Guerra de la Universidad de Brown señala que en estas dos décadas EEUU ha gastado 800.000 millones de dólares directamente en la contienda y 85.000 millones en entrenar a las fuerzas afganas, cuya preparación ha quedado ahora en evidencia. Las capacidades de las fuerzas afganas, de hecho, fueron sobrestimadas “seriamente” por EEUU, según indica el último informe del Inspector General Especial estadounidense para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR, en inglés) presentado al Congreso y difundido por EFE.
En ese documento, el SIGAR aseguró que los sistemas avanzados de armas, vehículos y logística utilizados por los militares occidentales “estaban más allá de las capacidades de la fuerza afgana, en gran parte analfabeta y sin educación”.
“Esa era una carencia muy clara: los soldados venían de un mandato talibán, de 1996 a 2001, en el que no había ejército pero tampoco educación. Ha sido con los años que se han formado unas fuerzas armadas, pero hay que entender que, incluso con el apoyo internacional, tenía muchas lagunas sin cubrir, como por ejemplo que el liderazgo era nulo, los mandos eran señores territoriales amigos de EEUU con buen salario y despacho, siempre a la orden de Washington, sin capacidad operativa, estratégica o logística propia. Siempre dependientes. La base, con condiciones precarias de salario y medios, algunos han estado peleando ahora aunque llevan seis o siete meses sin cobrar”, explica un teniente general con experiencia en la misión de la OTAN, ISAF.
¿Estaban ya como para caminar solos, pasados estos 20 años? La respuesta es un rotundo “no”. “No sé cuánto se tarda en formar el ejército de un país nuevo, sano y democrático, pero es que Afganistán no lo era cuando comenzaron las misiones internacionales y no se ha convertido en eso tampoco en estos años. No les podías dar confianza y autonomía al principio por sus carencias pero, luego, tampoco, porque convenía seguir llevando las riendas desde las bases estadounidenses y aún no había estado fuerte que lo sustentara. Los mandos, contentos, y los occidentales, contentos, hasta que los talibanes han tomado fuerza y lo han recuperado todo”, añade.
Y más aún: hace ya dos años que comenzó un proceso claro de “atomización” de las Fuerzas Armadas y se calcula que en el último año sólo una sexta parte de los 300.000 efectivos totales han estado de veras en lucha contra los islamistas, porque el resto de la tropa ya era pasado por culpa de la corrupción, las deserciones y las bajas.
“Nos han abandonado”
Joe Biden, el presidente estadounidense, se llena la boca reprochando a esos “300.000 hombres” que ya no eran tantos que no estuvieran “dispuestos a luchar” en esta guerra, desmereciendo a quienes durante tanto tiempo han sido sus aliados. Los contactos militares consultados también por la prensa norteamericana que ha cubierto el terreno en este tiempo lo niegan: “No nos hemos rendido, ellos nos han abandonado”, “no teníamos cobertura aérea para combatir a los talibanes”, “ha habido un colapso descontrolado”, señalan.
Les da la razón un militar mítico, David Petraeus, el general que fue comandante de la ISAF y la USFOR-A. Estados Unidos debería haber permanecido en Afganistán, dice, y ha acabado marchándose sin responder al ejército. “Durante la Administración Trump obligamos al Gobierno afgano, al que no se le permitió participar en las negociaciones sobre el futuro de su país, a liberar a más de 5.000 combatientes talibán [que han final han sido decisivos en la reconquista del poder], y no obtuvimos nada significativo a cambio. La nueva Administración entró e hizo una revisión y análisis rápidos y anunció la decisión de retirarse, algo de lo que advertí que temía que nos arrepintiéramos”, ha dicho a New Yorker estos días.
Defiende a capa y espada a las tropas afganas y destaca el impacto que ha tenido en ellas esta “prematura” salida. Según insiste, la retirada de los controladores aéreos tácticos desplegados por Washington, así como de los 18.000 contratistas que administraban el sistema de mantenimiento, imposibilitó la subsistencia de la aún modesta fuerza aérea afgana.
“Esa fuerza aérea trabajó muy, muy duro. Transportaban comandos muy bien entrenados por nuestros equipos de Operaciones Especiales y bien equipados. En las primeras batallas estaban reteniendo a los talibán, pero creo que en cierto momento se dieron cuenta de que ya nadie los respaldaba, no había reabastecimiento de emergencia, refuerzos, evacuación médica de emergencia o apoyo aéreo cercano”, explica el exgeneral.
Sumado a la retirada de militares, esto supuso “el colapso psicológico” del ejército afgano. “Hicieron lo que creo que hacen las tropas en esas circunstancias, si las dejan solas y aisladas. Junto con los líderes locales de esos distritos o provincias, o hacen un trato o negocian una rendición o huyen. El colapso fue contagioso, una epidemia de, básicamente, rendición”, ahonda. Lo dice desde dentro, con enorme conocimiento de causa.
Progresa adecuadamente... pero no
La radio pública estadounidense NPR ha publicado un demoledor informe en el que da cuenta de todos los males internos del ejército afgano: jefes que no aparecían y por tanto no eran respetados ni escuchados, mandos que compraban la peor comida para los suyos y se quedaban la diferencia del arroz o vendían para su beneficio la leña para calentar a la tropa, soldados harapientos que no pueden ni mantenerse firmes por el opio, amiguismo en la cúpula, peleas... Y, sobre todo, carencias de formación alarmantes que llevaban a no poder hacer un informe por no saber escribir, no poder leer un mapa porque no había nociones de cartografía, no poder mantener un arsenal por no saber desmontar un arma o no plantear ni las vacaciones del grupo por imposibilidad manifiesta de hacer un cuadrante del personal.
La enumeración, con ser dura, es más liviana que la constatación posterior que hace este medio de que Washington sabía todo eso y, aún así, informaba constantemente de ascensos de personas que luego eran echadas o rebajadas en el escalafón por inútiles. “Los afganos podrían hacer poco sin el apoyo de Estados Unidos. Los soldados estadounidenses sobre el terreno sabían la verdad. Pero durante este tiempo, desde el Departamento de Defensa hasta la Casa Blanca y el Congreso, los funcionarios decían lo mismo: el ejército afgano está mejorando cada día. Están luchando duro. Están liderando la lucha”.
Hubo informes avisando, pero en Afganistán, dice, no alcanzaron el eco de los que, similares, se publicaron sobre la guerra de Vietnam. Así pasaron los meses y este grupo,“pegado con cinta adhesiva y pegamento”, simplemente no pudo resistir.
Dónde están y qué pasa con ellos
Lo poco que queda de las tropas sigue dando cobertura a los norteamericanos en el aeropuerto de Kabul, mientras sacan a su gente, aunque ellos, al contrario que otros trabajadores civiles como traductores o personal de servicio de las embajadas, no tienen billete para salir del país. El resto, o sea, la mayoría de los militares, fueron desertando o pactando supuestas amnistías con los talibanes, conforme avanzaban por otras provincias lejanas a la capital. Los islamistas a veces les pagaban por no pelear más. También vendieron sus armas o colocaron sus propios puestos de control a la orden de los jefes del momento, algo que hacían ya antes muchos de los que empezaban a enrolarse en el ejército.
Los que se han quedado escondidos en su país están siendo perseguidos por los nuevos amos. CNN informa de listas de militares que circulan por Kabul y el New York Times sostiene que los talibanes ya se han hecho con el archivo del Ministerio de Defensa y el de Interior, que no dio tiempo a destrozar, con lo que tiene información de primera mano de quién es quién y para quién trabajó. En ciudades como Kandahar se han grabado imágenes, sin verificar, de supuestas masacres de exmilitares.
Se calcula que hasta el final pelearon unos 18.000 comandos y espías de un total de 22.000, de los que entre 2.000 y 2.500 están en el norte, en Panjshir, tratando de plantar cara a los islamistas con ayuda de señores de la guerra locales. Carecen de armas y de líderes, pero ahí siguen por ahora. Los demás, permanecen encerrados y aguardando a que no den con ellos.
Estos comandos han transmitido a corresponsales de Defensa de EEUU el “agotamiento” del material a lo largo de los últimos meses, la “ausencia de mando” y, al final, la orden directa de no presentar batalla. “No peleamos porque el Gobierno no dijo que había que pelear (...) Es una decisión política”, denuncia uno de ellos. El Ejecutivo, con Ashraf Ghani a la cabeza, escapó y se salvó.
A los pocos soldados que quedaban en pie les resta seguir con vida.