Pero, al final, ¿cuál es el musical que hay que ver?
Serán pocos los espectadores que puedan vérselos casi todos.
La cartelera madrileña ofrece estas navidades más de veinte espectáculos musicales. Es decir, obras teatrales en las que la historia, la trama y el contenido de lo que cuentan son vehiculados a través de la música. Habrá quien hable de inflación. No serán los aficionados al género. Para estos mejor que sobren que no que falten, falta que llevaban sufriendo durante muchos años.
Serán pocos los que puedan vérselos casi todos. Para el resto, esa amplia mayoría que tienen que seleccionar porque les falta tiempo y/o dinero, aquí va un repaso de varios musicales. Los que ha permitido la vorágine de la cartelera y las facilidades por las compañías para verlas. Porque es un artículo hecho tras la experiencia de sentarse en un teatro y ver la propuesta del principio al final. En el que se trata de destacar las virtudes de lo visto y oído y de ajustar las expectativas de quien vaya para que, disfruten de su opción en lo que tiene que ofrecer.
Lo primero que salta a la vista es que el desempeño de los equipos artísticos es realmente bueno. No solo por las escenografías y los vestuarios. Tanto los que han sido copiados y adaptados de las mismas producciones que se ven en Broadway de Nueva York o el West End de Londres, que funcionan tan bien aquí como allí. Como los que se han construido específicamente para el montaje local.
Dentro de esos equipos artísticos, se encuentran unos directores de escena que entienden lo que es un musical sin perder de vista que también es teatro. Y directores musicales que han entendido, y han hecho entender a los sonidistas, que la música tiene que poderse apreciar para emocionar. El mejor ejemplo es lo bien que se oye la música de Los puentes de Madison. Y, por supuesto, en Madrid trabajan elencos que saben cantar, bailar, hablar ocupar una escena. Llenarla. ¿Qué que han conseguido con esto?
Han conseguido dar espectáculo. Y aquellas personas que lo busquen lo van a encontrar en Charlie y la fábrica de chocolate, sobre todo, con su ascensor. Sí hay que verlo porque es algo que difícilmente se olvida. Tampoco olvidarán el caballo, ni ninguna de las marionetas, de La Historia Interminable. Y, por supuesto, no olvidarán Cantando bajo la lluvia, ¡y es que llueve en escena! Esas tres cosas son un verdadero pasote y hay espectadores para los que esto es lo más importante. Sin espectáculo no hay musical.
Trío al que se añade Malinche y su gran escenario, estilo Las Vegas. Capaz de acoger a su numeroso elenco de actores y bailarines, es un verdadero espectáculo verlos bailar. No solo eso. En escena cabe la polémica pirámide azteca que iba a construir Nacho Cano en el barrio de Hortaleza para este musical, un barco, un puente, un campo de maíz y hasta una selva con su pequeño lago. Y grandes proyecciones.
También los hay que consiguen contar buenas historias. Y es que la mayoría de ellos están basados en buenos libros o buenas películas. Los amantes de Roald Dahl lo van a flipar con Charlie y la fábrica de chocolate, aunque no tanto si son fans de la versión fílmica de Tim Burton. Como también defraudará un poco Cantando bajo la lluvia a los amantes de la película del mismo título. Quizás porque el equipo artístico se ha olvidado que en el teatro es difícil hacer lo que se hace en el cine. Que son lenguajes distintos a pesar de lo mucho que se usa el video en los montajes teatrales contemporáneos.
No es el caso de La historia interminable. Este musical gustará por igual a los amantes de Michael Ende y su libro como a los que soñaron de niños con la película. Pues se ha mantenido el espíritu de ambas. Pero, sobre todo, se ha mantenido la imaginería con la que crecieron los chavales de los ochenta y noventa. Tanto que los autores han sido capaces de insertar el tema mítico de Never Ending Story, que llenaba y ha llenado pistas desde entonces. Inclusión que no desvirtúa lo que es y a lo que suena un musical que como este quiere ser un clásico del género.
Aunque el más preocupado por mantenerse fiel a la película original y las emociones que despertaba es Los chicos del coro. Hasta se han buscado un elenco español que se parezca al que protagonizaba la película, un elenco con capacidades para emocionar al público. Es lo que consigue Jesús Castejón cuando mira al personaje de Natalia Millán con deseo mientras le habla a esta de su hijo. O verle defender a todos y cada uno de sus alumnos y sobre todo a Pepín. Por eso hay que avisar a las personas que lloren con la mínima que si van a ver este musical deben llevar preparados sus kleenex pues hay varias escenas muy emotivas, entre ellas el final.
El musical Los puentes de Madison también es de los que trata de ganarse tanto a los que les gusta el libro de Robert James Waller como a los de la película de Clint Eastwood. Pues se inspira en los dos. En el libro porque es la trama tal y como viene en el mismo. En la película, por la caracterización de los personajes y el diseño de la casa en la que vive la mujer protagonista.
Otros musicales han tirado y tiran más por el lado de la comedia. Y aquí, entra a saco, Lavar, marcar y enterrar. Un musical petardo y gamberro que parte de una comedia que triunfó durante varios años en la sala pequeña del Lara. Y que se ha crecido para llevarla a la sala grande del mismo teatro. Una comedia musical que incluye canciones bastantes escatológicas, como en la que se canta quien debe entrar primero al baño el que va a mear o a cagar. Uno de los números que de puro absurdo hace reír mucho al público.
Cantando bajo la lluvia también funciona mejor como comedia que como musical. Ángel Llacer, director de la obra y un superconocido showman de televisión, debe pensar como canta Cosmo Brown, uno de los personajes de la obra, que mejor make them laugh. Por eso potencia la vis cómica Ricky Mata que interpreta a Cosmo Brown, el amigo alegre de los protagonistas. Y de Mireia Portas que interpreta a Lina Lamont, una famosa actriz del cine mudo que no tiene ni voz ni dicción para hacer películas sonoras. Ambos se llevan de calle las miradas y el interés del público pues como cómicos lo bordan, y son los más aplaudidos cuando acaba la función.
Luego están los espectadores que quieren una estrella en el reparto. Aquí no hay dudas. Edu Soto es un gran reclamo para Charlie y la fábrica de chocolate. Muy conocido y apreciado como cómico gracias a la televisión, ¿verdad neng? Y un gran actor, quien lo vio en Incendios lo sabe. Igual que Nina lo es para Los puentes de Madison después de su paso como profesora en la academia de Operación Triunfo. Una maestra del canto que ha protagonizado y ha sido reclamo de musicales tan populares como Mamma Mía o de prestigio como Casi normales. Como también se fijarán en Natalia Millán en Los chicos del coro. Otra estrella televisiva que protagonizó en su momento Cabaret junto a Asier Etxeandia.
Sin embargo, los ojos del espectador habitual de teatro se fijarán más en otras estrellas. En la Inma Cuevas y la vis cómico-musical que despliega en Lavar, marcar y enterrar. Viéndola dan ganas de gritarle: ¡bienvenida a la comedia y quédate! O en Rafa Castejón, habitual de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que hace de malo malísimo en Los chicos del coro. Uno de esos personajes que hay que hacer odiosamente bien para ser odiados y que él, por oficio, sabe poner en el registro del musical.
El público fanático de los musicales tendrá, sin embargo, sus propios ídolos. Entre los que se encuentran la citada Natalia Millán de Los chicos del coro. Y, en Los Puentes de Madison a la citada Nina, pero, sobre todo, a Gerónimo Rauch, que se metió a los espectadores en el bolsillo en Los miserables.
A todos ellos los acompaña Nacho Cano, que, aunque no está en escena de Malinche, el musical que ha compuesto, está muy presente en la misma y es el reclamo para ir verla. El equipo de marketing lo sabe. De hecho, su imagen es omnipresente en la web del espectáculo. Su nombre sigue vendiendo entradas y como pude comprobar el día que la vi, ya que estaba presente y subió al escenario, sigue haciendo vibrar y cantar al público.
En cualquier caso, no se debe olvidar la música. En este sentido hay un ganador claro e indiscutible. Los puentes de Madison tiene la mejor partitura. Escrita con un sesgo operístico, en estructura, pero con una inspiración que podría llamarse soft-country. Lo que hace que, al contrario de otros musicales, la audiencia no aplauda tras sus excelentes canciones. A pesar de que se quede con el corazón en un puño escuchando a Rauch cantando Todo se desvanece. Canción que se llevarán a casa y acabarán poniendo, en su versión en inglés, la única disponible, en las play lists de su proveedor de música en línea.
La historia interminable, tampoco se queda manca en este aspecto. Siendo compuesta en España por Iván Macías, parece un producto de importación. Pues suena como si viniera de fuera, de un musical que estuviera triunfando en Estados Unidos o Reino Unido. Hay que recordar que este es el compositor de otros muchos musicales de éxito. En concreto, de El médico, que triunfara antes de la pandemia y que ahora está de gira por España.
Tampoco decepcionará la música de Malinche a los aficionados de Mecano, que son legión. Nacho Cano sigue sabiendo hacer canciones pop al estilo de las que hacía para este grupo y de las que haría después. Y en este musical tiene canciones que en un disco de los suyos serían un hit en las listas. Que además se hacen sonar en la sala como si fuera un concierto de música pop y se ponen en escena como si lo que se estuviera viendo fuera un videoclip, cosa que a los espectadores, que posiblemente van por el músico, les gusta.
Frente a ellos, Cantando bajo la lluvia puede que defraude en lo musical, pero es que la película original pone la expectativa muy alta. Incluso en Los chicos del coro no queda claro qué aporta la música, si no fuera justo por el coro que cantan los niños y en esta función lo cantan muy bien por lo que se agradece la coda final que hacen en francés.
Tampoco faltan coreografías a muchos de estos espectáculos. De nuevo Malinche se lleva la palma. Por el cuerpo de baile ¡Qué energía y precisión! E incluye un bailaor y una bailaora de flamenco que recuerdan, sobre todo ella, a Israel Galván y a algunos bailaores del Ballet Nacional de España, sin exagerar. Y lo saben quiénes han montado este espectáculo ya que favorecen e iluminan con gusto sus solos.
Llegados a este punto, es posible que muchas personas se pregunten, pero ¿al final cuál es el musical que uno no se debería perder? La respuesta es Matilda. Sin duda es el mejor musical si se mira con los ojos del gold estándar que ha fijado El Rey León de la Gran Vía madrileña en el público. Pues bien, Matilda lo supera, va más allá. ¿Por qué?
Porque lo inspira Matilda, el famoso libro de Roald Dahl que protagoniza una niña rechazada por sus padres por ser niña, inteligente, sensible y divertida y gustarle los libros. Una historia llena de personajes inolvidables. Entre los que reina la propia Matilda, claro, ¡para llevársela a casa! Y la Trunchbull, de esos personajes que de puro malos se hacen simpáticos, aunque se les odia, como Cruella de Vil. Solo hay que ver como grandes y pequeños aplauden su número musical.
Porque está llena de canciones para recordar, de las que se aplauden y se sale tarareando. Canciones que se han puesto en escena de la mejor manera posible gracias al director de escena David Serrano y al coreógrafo Toni Espinosa, que por algo es el coreógrafo elegido para UPA Next. Ambos dan ritmazo a la función, y la han montado con una espectacularidad medida y mantenida ¡menuda escena la de los columpios! Temas que se escuchan de vicio en el Nuevo Teatro Alcalá de lo que seguramente es responsable su director musical Gaby Goldman.
A lo que se añade que el elenco, que no tiene a ningún interprete famoso, está elegido para que funcione la función. Y que los niños y las niñas que participan están adquiriendo seguridad sobre la escena a medida que acumulan representaciones para disfrute de todo tipo de públicos.
Todo esto la hace la mejor alternativa, de todos los musicales que he podido ver. Un espectáculo para todo tipo de públicos. Aunque si alguien pregunta por una alternativa adulta, o para ver sin estar rodeado de niños, tampoco hay duda: Los puentes de Madison. No es tan espectacular ni entusiasma tanto, porque falta algo de química entre Nina y Gerónimo Rauch, pero ¡qué música! Y si no le encaja ninguno de los dos. Recuerde que hay más, más de veinte.