‘Passport’, bienvenidos a Komedistán!
La propuesta es muy saludable y provoca una risa contagiosa que está muy bien graduada.
Parece que la comedia es para el verano. Y entre tanta comedia que pulula por la cartelera arrasa Passport de Yllana los dos o tres días en semana que la ponen en el Teatro Alfil a altas horas de la noche. De hecho, hay tortas por sentarse en una de las tres filas de mesas cercanas al escenario, antes que en las butacas o en el entresuelo.
Esas mesas que permiten ver el espectáculo como en los cafés cabintantes de antes. A los que se iba a ver, tan cerca como se pudiese, a la cupletista de turno buscándose, ¡ay!, la pulga que le provocaba tanto picor.
Y es que algo de esto, de ver cómo se buscan la pulga los actores, tiene la actitud del público. Un público que, si conoce a la compañía, y ha visto más espectáculos suyos, va entregado y se presta al juego que le proponen. Que no quiere perderse ni el último gesto, ni un solo guiño, que le hagan. Pues significa perderse una oportunidad de pasarlo bien.
No es de extrañar. La propuesta es muy saludable y provoca una risa contagiosa que está muy bien graduada. En el que se permite al público relajarse, para poder estallar en carcajadas cuando toca y disfrutarlo, porque le dan su tiempo para entender el registro a la vez que se le sorprende con el chiste.
Un chiste esperado pero colocado en el momento justo para accionar la carcajada en una gran diversidad de público. Porque en la platea hay parejas, algunas muy orgullosas, grupos de amigas y amigos que comparten unas cervezas, que se pueden beber durante el espectáculo, familias con niños. Todos vestidos de verano. Con camisetas, bermudas, vestidos o monos ligeros, zapatillas deportivas, sandalias o chancletas.
No es de extrañar, porque los Yllana les invitan a hacer turismo con ellos, a que les acompañen a Komedistán. Uno de esos países que vete a saber dónde se encuentra. En el que harán una gira que les llevará a pasar por ciudades de nombres muy relacionado con el gag y el slapstick. Ciudades que homenajean a los grandes de esto, como Chaplitown en una clara referencia a Charles Chaplin.
¿Qué que ocurre en giras como esta? Pues que se comienza fresco y con el gag bien puesto, como se ve al principio, pero que a medida que pasa el tiempo y se acumulan aviones, ciudades, meridianos, teatros, cansancio, el gag se va corrompiendo.
Una degeneración que vuelve la escena en algo tan loco y surrealista que provoca aún más risas. A medida que la expectativa que se ha creado en el espectador se va pervirtiendo. Como ocurre con el que reutilizan en esta obra y que procede de Zoo, una de sus producciones más exitosas. Luego están el resto de las anécdotas de los viajes que marcarán la función.
Pasar las aduanas y tratar de hacerse entender cuando no sabes ni palabra del idioma. Superar una noche en el motel que te han buscado para dormir. Tratar de comer en un restaurante local, confiando en que te entiendan usando un diccionario, pero sin dominar la cultura local. Encontrarse con el empresario que te ha contratado y con el que no compartes idioma. Prepararse para salir a escena. Y varios sketches de la función que están representando.
Una risa que no impide la poesía. Como ese apunte del tupper, los ecos y los aplausos que se encuentran en el teatro. Simplemente, algo para recordar y que es mejor no contar para no hacer spoiler. Y que funciona como un reloj porque el público quiere agradecer el buen momento que están pasando. Un momento que muestra que lo exquisito, y este pequeño número lo es usando plástico, no está reñido con lo popular ni con el pueblo llano.
Así, una obra que dura hora y media se pasa como si durase media hora. Y se consigue generar entusiasmo en el espectador. Provocarle una energía que podría compensar el déficit energético que amenaza a Europa. Una energía limpia, agradable y, antes que nada, respetuosa con la gente. Eso lo notan y lo saben.