Para una sociología de las colas
Los coletazos que dan las leyes de la oferta y la demanda.
Por una sociología de la espera
En un mercado perfecto (algo imposible que hasta el economista más dogmático reconoce), con un comercio eficiente y dinámico, las colas no existirían. Todos obtendríamos nuestros bienes y servicios de inmediato y nadie esperaría. En un mercado real, la cola es la imagen viva de las ineficiencias del sistema. Vivimos en un mundo de atascos, congestiones, colas alrededor de esto o de lo otro. Hasta las impresoras tienen su "cola de impresión". La cola es la imagen pintoresca de que algo funciona muy bien (hay colas cuando se espera para asistir a un concierto exitoso) o terriblemente mal (se atiende con lentitud al cliente, hay pocos trabajadores para responder a la demanda de los usuarios, etc).
El capitalismo es un sistema económico con una gran variedad de colas: de primera y de segunda (como en los parques temáticos, donde tienes prioridad si has pagado más), filas indias, agrupamientos y hacinamientos caóticos, colas que dan vueltas a los edificios (eso pasaba en los cines de antaño) y hasta colas con maromos que se inventan el derecho de admisión (eso pasaba y pasa en los bares de mierda que ciertas personas adoran). Las colas nos muestran lo más notable del "capitalismo canalla" (la expresión es de César Rendueles, que bien podría escribir un artículo sobre este tema): a veces tratamos de colarnos en las colas (valga la redundancia), intentamos colar a amigos nuestros, nos puteamos cuando alguien se nos cuela y ponemos a prueba nuestra paciencia en las colas kilmétricas.
La cola del dragón
Las colas encierran la mística de la economía: si cambiamos a una cola más corta en el Mercadona, la cola larga se contrae y la otra se estira. Movimientos en la oferta y la demanda que alcanzan equilibrios impulsados por una mano invisible (la de Adam Smith, que sigue presente en nuestro imaginario colectivo). En cambio, si muchas personas entran en un autobús, casi todas se agolpan al principio y la cola del vehículo queda vacía. Algunos quieren hacer la revolución y todavía no sabemos distribuirnos adecuadamente (y de forma espontánea, sin que el conductor lo pida, claro) en el transporte público.
Ser cabeza de ratón o cola de león
Por supuesto, los ricos no hacen colas, solo la gente común tiene que lidiar con ellas, sean estas estéticas o no. Yo veo cierta belleza amarga en las colas. Las observo como patrones de información que se manifiestan ante nosotros de forma sinuosa. Todas son parte de la cola de tigre del capitalismo, el rabo que se mueve amenazador en un mundo de dolorosos contrastes (donde las colas de las rebajas conviven con las colas de los inmigrantes, las de los parados y las de otras personas a las que les arrebatan la dignidad).
En realidad, la cola de nuestro mundo es casi como la de los perros sin rabo, aquellos animales que fueron mutilados por los caprichos de sus dueños. Las colas son la imagen visible de un poder omnímodo e invisible.
A la cola Pesi-Cola
Me gustaria entender el mundo en el que vivo y ni siquiera entiendo bien el porqué de las colas veraniegas en el aeropuerto de El Prat.
Me pongo a la cola de aquellos que querrían tener un mundo más sencillo, o al menos no tan problemático. Eso sí, me pongo al frente de quienes en ocasiones cree que a mi generación se la han colado bien colada los que cazan colas de león (o colmillos de elefante, lo mismo da)... y nos piden que nos conformemos con la colita del ratón.