París para amantes de la buena vida
Pocos destinos pueden presumir de simbolizar tantas ciudades en una.
París es siempre una cuestión de actitud. Y es que pocos destinos pueden presumir de simbolizar tantas ciudades en una. Un fin de semana en París da para mucho; tres intensos días para dejarse caer por alguno de sus hoteles, pasear por nuevos distritos alejados del bullicio y el turisteo, salir de compras por Saint Honoré o visitar uno de sus más recientes templos del arte, la cultura y el diseño, el Museo de la Fundación Louis Vuitton.
Es viernes y tanto si se trata de una primera toma de contacto con la ciudad como si no, nadie debería dejar de visitar lugares tan importantes como el Arc de Triomphe que, construido por Napoleón, ostenta el título de ser el mayor arco de triunfo del mundo. Tampoco iconos como la Basílica del Sacré-Coeur, uno de los lugares fetiche para muchos parisinos, un rincón casi místico desde donde divisar la ciudad a nuestros pies. Algo que también se logra desde el Centro Georges Pompidou, puerta de entrada ficticia al barrio de Le Marais. Una visita al Pompidou es del todo obligada, como también lo son una cena o un cóctel en su restaurante Georges, situado en la azotea del imponente edificio que parece construido al revés. Desde Georges se obtienen algunas de las mejores vistas de la ciudad a la imponente Torre Eiffel. Pero antes de visitar ‘la vieja dama’, es de recibo hacer un alto en el camino para pasear, perderse y volverse a encontrar por el barrio de Le Marais. Y aunque la magia de Le Marais no se pueda comprar, sí se puede disfrutar. Dos son los rincones que deben quedar destacados en cualquier hoja de ruta por el barrio; Les Philosophes, en el 28 de la rue Vieille du Temple, perfecto para degustar un rico expreso por la mañana en un ambiente literariamente decadente. El segundo, Au Petit Fer à Cheval, es perfecto para degustar lo más tradicional de la gastronomía francesa. Es pequeño, ruidoso y más bien incómodo, pero nada de esto importa si hablamos de un templo ‘foodie’ inaugurado a principios del siglo XX con una espectacular barra de madera en forma de herradura donde degustar un tierno filet mignon. Mezclado entre la tremenda amalgama de tendencias de Le Marais, sobresale el latido judío de este barrio abanderado por tiendas y restaurantes callejeros de rica comida kosher, como el falafel. Una parada interesante es el Museo de Arte e Historia Judía, en el 71 de la rue du Temple.
De noche, el merecido descanso llega entre las sábanas del hotel Molitor y, con un poco de suerte, también con vistas a su icónica piscina. París es una ciudad de piscinas, pero ninguna de ellas es como la del Molitor. Ubicado en el distrito XVI, sí, hay vida y mucha más allá del centro del centro de la ciudad, este magnífico complejo hoy reconvertido en hotel de lujo y varias cosas más, fue inaugurado en 1929 por dos nadadores olímpicos, uno de los cuales fue Johnny Weissmuller, también conocido como Tarzán, el personaje que años después interpretaría en la gran pantalla. Pero más allá de su piscina (abierta todo el año y climatizada a 28 grados), si es que se puede ir más allá, cabe destacar que, cerrado en 1989 y catalogado como monumento histórico, aquel edificio en ruinas es hoy un magnífico escaparate de arte urbano, con grafitis por doquier. Vista la importancia histórica, monumental y artística del Molitor, lo de menos son sus habitaciones donde, por cierto, se descansa divinamente. No olviden el bañador.
Es sábado y toca un cambio radical de estilo y de barrio, del distrito XVI al VI, hasta el corazón del histórico Saint Germain des Prés. “Solo bebo champagne en dos ocasiones, cuando estoy enamorada y cuando no”, son palabras de Coco Chanel quien, seguramente no conoció Dilettantes, una de las más interesantes direcciones para disfrutar de más de 125 referencias de champagne. Aquí se puede comprar y también aprender, ya que son expertos en organizar catas del fruto más codiciado que da la tierra en el país vecino. Vive la France!
También por Saint-Germanin-des-Prés se asoman rincones icónicos como la clásica Brasserie Lipp, el bistró más francés de todo París. Un centenario local que lleva años acuñando la historia gastronómica de la ciudad con platos como sus blinis con salmón, la sopa de cebolla o el delicioso foie gras. La pequeña tienda de Pierre Hermé donde comprar los más deliciosos macarons (en temporada, los hay hasta de trufa), no está lejos de la brasserie y sigue siendo, sin lugar a duda, el lugar donde elaboran los mejores y más característicos dulces de la ciudad.
Una copa de champagne es un excelente preludio para una cena en uno de los más lujosos restaurantes. Abierto desde 1942, Lasserre pertenece a ese puñado de restaurantes elegantes, aunque con un toque demodé, que se conservan, a dios gracias, en la ciudad, justo en el conocido como Triangulo de Oro. Las modas pasan pero Lassarre permanece gracias a su excedente cocina (premiada con una estrella Michelin), a su impecable servicio y a su, hay que decirlo, techo retráctil que cada noche abre sus compuertas para que el comensal disfrute del cielo de París. A ver quién supera este factor sorpresa.
Un estómago satisfecho garantiza una tarde feliz, sobre todo si se disfruta en el Museo de la Fundación Louis Vuitton, una parada imprescindible en cualquier visita a París. Diseñado por Frank Gehry, la relación entre moda y arte nunca ha sido tan estrecha, todo gracias a Bernard Arnault, cuya pasión desmedida por lo bello ha dado lugar a este espléndido museo cuya construcción ha costado más de 100 millones de euros. Las instalaciones del Museo de la Fundación Louis Vuitton bordean el Jardín d’Acclimatation, un antiguo zoológico y parque fundado por Napoleón III (en el que Proust ambientó un capítulo de En busca del tiempo perdido). Una poderosa alianza entre lujo y arte que promete dar que hablar, y mucho.
Compartir un domingo en París con Alain Ducasse y no morir en el intento es tan sencillo como reservar mesa en el barco (sí, sí, un barco) de Ducasse sur Seine. La penúltima aventura del reconocido chef francés, quien, por cierto, no carece de atrevimiento ni ideas. Y aquí la prueba. Una propuesta gastronómica a bordo de un lujoso barco eléctrico que parte del distrito XVI y propone un delicioso paseo gastronómico, ecológico y silencioso. Disfrutar de la cocina de Ducasse al mismo tiempo que los monumentos de París es hoy por hoy un placer posible y una forma muy local de descubrir la auténtica vie parisienne.
El palacio de la diversión en París tiene nombre y apellidos: Folies Bergère. Este mítico cabaré que durante años fue el exponente de la noche parisina más canalla ha vuelto con fuerza a ocupar el trono que le corresponde como alma de la fiesta tras cerrar su etapa de esplendor en los años 30. Con todo tipo de obras y musicales en cartel, por las tablas de este teatro han pasado numerosos artistas a lo largo de sus más de 100 años de vida. Hoy es un plan cultural, sí, sí, cultural, imprescindible en cualquier visita a la capital.