Pelosi abandona Taiwán, ¿y ahora qué?: los riesgos de la nueva escalada entre EEUU y China
El 'statu quo' sobre la isla era endeble y la espinosa visita lo ha hecho tambalearse. Nadie sabe las consecuencias de este paso, pero sí que es complicado retroceder.
La visita a Taiwán de Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU, ha hecho tambalearse el débil statu quo que imperaba sobre la isla en las últimas décadas y ahora nadie sabe qué puede deparar la nueva situación, cuajada de amenazas y movimientos belicosos. La incertidumbre ante las sanciones o agresiones que se pueden producir es grande, porque sólo hay una certeza en este momento: la cuerda se ha tensado y lo complicado es retroceder sin mostrar debilidad.
Hay que mirar atrás para entender lo que ha pasado en las últimas horas, la importancia de la estancia en Taipei de la tercera autoridad norteamericana, la representante de más alto rango en visitar la zona en los últimos 25 años. Las relaciones entre Washington y Taipei provienen de la Guerra Fría, cuando los norteamericanos, siguiendo la política de bloques, trataron de alejarse de la China comunista, amiga de Rusia. Los nacionalistas chinos se habían refugiado en la isla, mientras que los comunistas se apoderaron de toda la zona continental, con Mao Zedong de timonel.
Por eso en EEUU vieron interesante apoyar a las autoridades de una isla que no es independiente, pero que tiene una posición geoestratégica envidiable en el Mar de la China Meridional, que con los años ha sido más clave aún, no sólo para presionar a Pekín, sino como enclave comercial y de tránsito de mercancías. Es parte de la llamada “primera cadena de islas”, en las que se incluye una serie de archipiélagos que se consideran amigos de la Casa Blanca y que son determinantes para mantener los poderes y contrapoderes en toda la región. Para la China continental, para la República Popular China, Taiwán es, sin embargo, una provincia rebelde que, tarde o temprano, debe ser devuelta a la integridad territorial de su nación. Sin discusión.
EEUU ha firmado con Taiwán en el pasado numerosos acuerdos de cooperación, de todo tipo, y actualmente Washington se compromete por escrito a que su aliado disponga de los recursos suficientes para defenderse; hubo un tiempo en el que incluso se hablaba de defensa mutua, pero la doctrina cambió a finales de los años 70 del pasado siglo. Desde entonces, EEUU es uno de los principales proveedores de armamento de Taiwán, aunque públicamente defiende la política de “una sola China”, que entiende que no es un territorio independiente. Juega a dos bazas, en lo formal y en lo práctico.
Tras años de tensión al alza, con Pekín insistiendo en que tiene que recuperar lo que entiende como suyo y realizando aproximaciones militares intimidantes y con EEUU aumentando su presencia en la zona -tanto en alta mar como con instructores militares en la propia isla-, llega Pelosi y pisa suelo taiwanés. Se entiende como un desafío. “Es un ataque a nuestra soberanía”, “quien ofenda a China será castigado”, “aquellos que juegan con fuego no terminarán bien”, dicen los portavoces del presidente Xi Jinping.
Se han desplegado efectivos militares en maniobras, con prácticas con fuego real y el cierre del espacio marítimo y aéreo, y se esperan más a lo largo de esta semana, que pueden aislar a Taiwán, junto a posibles nuevas sanciones contra la isla; también se ha convocado al embajador de EEUU en Pekín para protestar. Lo por venir es una incógnita.
Un enclave crucial
Salvo Sarcina, diplomático italiano con experiencia de cinco años en China, explica que la gravedad de la tensión en la zona proviene de la “centralidad” de Taiwán para los intereses de Pekín y Washington. Para Pekín, “hablamos propiamente de su alma, su soberanía”, y es por eso que “tiene que lanzar al mundo el mensaje de que su integridad no puede ser dañada, que la isla es parte de su estado y que no se toca”. Para EEUU, por contra, el nuevo escenario “sirve para lanzar otro mensaje planetario, el de que su poder en el Indo-Pacífico no es endeble sino, al contrario, robusto, y que defiende a sus aliados y sus intereses en ese área”.
Este analista, ahora lobista en Bruselas, sostiene que China ha ganado poderío en la zona, especialmente durante la pandemia, y en ese nuevo escenario se entienden los “miedos” de EEUU, que trata de blindarse o, al menos, no perder influencia. Ya lo ha hecho, por ejemplo, con el acuerdo AUKUS con Australia y Reino Unido, para contrarrestar a los chinos. “También está lanzando mensajes contundentes porque hay quien entiende que no quiere repetir errores como la invasión de Ucrania por parte de Rusia, de la que se tenía hasta fecha y que no se impidió. No desea en Taiwán un ejemplo parecido”, añade.
Para la Administración de Joe Biden es de “vital importancia” mantener abierta la comunicación por todo el estrecho de Taiwán, el que separa a la masa continental de China de la isla de la discordia, porque al estar libre garantiza su actual poder. En lo defensivo, ante la amenaza china y para mantener sus relaciones con aliados como Japón o Corea del Sur -frente a Pyongyang, por ejemplo-, y en lo económico, porque la libertad de navegación es esencial en una zona estratégica por la que circula el 30% del comercio mundial, como es el Indo-Pacífico.
De su amigo taiwanés obtiene trato preferente en un mercado crucial, el tecnológico. Buena parte de los componentes de teléfonos, ordenadores, tabletas, consolas o relojes vienen de las empresas de chips del país. Una de ellas, Taiwan Semiconductor Manufacturing (TSMC), provee la mitad de los que consume el mundo. Se dice pronto.
Taiwán es un cuello de botella, también, porque el 80% de las materias primas que llegan a China lo hacen por mar, así que un bloqueo pondría en serio riesgo parte de su economía; para eso está construyendo hasta plataformas e islas artificiales, con las que controlar aún más el paso y garantizar el flujo de bienes como el petróleo, que le viene por Malaca.
El dilema de la respuesta
La situación actual era difícil de mantener. China reivindica su mandato en la isla cuando, en realidad, tiene un Gobierno propio, votado por los ciudadanos, que pagan impuestos a su administración, que tienen pasaporte diferente y hasta su propio ejército. Es eso lo que Pelosi ha llamado la “vibrante democracia” taiwanesa. EEUU, por su lado, formalmente no reconoce la independencia de Taiwán (lo hace apenas un puñado de países), pero que en la práctica lo trata casi como tal, le vende armas -sin ir más lejos, dos lotes en abril y en junio, por valor de 87 y 120 millones de euros, respectivamente- y tecnología punta y, ahora, lo refuerza con una visita de primer nivel, sin detener el reguero de estancias de senadores y congresistas, más discreto, en todos estos años.
“Para China, ahora Pelosi ha hecho acto de presencia oficial en su país, por eso es el máximo desafío posible. Una mujer del partido de Biden, por más que la Casa Blanca no haya respaldado a pies juntillas la expedición, es para ellos altamente desafiante. Amenazar con el uso de fuerza es su reacción entendible”, indica el italiano.
Hasta ahora, la visita ha traído consigo varios pasos de Pekín, como el veto a la importación de cientos de productos taiwaneses, un despliegue militar en el Mar de China Meridional y en el de Bohai, incluyendo aviones de combate, más maniobras con fuego real y cierre de los espacios aéreo y marítimo en puntos muy cercanos a la ínsula.
¿Puede acabar esta crisis en un conflicto bélico? La sensación general es de que es precipitado hablar de guerra abierta, pero hay conciencia de que un paso en falto, una palabra más alta que otra, una respuesta que se entienda especialmente amenazante, siempre puede prender la llama.
Taiwán, de inicio, tiene poco que hacer contra China, que la eclipsa por completo en lo militar, como reflejan los datos del anuario The Military Balance 2022, editado por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), con oficinas principales en Londres y Washington. Con estos mimbres, se puede frenar un primer desembarco, aguantar un poco a base de guerrillas, a la espera de que llegue ayuda externa, pero sería una resistencia con escaso éxito.
También afronta Taipei el riesgo de la dependencia económica: entre 1991 y fines de mayo de 2021, la inversión taiwanesa en China fue de 193.500 millones de dólares, según datos oficiales del Gobierno de la isla. Esos lazos tan estrechos pueden ser un motivo de preocupación, por si China tira de ellos para presionar, o de relajación, por que China precisamente dilata una respuesta mayor para preservar su propios negocios.
“Ahora el peligro es que se han complicado las cosas. Puede abrirse la puerta a otras visitas, pueden ampliarse las maniobras o ejercicios, y si se retrocede se corre el riesgo de quedar, ante el público doméstico, como blando, en los dos lados”, entiende Sarcina. Recuerda además que el presidente Xi “ha reforzado en los últimos años su empeño en recuperar Taiwán, con la idea de que sea un legado histórico en su mandato, que ahora no tiene límite, además, porque se ha eliminado el tope de dos. Su lenguaje se ha vuelto más beligerante y acuciante”.
Stephen McDonell, corresponsal de la BBC en China, ha resumido esta idea en una frase: “La idea de una guerra para recuperar Taiwán nunca se sintió tan cerca”. El diplomático italiano la comparte, a tenor de sus fuentes en el país. “Xi quiere la gloria, el recuerdo de la Historia; no le ha ido nada mal recuperando Hong Kong y puede ir a por más”.
Frente a eso, “Biden esta primavera también habló de que intervendría militarmente si se atacaba a Taiwán, rompiendo años de tendencia. Luego rectificó, pero enseñó los dientes. El tono no es bueno”, constata, por el lado contrario. Ante la visita, la Casa Blanca se ha limitado a decir que Pelosi tenía “derecho” de ir si lo deseaba, y por más que sea del mismo partido que el presidente, tampoco se le ha jaleado en exceso. Impedirlo no podían, la Cámara de Representantes tiene plena autonomía. Biden llegó a decir antes de su vuelo: “los militares creen que no es una buena idea”, pese a que su Gobierno calificó la retórica china contra cualquier viaje como “claramente inútil e innecesaria”. Pelosi es una mujer de enorme carácter e independencia, que se ha destacado por sus críticas a Pekín, tanto por el estatus de Taiwán como por las violaciones sistemáticas de derechos humanos en todo el país.
“Estamos en el punto, aún, de un pulso diplomático pero de máxima tensión. Ninguno quiere ni puede ceder. No ha sido esta una crisis imprevista, se estaba forzando la máquina a sabiendas. Cuando se habla de jugar con fuego no es una imagen excesiva”, constata el experto. Entrar en un conflicto entre dos superpotencias es un supuesto que rechaza hasta tres veces en la conversación con El HuffPost, por gravísimo. Prefiere esperar a los pasos por venir, a ver cuán rojas eran las líneas rojas, aunque en principio entiende que sólo un intento de China de anexionarse Taiwán mediante el uso de la fuerza supondría una respuesta militar por parte de EEUU. “Entonces, la confrontación sería automática”.
“Sería un conflicto muy largo, devastador, peligroso por ser dos países nucleares, de enorme impacto internacional, lo que arrastraría a todos, la imagen que tenemos en mente de una Tercera Guerra Mundial. Nacionalismo frente a libertades, sería el relato. Aunque no fuera así, las primeras agresiones de China ya pueden costarle el ostracismo internacional, ser un ente aislado, perder su casi liderazgo económico e, incluso, un levantamiento en el propio Taiwán, porque el sentimiento prochino allí va a la baja”, indica.
“La humanidad está a sólo un malentendido, un error de cálculo, de la aniquilación nuclear”, decía apenas el lunes el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres. De esa volatilidad es ahora Taiwán el mejor ejemplo, el mayor miedo. El mundo está a la espera de cualquier gesto que rebaje la tensión. Los ministros de Exteriores de EEUU y China tienen la oportunidad de verse ahora en la reunión de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) que arrancó este miércoles en Nom Pen (Camboya) y que acoge a países aliados del club regional hasta el viernes. No hay, por ahora, encuentros previstos entre los dos cancilleres, pero sería el momento de que la fiebre baje unos grados.
Queda, mientras, esperar a esas “medidas contundentes y efectivas”que Pekín ha prometido en respuesta a un viaje de menos de 24 horas que puede alterar el tablero mundial.