Por qué Calviño no es Varoufakis
La ministra de Economía y Empresa, que será vicepresidenta si cuaja un nuevo Ejecutivo PSOE-Podemos, es el ariete de Sánchez ante Bruselas y los mercados.
Agosto extremeño, calor sofocante. Cae el sol, se ilumina el teatro romano de Mérida. Sobre el escenario van saliendo Concha Velasco, Belén Cuesta, María Hervás, Adrián Lastra… Y se reencarnan en mitos y dioses. Lágrimas, sonrisas, desasosiegos… Es la versión de Mary Zimmerman de las Metamorfosis, de Ovidio.
Entre el público pasa desapercibida Nadia Calviño. Acaba de escaparse del asfalto de Madrid y huye unos días tras el fracaso de las negociaciones del PSOE con Unidas Podemos y el espectáculo de la investidura fallida. Y se encuentra frente a frente con historias clásicas tan vigentes hoy en día. La vida es una sucesión de midas, faetones, apolos y orfeos.
Su cabeza esos días estaba más en el Fondo Monetario Internacional (FMI), pero España no logró colocarla para sustituir a Christine Lagarde. Pero la vida política da muchas vueltas y gira como si fuera un drama constante. Y ahora está llamada a ser la vicepresidenta económica si sale adelante el Gobierno de coalición entre el PSOE y UP. Fue una de las grandes promesas de Pedro Sánchez durante el debate antes del 10-N. Ninguno de dos quiere que se convierta esta aventura en una tragedia clásica.
Y no es una elección casual. Es un claro mensaje a los mercados, empresarios y la Unión Europea (UE). En los últimos días la patronal está intentado frenar ese acuerdo y pidiendo un Gobierno “moderado”. La señala de Sánchez: esto no va a ser un drama, España no es la Grecia del primer ministro Alexis Tsipras de Syriza y su titular de Finanzas, Yanis Varoufakis, aunque Podemos esté en el Gobierno, y la economía va a estar en ortodoxas manos que saben cómo mover los hilos en Bruselas y en los despachos del poder.
“El pasaporte del Gobierno español en la UE”
¿Por qué Calviño en ese puesto? Fuentes de Ferraz lo dejan muy claro con estas palabras: “solvencia”, “es el pasaporte del Gobierno español en la Unión Europea”.
Desconocida para el gran público, Calviño (51 años) aterrizó en el Gobierno de Sánchez tras la moción de censura avalada directamente por Bruselas. Hasta ese momento había ejercido como directora general de Presupuestos de la UE, uno de los puestos en la oscuridad con más poder e influencia. Todos los que mandan allí sabían su nombre.
Nada de experimentos. Fuentes de La Moncloa lo explican así: “Excelente imagen, excelente técnica, excelente formación, excelentes relaciones, gran comunicadora”. La soltura, simpatía y amabilidad de las que todos hablan también se complementan, según varias fuentes que han trabajado y negociado con ella, con un carácter ultraperfeccionista y exigente, incluso inflexible, porque sus ideas están siempre claras y sus convicciones, firmes.
Ahora toca subir el rango hasta una vicepresidencia -Sánchez tenía Economía como ministerio llano, además de otro de Hacienda-. En el diseño que se baraja habrás tres vicepresidencias, al contar en principio Carmen Calvo con una más política y Pablo Iglesias con otra más social.
El mensaje de Sánchez
La idea que manda Pedro Sánchez tiene que ver también con la complicada situación política y económica actual. Una persona que dé confianza a los mercados e instituciones cuando acechan nubarrones económicos, llegan las consecuencias del Brexit y aparece el lobo de los comunistas de UP para la derecha. Y con Bruselas ya regañando por la falta de presupuesto y enseñando los dientes para futuros recortes.
Calviño no tiene nada que ver con los economistas de UP que piden nacionalizar sectores y que provocan espantos en el Ibex y los grandes despachos en la City o Wall Street. De hecho, siempre fue objeto de duras críticas por parte de los morados y de Más Madrid por su carácter económico. La ven más cercana al PP que a ellos, por ejemplo. Es más: antes que los socialistas, a Calviño la tanteó el liberal Ciudadanos, a propuesta del hoy eurodiputado Luis Garicano, para que presidiera el Banco de España.
Pero Podemos se tiene que comer el sapo, como el PSOE con que Pablo Iglesias sea vicepresidente. En el acuerdo exprés alcanzado se borraron todas las líneas rojas y vetos en cuanto a nombres.
Las relaciones con Podemos dentro del anterior Gobierno las llevaba principalmente María Jesús Montero, titular de Hacienda y que pertenece al ala más izquierdista del Ejecutivo -con un marcado carácter de agenda social andaluz-. La sevillana formó parte del equipo negociador del PSOE en verano, Calviño no estaba ni se le esperaba por sus diferencias con UP. A pesar del buen rollo que parece imperar ahora entre los dos partidos, las desavenencias están aseguradas en los próximos meses. No obstante, Iglesias ya ha avisado a los suyos en una carta de que tendrán que renunciar a algunas de sus medidas.
Cómo la ven en Bruselas
Cuando Sánchez la eligió como ministra, quienes no la conocían despachaban su perfil con un “eurofuncionaria desde 2006”, sin saber lo que eso quería decir. Hablamos de la funcionaria comunitaria española de mayor rango que había en ese momento en Bruselas, respetada y poderosa. Por sus manos pasó el diseño del reparto de 160.000 millones de euros anuales y se despidió cuadrando el desaguisado de un presupuesto que ya contemplaba una UE sin Reino Unido.
Por eso su imagen en la capital comunitaria es impecable, a juzgar por lo que cuentan antiguos colegas de la Comisión Europea y analistas de think tanks económicos. Fuerte, disciplinada, perfeccionista y con una enorme capacidad de trabajo que le han granjeado “una de las mejores agendas que pueda tener un político español, y no sólo de números, también de simpatías”, afinan. Relaciones públicas que hace, impecable, dominando el inglés, el francés y el alemán. “Aquí no hizo falta presentarla. Es una representante de primer nivel”, dice un socialista español.
Para los mandatarios europeos, Calviño es una “garantía de estabilidad”. Lo aconsejable, dicen, es que exista en España un puesto desde el que se coordine toda la política financiera y económica, siendo como es uno de los mayores países del club y con una economía que sufrió severamente la crisis. Si encima el puesto lo ocupa Calviño, se aseguran una interlocutora en “plena sintonía”, que garantice el “control de gasto” y la “seriedad fiscal” que reclaman. Las decisiones de los Gobiernos son soberanas y siempre respetables, repiten, pero es obvio que su presencia agrada. Por ahora, en el año atropellado en el que la han tratado como ministra, no ha habido encontronazos y los pescozones se han resuelto con advertencias, no con amenazas.
Entienden que Calviño tiene por delante un reto doble, que es doméstico y ha de resolver para mantener esa línea de entendimiento: el primero es que “debe lograr que Sánchez la escuche, que le haga caso, que vea sus consejos como tales y no como un relato agorero” y no se desvíe del paso que marca Bruselas por conveniencias de pactos o coyunturas políticas. “Tiene que ejercer de vicepresidenta económica real, plantarse y no doblegarse, por poco que le guste al presidente lo que ella tiene que decir”. De nuevo el fantasma de la ortodoxia, que lo sobrevuela todo.
El segundo reto es, si prospera el acuerdo con Unidas Podemos, lidiar con sus posiciones, mucho más de izquierda (se esperan choques en gasto público, deuda, marco fiscal o reforma laboral) y también contentar a los otros partidos sobre los que forzosamente estará sustentada al menos la investidura, los nacionalistas. “Ella siempre se atiene a las reglas del juego. Ahora tiene que convencer a su Gobierno de que, por encima de otros compromisos, están los de Bruselas”, añaden estas fuentes.
¿Demasiado neoliberal?
Entre los socialistas europeos hay valoraciones variadas sobre la ministra coruñesa. Desde los que reaccionan raudos diciendo que es “un amor” a quienes defienden que es una “tecnócrata pero con unos principios progresistas indiscutibles, la mayor defensora del estado del bienestar,”, pasando, también, por quienes arrugan un poco la nariz y temen que sea “un poco demasiado neoliberal” para los estándares del PSOE. Estos últimos apuntan a que quizá, con más poder, apriete las tuercas con ajustes sociales o aplique por ejemplo la controvertida mochila austríaca, que el ala más a la izquierda en el seno del socialismo no comparte.
Sus defensores salen al paso de ese miedo a recetas duras ante el enfriamiento económico que ya sufrimos. “Está muy condicionada por Bruselas, como todos, pero su compromiso es claro con la transformación de la sociedad y el fin de las desigualdades. Su meta es garantizar los niveles de bienestar logrados y mejorar los de los más desfavorecidos. Ahí la izquierda se encuentra siempre. Los que dicen que es llevarse la Troika a Madrid tienen muy mala baba y están muy equivocados”, señala una diputada andaluza.
Incluso los que piensan que Calviño es la mejor para su puesto tienen otro miedo, no inmediato, pero tampoco a muy largo plazo: que la etapa en La Moncloa sea corta, sólo de transición, un trampolín para aspirar luego a puestos de relevancia internacional. Además del intento del verano pasado de acceder al FMI -que ya daba pistas-, está el hecho de que no ha ido en las listas socialistas ni en las elecciones de abril ni en las de noviembre, marcando una distancia partidista que la blanquea de cara a futuros destinos.
Politico Europe, el pasado mayo, ya incluyó su nombre en la lista de 14 mujeres que podrían hacerse cargo de la UE tras los comicios comunitarios de mayo. Aparecía junto a Angela Merkel, Christine Lagarde o Margrethe Vestager. En el top. La daban como “bien posicionada” para comisariar áreas como Comercio, Presupuestos o Competencia. Sus posibilidades dependían de si Josep Borrell, al final, alcanzaba uno de los puestos grandes de la UE, como así fue, el de jefe de la diplomacia comunitaria.
En otro momento, con otras cuotas nacionales, puede abrirse una ventana para su regreso a Europa, “porque es una enorme conocedora del sistema”.