Pirotecnias del servilismo crítico
A aquellos que viven en los medios de comunicación de apestarlo todo con la pirotecnia de la mediocridad y la cobardía intelectual, se les debería apartar.
Desde luego, disentir es un acto aceptable siempre y cuando no se practique sistemáticamente en una obsesiva dirección. Esa acción concreta, la de orientar la tolerancia en un único sentido, tiene un nombre más entallado e inveterado, pero que la mayoría de sus practicantes no aceptaría bajo ningún concepto: el de servilismo. Lo que aquí denomino no sólo servilismo, sino servilismo crítico, es decir, el hecho de arrogarse librepensamiento e independencia parejas, cuando encubiertamente se trabaja para mantener los intereses disparatados y perpetuar los rancios privilegios de grupos políticos o clases sociales, supone uno de los mayores contratiempos para el desarrollo, no solo de nuestra libertad intelectual en un marco compartido, sino también de nuestra común convivencia; y, además, todo servilismo implica a la postre un triste espectáculo de cobardía.
Fácil sería señalar, dar nombres y ejemplos de (tantos) supuestos independientes que se pliegan públicamente ante la ignorancia y las presiones, ante las demandas obtusas del “espíritu de la época”, pero, como ya advertía Joseph Brodsky en una conferencia dada en la Universidad de Michigan, allá por 1988, el dedo índice es la parte más peligrosa del cuerpo humano, debido sin duda a su avidez por crear culpables y, por ende, a considerarse uno mismo víctima y, por ende una vez más, a librarse de responsabilidad ante la realidad circundante. Este no será, desde luego, mi caso aquí.
En los últimos años se han visto correr las verborreas más inconsistentes, los eslóganes más apotropaicos y los dislates adversativos más inestables, sumados a kilos de fantasía hiperbólica, que haya podido dar nuestra democracia: hemos podido constatar, meridianamente, los esforzados esfuerzos de tantos y tantas por levantar en torno, únicamente, una atmósfera de silla eléctrica en la que poder cortocircuitarnos grupalmente. Esta faceta de mascaradas, lamentable de por sí en políticos, no lo es menos en periodistas, politólogos y demás intervinientes, en forma de acendrados y risibles expertos, que saturan la esfera pública, entendida ésta como espacio en el que se forma la opinión pública, especialmente sobre asuntos políticos, sociales y culturales: periódicos, blogs, revistas, televisiones, radios, etc., demarcan el redil de las opiniones pastoreadas, curiosamente, por ávidos cuatreros.
¿Cómo pueden defenderse los ciudadanos que persiguen la independencia y la mesura, el trato agradable con el vecino, la tranquilidad de poder conversar sin darse codazos, si la esfera pública se ha plagado de analistas torcidos, de pensadores de superficies y de comentadores culturales que aún no han sido tan siquiera desasnados? ¿Acaso el que miente, dulcifica u omite información trabaja para mejorar la sociedad, para emanciparla y hacerla autónoma, persona a persona, o se aplica más bien en lo contrario, aunque sea escudándose bajo el halo metafísico de alguna preceptiva moral?
La torpeza y estrechez de nuestros comentaristas de realidades, la pobreza o mal uso de los conceptos utilizados y la acumulación positivista de datos con el único fin de salvar caprichosa y arbitrariamente a quien conviene, ha de ser tenida, sin duda alguna, como otra línea de declive y precipitación del mundo llamado un día civilizado, llamado ahora, irónicamente también, concienciado. Y digo irónicamente porque, siendo capaces de distinguir importantes problemas (de la violencia de género a la ecología, pasando por el nacionalismo) no se sabe lidiar con ellos de forma madura, adulta, a la altura de las circunstancias, porque tomar conciencia de algo no implica adquirir las herramientas o habilidades exigibles para arrostrar dichas o ulteriores complejidades. Igual que no se pueden curar las enfermedades a gritos, los asuntos políticos y sociales precisan de solvencia preventiva, de rigor comprensivo y mesura conductual: de nada sirve, como ya se ha dicho, vivir del dedo índice para encubrir la falta de competencia en una determinada materia. Así, es imprescindible asumir que los tiempos exigen que despejemos y clarifiquemos nuestro entorno de la forma más justa posible, y esto supone que a aquellos que viven en los medios de comunicación de apestarlo todo con la pirotecnia de la mediocridad y la cobardía intelectual, se les debería apartar amablemente, sin remordimientos, por no jugar limpio ni en favor de todos.